De nombre real Antonio Martínez del Castillo, Florián Rey fue –con permiso de otros tres nombres– el más destacado cineasta del periodo mudo en España, y la mayor fuerza creativa de la década de 1930.
Nacido en La Almunia de Doña Godina (Zaragoza), abandonó sus estudios de Derecho para dedicarse al periodismo, pero su gusto por la interpretación le llevaría a debutar como actor de cine bajo las órdenes de José Buchs en La inaccesible (1920).
Tras un lustro dedicado a la interpretación, su primera película como director fue una adaptación de la zarzuela La revoltosa (1924), cuyo éxito le permitirá dar continuidad a una carrera que pronto despuntará entre las más personales del cine mudo español a través de una serie de filmes progresivamente personales, con una puesta en escena relativamente sofisticada para la España de la época –en la que los residuos teatrales todavía eran muy fuertes en el cine–, y con una destreza técnica y un sentido de lo poético que alcanzará su máxima expresión en La aldea maldita (1930), su obra maestra y acaso la película más importante del cine mudo español, drama rural sobre guión propio con una clara influencia del cine expresionista alemán; entre medias se sitúan dos películas de la relevancia de Gigantes y cabezudos (1925) y, sobre todo, La hermana San Sulpicio (1927), inicio de su fructífera colaboración con la bailarina Imperio Argentina, con la que contraerá matrimonio en 1934.
Los años treinta suponen su mejor momento creativo, quedando marcados por sus dos grandes éxitos para Cifesa: tanto Nobleza baturra (1935) como Morena Clara (1936), ambas protagonizadas por Imperio Argentina, suponen sendos filmes de carácter regional con argumentos estereotipados, pero trascendidos por una sabiduría cinematográfica que desoye los cánones imperantes en el cine de consumo habitual.
Con el estallido de la Guerra Civil marcha, invitado por Goebbels, a Alemania; el entusiasmo que a Hitler le ha producido Nobleza baturra es una de las causas de dicha invitación, que dará como resultado dos de sus obras mayores: Carmen, la de Triana (1939), su filme técnicamente más perfecto, y La canción de Aixa (1939).
El regreso a España, su ruptura con Imperio Argentina y la mala situación del cine español tras la guerra, repercutirán irremediablemente sobre su obra posterior, progresivamente acartonada, pese a logros de la categoría plástica de La Dolores (1940).
Sus últimas películas importantes son La Aldea maldita (1942), esteticista nueva versión del clásico homónimo de 1929, Orosia (1943) y Cuentos de la Alhambra (1950), sobre la obra homónima de Washington Irving, entre las que figura un título menor no exento de interés como Brindis a Manolete (1948).
Con su último filme, Polvorilla (1956), Florián Rey se despedía de mala manera del cine.
Olvidado, pobre y enfermo, morirá seis años después; triste sino, sus restos mortales reposan en una fosa común.