José Luis Ábalos está demostrando no solo que es un ministro impresentable, lo que ha demostrado hoy en el Congreso es que como persona también deja mucho que desear. Y es que hay que ser muy indeseable para utilizar a las víctimas del mayor atentado de la historia de España, el del 11 de marzo de 2004, para defenderse por su comportamiento y sus mentiras con el famoso “Delcygate”.
Escuchando a hablar este sujeto cualquier persona medianamente normal puede preguntarse qué es exactamente lo que se ha creído. Porque lejos de tener un comportamiento humilde y sosegado después de haber sido pillado mintiendo, lo que hace es poner el ventilador y repartir la basura por todas partes.
Y esto ha provocado algo que es muy normal, que la mayor parte de los diputados de la oposición hayan empezado a gritar dimisión mientras los pelotas socialistas aplaudían con fervor a un sujeto que deja mucho que desear como político y como persona. Debe ser que Ábalos piensa que los españoles no merecemos explicación alguna después de haber estado mintiendo como ha mentido. Debe ser que este gobierno se piensa que pueden hacer lo que les de la gana sin dar ningún tipo de explicación.
Pero las cosas en una democracia no funcionan así. En una democracia un gobierno tiene que dar explicaciones y está obligado a hacerlo. Un gobierno que tiene a sujetos chulos y fantasmas como Ábalos solo puede ser un gobierno de una democracia fallida. Y eso es en lo que este gobierno socialcomunista está convirtiendo España, en una democracia fallida.
Abalos es todo eso y más, pero su problema es que le huele el trasero a chamusquina, es que Sánchez dijo en su última comparecencia que Abalos decidió evitar un incidente diplomático, y quien es Abalos para decidir por su cuenta que es lo pertinente hacer en una cuestión diplomática, si no es el ministro competente en esa cuestión. Sánchez con esa declaración se ha desvinculado de Abalos, porque lo pertinente es que hubiera dicho que Abalos actuó así porque él se lo dijo. Lo cual indica que Abalos ha caído en desgracia, y su actitud en el Congreso es la de uno que se ve acorralado y desprotegido y tiene que arremeter contra la oposición para defenderse de los suyos, que son el enemigo.