bolcheviques

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Con su habitual y grotesca impostura moral, y con el aplauso de sus socios, dicen los bolcheviques del Gobierno, demócratas de toda la vida, que «en democracia no se homenajea ni a dictadores ni a tiranos», y lo dicen con toda la boca y sin torcer el gesto, ellos, herederos de las peores villanías, de la más abominable historia escrita por sus repugnantes hordas, que han pasado su vida homenajeando a terroristas, a delincuentes y a todo tipo de demencias y de crímenes.

Asombra, si fuera posible el asombro ante la desvergüenza y la hipocresía de tales demagogos, un fanatismo tan extremo, una ceguera moral tan profunda, si no supiéramos ya que estas bocas funestas, que usan una sola y misma lengua para condenar y para absolver a conveniencia, tienen entre sus objetivos la violación de la ley para plegarla a su voluntad, ligando lo justo y lo injusto a sus abominaciones, para seguirlas donde sus ideologías quieren y a sus ambiciones interesa.

El caso es que, continuando con su hoja de ruta y envalentonados con su matonismo impune, ahora andan empeñados en incluir en el Código Penal la exaltación a Franco como delito. Y no es extraño que lo pretendan tras haber quedado sin castigo la nauseabunda profanación de su tumba. Sabemos dónde están políticamente, en una postura netamente totalitaria, y lo que quieren ahora, que es lo que han querido siempre: el anhelo de que España salte hecha añicos con la ayuda de unas Instituciones y de unos medios de comunicación amordazados.

Pero debemos preguntarnos quiénes son los que tanto aborrecen a la figura del Generalísimo, porque en la consiguiente respuesta se halla la explicación de su odio; a la vez que, por comparación, se halla así mismo la grandeza de la persona odiada. Si un Gobierno legitimado por subsidiados, okupas, parásitos, hampones, pervertidos, totalitarios, separatistas y filoterroristas y, en consecuencia, contrario a los valores constitucionales y morales, está en contra de algo o de alguien, el modelo que motiva su rencor enfermizo ha de ser por fuerza insigne.

Es decir, si lo más granado de la antiespaña odia a Franco, es porque éste era un sobresaliente representante de España y, en consecuencia, defensor de sus símbolos y tradiciones. Y porque Franco elevó a España hasta el octavo lugar entre las potencias mundiales, desde la ruina en que la dejó el frentepopulismo de antaño, es por lo que estos perturbados se empeñan en empujarla de nuevo hacia el abismo, que es el lugar natural de su naturaleza fracasada y resentida.

Por eso, del odio que los vagos y los mediocres sienten por la excelencia nace su obstinado impulso hacia la destrucción. La propaganda bolchevique sabe que, a lo largo de la historia, cuando una elite cultural se ha empeñado en reconstruir el mundo mediante una mera política de reformas, como se hizo en la época ilustrada, ha fracasado. De ahí que, de la mano de sus socios, eludan la inocua actitud reformadora y se empeñen en una destructora labor de fondo, tratando de arrumbar las raíces y los valores que han hecho de España una nación de ilustre historia.

Como en vida no pudieron derribarlo, tratan de aniquilar a Franco vengándose de él desde las tinieblas de sus despachos, ya muerto, sabedores de que su figura pone en evidencia tanto la ruindad estéril y cobarde del frentepopulismo como, por oposición, la fructuosa época que supuso ese franquismo que se emperran en enterrar, para acceder, por fin, al perverso proyecto de revolución social con el que sueñan, consistente en una humanidad abducida, pobladora de un nuevo mundo de tiranía perenne.

No obstante, a estos engendros de la decadencia, es decir, de la corrupción, a estos herederos del Gran Terror estalinista, se les está yendo la mano. Ante la abyecta pasividad de los sucesivos gobiernos de la llamada derecha y de la suicida inercia política de las Instituciones y de la gran mayoría de la sociedad, se han sentido tan poderosos que, con luz y taquígrafos, están echando el órdago final mediante leyes totalitarias como la LGTBI y la de la Memoria Histórica o asociándose con incendiarios separatistas y filoterroristas, violando la tumba del Caudillo y ahora, por fin, proponiéndose a tipificar como delito la apología de éste y de su excelsa obra.

Pero he aquí que, ante su arrogancia antidemocrática, ante sus actitudes feminazis, sus perversiones homosexistas, sus farsas golpistas y su hispanofobia patológica, una parte del pueblo -la más sana y despierta- se ha desentumecido y está oponiéndose al liberticidio programado.

Y he aquí que, a esos acentos odiosos, a esas voces impostadas de quienes hablan «para el pueblo» y «en su nombre», dando por hecho que toda la ciudadanía es un rebaño de imbéciles, de gentes sin clase ni gusto, merecedores de todo tipo de engaños -como sí lo son sus seguidores-, los españoles de espíritu libre han dicho basta, y van a seguir elogiando al franquismo porque es de bien nacidos ser agradecidos, y porque aquel período histórico fue uno de los más fructíferos de nuestra historia.

Enfrentados los coaligados a escándalos nacionales e internacionales diarios, y a intrigas tribales internas -que sus sicarios mediáticos tratan de ocultar en vano-, estos intolerantes que exigen para sí una tolerancia que niegan a los demás y anhelan vengarse de lo excepcional y de lo noble, dando a su actuación un carácter diabólico, tienen frente a ellos más españoles cada día y, junto a éstos, tienen enfrente además la esperanza parlamentaria de VOX.

España no puede seguir gobernada por esa mixtura de delincuentes y dementes que, superando a Calígula en la depravación, sitúan de regidores a seres más inferiores aún que el caballo cesariano, un animal excelente, por otra parte, si consideramos su noble naturaleza de cuadrúpedo, pero romo, como ellos, en la faceta moral y en la política.

Como esta es la eterna estrategia de tales falsos profetas, los españoles de bien -con VOX- deben difundir los errores frentepopulistas y el nudo de contradicciones que embrolla sus doctrinas y sus estómagos. VOX, mediante su cuña parlamentaria, tiene además que implicarse a fondo en una lucha por la opinión pública, tratar de que el tonto lo sea un poco menos, el dormido despierte y el votante de izquierdas que no sea paranoico ni sectario comprenda al fin que los principios y la nación están por encima de personalismos y partidos.

VOX, en fin, debe erigirse sin complejos en firme representante de esa parte sana de la sociedad que aspira a un giro ético, a un cambio de valores capaz de desenmascarar de una vez por todas el error y la abyección que significan los liberticidas, siendo consciente de que en la corrupción de nuestra casta partidocrática se halla la prueba de su decadencia, y sabiendo, así mismo, que son animales corruptos obligados a ampararse bajo los nombres más sagrados para ocultar su degeneración y, con ella, unas aberraciones permanentes que no podemos consentir que nos arrastren.

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