César Vidal

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La vida del cristiano, desde el momento de su conversión, comienza todo un proceso de (valga la redundancia) de conversión de su vida pasada a la vida nueva en Cristo. Toda esa transición constante que nos asemeja más y más a Nuestro Señor se conoce como santificación. Para entender plenamente en que consiste y algunos errores vinculados a la misma, entrevistamos hoy a César Vidal.

Don César Vidal (1958) es además de escritor, doctor en Historia – premio extraordinario de fin de carrera con una tesis sobre el cristianismo primitivo – en Derecho, en Filosofía y en Teología.  Tras dirigir durante años, diversos programas de radio en Cope y EsRadio, dirige en la actualidad La Voz de César Vidal que puede escucharse en www.cesarvidal.com.  Exiliado desde 2013 y con un océano de distancia interpuesto, ha tenido a bien concedernos esta entrevista.

En primer lugar César, ¿qué hay que entender por santo?

Hay una diferencia más que notable entre lo que la gente o determinadas confesiones afirman que es ser santo y lo que dice la Biblia.  En las Escrituras, el término se utiliza para señalar a aquel o aquello que es consagrado, que está al servicio de Dios, que dedica su vida a Él.  Precisamente por eso, en la Biblia, se aplica a todos los creyentes sin excepción y jamás se refiere a un grupo que ya está muerto y al que, por ejemplo, se le dirijan preces ya que, como enseña el Nuevo Testamento, el único mediador entre Dios y los hombres es Cristo (I Timoteo 2: 5).  Los ejemplos de este uso son muy numerosos, pero puede recordarse cómo se habla de los “santos en Jerusalén” (Hechos 9:13), de cómo Pedro visitó a “los santos que habitaban en Lida” (Hechos 9:32), de cómo Pablo lamentaba hacer encerrado “cárceles a muchos de los santos” (Hechos 26:10), de cómo instaba a saludar  “a todos los santos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:21), etc.  La idea de “santo” que aparece en la Escritura – 68 veces tan sólo en plural – nada tiene que ver con el concepto que tiene la mayoría de la gente y que deriva de un desarrollo posterior. Santo no es aquel que ha sido elevado a los altares o que lleva una vida prácticamente “perfecta” sino aquel creyente que consagrándose a Dios (no aislándose en cuatro paredes) es sal y luz en medio de este mundo mientras se va asemejando más y más a Cristo.

Algunas de las imágenes descriptivas de la santificación en el NT, es el ir desnudándose del hombre viejo y vistiéndose del hombre nuevo. ¿Qué quiere decir?

El hombre viejo es un símbolo de la naturaleza pecaminosa que se tiene cuando se produce el momento de la conversión.  Es obvio que, tras la conversión, la vida ha de cambiar como muestra Pablo, por ejemplo, en Romanos 6.  Ese símbolo aparece en Efesios 4:24 y es una exhortación a que mediante la vida en el espíritu (Gal 5:16) vayamos avanzando en un “desvestirnos” de nuestra naturaleza de pecado y en “vestirnos” del hombre nuevo que es a semejanza de Cristo.

Pero, en ese avance, estamos hablando de una lucha contra el pecado. ¿Cierto?

Por supuesto y de manera primordial contra la carne lo que no es, como muchos piensan erróneamente, enfrentarse sólo con los pecados de naturaleza sexual.  El propio Pablo escribiendo a los gálatas indica como los frutos de la carne son adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, pero también idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,  envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas (Gal 5:19-21)

En esa lucha, el creyente se verá enfrentado también con el Diablo al que el apóstol Pedro presenta como un león rugiente buscando a quien devorar  (1ª de Pedro 5:8).  Ese enfrentamiento contra poderes demoníacos puede librarse con la armadura del creyente que Pablo describe durante su cautividad  (Efesios 6:11-18) y que incluye la Palabra de Dios como la espada (Efesios 6: 17).  Es un combate en el que se puede estar confiado porque la victoria deriva no de nuestras propias fuerzas sino del propio Dios.  Como dice el apóstol Juan: vosotros sois de Dios y los habéis vencido, porque mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo. (1ª San Juan 4:4).

En todo esto que diáfanamente nos ha descrito, ¿qué papel juega el ascetismo que entra en el siglo IV en el cristianismo?

El tema de la entrada masiva del paganismo en el seno de la Iglesia, es algo descrito por el mismo cardenal Newman en su obra Ensayo sobre el desarrollo del dogma donde afirma: En el curso del siglo cuarto dos movimientos o desarrollos se extendieron por la faz de la cristiandad, con una rapidez característica de la Iglesia: uno ascético, el otro, ritual o ceremonial. Se nos dice de varias maneras en Eusebio (V. Const III, 1, IV, 23, &c), que Constantino, a fin de recomendar la nueva religión a los paganos, transfirió a la misma los ornamentos externos a los que aquellos habían estado acostumbrados por su parte. (La negrita es nuestra).

No me voy a detener aquí en el número de prácticas paganas que Newman acepta que entraron masivamente en el cristianismo.  Sí debo decir, respondiendo su pregunta, que el ascetismo no forma parte del cristianismo original enseñado por Jesús y sus primeros discípulos sino que entra a varios siglos de distancia y como parte de un lamentable proceso de paganización.  La realidad es que ese ascetismo pervierte gravemente la cosmovisión que aparece en la Biblia en no pocos aspectos como el hecho del mensaje de la salvación por pura gracia o la visión claramente vitalista dela existencia.  En mi libro De lo divino y lo humano. Las pasiones según la Biblia abordo precisamente cuestiones relacionadas con este tema, pero debería recordarse que a Jesús no lo acusaron de asceta sino de ser bebedor y comilón, algo que habría horrorizado a no pocos fundadores de órdenes religiosas (Mateo 11: 9).

Es un tema amplio, pero el origen totalmente pagano del ascetismo permite ver por qué inoculó el cristianismo con prácticas, conductas y concepciones totalmente ajenas a él.  Piénsese que el propio apóstol Pablo considera “doctrinas de demonios” conductas como el prohibir el matrimonio o el consumo de alimentos (I Timoteo 4: 1-5), conductas que, precisamente, se entendieron siglos después como manifestación de una especial santidad.  Como siempre sucede, el conocimiento de la Biblia permite, al final, separar lo genuino y originalmente cristiano de lo sobrevenido pagano.

Muchas gracias por su atención.

Gracias a usted  y que el Señor le bendiga.