Hoy día se celebra en todo el mundo anglosajón y se está extendiendo entre otras culturas la conocida como fiesta de Halloween. Coincide con la noche-madrugada del 31 de octubre al 1 de noviembre en la que los chiquillos disfrazados de las más diversas maneras, a poder ser con ropajes que infundan miedo y terror, como vestimentas negras, adornadas de calaveras, sombreros puntiagudos, como se suponen que llevaban las brujas, túnicas en las que están pintados los huesos de un esqueleto y con unas calabazas con agujeros que semejan ojos y boca y, a poder ser, alguno que otro diente, recorren las casas de los vecinos y a la voz de “truco o trato”, solicitan que los moradores de la casa les proporcionan alguna que otra golosina.
Recuerdo que en mi niñez, la noche mencionada se nos asustaba a los niños diciéndonos que se aparecerían las almas en pena que eran las de las personas que estaban condenadas a vagar por toda la eternidad por haber cometido un crimen horrendo, como por ejemplo suicidarse, y que no tienen conciencia de que se han separado del mundo de los vivos.
Esta leyenda hunde sus raíces en lo más profundo de la historia, pues ya los griegos hablaban de las almas que vagaban sin descanso por el Hades (el infierno para ellos).
En la inocencia de nuestra niñez creíamos que bastaba una luz para ahuyentarlas, pues eran seres de la oscuridad.
En el pueblo donde nací, ubicado en la campiña cordobesa, para confeccionar esa luz, lámpara o linterna, utilizábamos los melones cucos. Estos son los que no han llegado a madurar y no sirven para ser consumidos.
Con un cuchillo cortábamos la parte superior que la reservábamos, y con una cuchara extraíamos la pulpa del mismo hasta que dejábamos la cáscara con algo de grosor. En ella recortábamos unos ojos, una boca, y, quien era más hábil, le dejaba unos trozos que se asemejaban a unos dientes y ya teníamos nuestra lámpara fantasmal preparada.
Quedaban los toques finales que eran tres agujeros en ella, por los que pasábamos unas cuerdas de pita o hiscales que, tras haber hecho tres agujeros en la tapa que guardábamos, los pasábamos por ella y los anudábamos, sirviéndonos de asidero para transportarla.
El colofón era introducir un cabo de vela que pegábamos en su interior con la cera derretida de la misma.
Ya teníamos nuestra lámpara con la que recorríamos las calles asustando a otros chiquillos.
Esta fiesta que hoy nos llega de las tierras sajonas, sobre todo de los EE.UU, tiene su origen en unas ceremonias de los pueblos celtas que pensaban que al final del verano o Samhain, cuando ya se han recogido las cosechas, las almas en pena de los condenados volvían a la tierra y se comunicaban con los humanos que debían de ofrecerles distintos regalos para que aplacarlos y que no les causen mal, por ello, también se conoce esta noche como Halloween, de «All Hallows’ Even» (Víspera de Todos los Santos); equivale en español a «Noche de las Ánimas» o «Noche de los Difuntos».
Hoy día se ha popularizado de tal manera que se celebra por casi todo el mundo, y no solo por los niños, sino también por los mayores que embutidos en los disfraces más extraños y extravagantes acuden a bailes en los que se suelen, al socaire del disfraz, cometer desmanes y hechos reprobables.
Esta celebración que hoy nos parece tan extraña y de otros lugares, tiene su origen en los pueblos celtas que habitaban lo que hoy conocemos como Galicia.
Se tiene como leyenda que el Hijo de Breogan (el epónimo de los gallegos), llamado Ith, divisó Irlanda desde la Torra de Hércules y decidió ocupar aquella tierra, que, aunque ya estaba ocupada por otros habitantes, estos, fueron asimilados por celtas gallegos.
Bien, puestos gallegos celtas fueron los que llevaron la festividad de los difuntos redivivos a esas tierras y que, en siglos posteriores, parece ser que en el XIX, las trasladaron a EE.UU.
Parece todo una leyenda ¿verdad?, pero detrás de cada mito, casi siempre hay algo de verdad y hoy, tras los recientes estudios llevados a cabo por Bryan Sykes, profesor de genética humana en la Universidad de Oxford, ha llegado a la conclusión, estudiando el ADN de 10.000 británicos, de que los celtas procedentes de la Península Ibérica se convirtieron en la raza dominante de Gran Bretaña. Sus conclusiones las ha publicado en el libro Blood of the isles, “La Sangre de las islas”, y ha emitido la teoría de que hace 6.000 años, estos primitivos pueblos hispanos desarrollaron embarcaciones capaces de cruzar el océano y llegaron a las islas británicas, llevando sus modos y costumbres. Entre las cuales no es extraño que aportasen la de la Noche de los Muertos.
Sí es cierto e innegable que la Iglesia Católica sacralizó esta fiesta pagana dedicándola a la conmemoración de los difuntos, y los creyentes la celebran visitando los cementerios en los que descansan sus deudos, para adecentar y embellecer sus tumbas.