El 30 de enero de 1990 es asesinado en Galdácano (Vizcaya) el policía nacional JOSÉ IGNACIO PÉREZ ÁLVAREZ. Era la primera víctima mortal de las 25 de ese año. Un testigo presencial de los hechos explicó que el agente salía de tomar unos vinos en el Bar Los Claveles, al que solía acudir diariamente. Cuando se disponía a abrir la puerta de su vehículo en torno a las 15:00 horas hizo explosión una bicicleta bomba colocada junto al automóvil. El estallido del artefacto compuesto por unos diez kilos de explosivo y metralla accionados a distancia, lo alcanzó de lleno y le causó la muerte en el acto. Otras dos personas resultaron heridas. La potencia de la bomba fue tal que derrumbó la pared contra la que estaba apoyada la bicicleta.
Era la primera vez que ETA recurría a la bicicleta bomba para asesinar. Once años después, el 28 de junio de 2001, ETA volvería a utilizar el mismo método para asesinar al general de Brigada Justo Oreja Pedraza en la madrileña calle de López de Hoyos. El general fallecería un mes después.
En abril de 2006 fue entregado temporalmente por Francia, y por tercera vez, el exdirigente de ETA Julián Achurra Egurola, alias Pototo. Fue juzgado y condenado por varios delitos, entre ellos por dar las órdenes y proporcionar el dinero y el material necesario para el secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. También estaba acusado de confeccionar el explosivo e instruir a los autores materiales del atentado que acabó con la vida de José Ignacio Pérez Álvarez.
José Ignacio Pérez Álvarez era natural de Villagatón (León), aunque residía en Galdácano desde hacía ocho años. Había ingresado en el Cuerpo Nacional de Policía en 1978, y estaba destinado en la Comisaría de Basauri desde marzo de 1979. En el momento de su asesinato formaba parte de la sección de automoción del cuartel de Basauri, en calidad de funcionario de la Escala Básica. José Ignacio era uno de esos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que, por antigüedad, podría haber buscado un destino más tranquilo fuera del País Vasco. Sin embargo, estaba perfectamente integrado en la sociedad vasca, ahí formó su familia y ahí vivió durante once años, hasta que unos asesinos decidieron acabar con su vida. Tenía 39 años, estaba casado y dejaba huérfanos a tres hijos: una niña de 4 años y dos varones de 10 y 14 años.
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