Si nos pasamos por el Museo Ashmolean de Oxford veremos expuesto un objeto famoso. En concreto, se trata de un bloque de barro cocido cubierto de escritura cuneiforme. Se le conoce como Prisma de Weld-Blundell, por el nombre de la expedición que lo descubrió durante las excavaciones de la ciudad sumeria de Larsa en 1922. De forma mĆ”s popular se le conoce como la Lista Real Sumeria. Consta de un listado de nombres de reyes que habrĆan reinado en Sumer desde tiempos arcaicos. Es tan popular que, incluso, se ha convertido en el Santo Grial al que se aferran algunos individuos, tocados con un cucurucho de papel de aluminio, para asegurar que hubo dioses extraterrestres que bajaron a la tierra. Lo malo es que el objeto no puede tomarse como un libro de historia, sino como una simple guĆa con errores incluidos.
Podemos dividir a los soberanos en tres partes. En la primera aparecen los reyes que supuestamente gobernaron primero, con periodos de gobierno enormes, como Enmenluana con 43.200 aƱos o Dumuzid con 36.000. Su existencia y datos personales son, cuanto menos, inciertos. La segunda parte consta de reyes que podrĆan haber existido. Lo suponemos porque se han encontrado leves indicios de la existencia de alguno, como Mebaragesi de Kish o Gilgamesh y Enmerkar de Uruk. Por supuesto, si existieron no fueron ni tan guapos, ni tan altos y esbeltos, ni novios de Angelina Jolie. Digamos que sus datos estĆ”n algo adornados. Por algo hay historiadores que la llaman āĆ©poca heroicaā. Tampoco cuadran del todo los periodos de reinado. Por ejemplo, a la Ćŗnica reina de la lista, Kug-Bau de Kish, se le adjudican 100 aƱos. Por indicios encontrados en alguna tablilla, suponemos que mĆ”s bien fueron alrededor de 20. La tercera parte presenta listas de monarcas de los que tenemos constancia, y es aquĆ donde nos topamos con el origen del documento y sus problemas. Para empezar hay que seƱalar que no es la Ćŗnica lista que se ha encontrado, pues hay otras mĆ”s parciales y antiguas, como la de Nippur. Tampoco es demasiado antigua. Fue elaborada a finales de la DinastĆa de Isin, lo que corresponde al crepĆŗsculo sumerio. Es, por asĆ decirlo, muy āmodernaā. Se cree que estĆ” basada en otra lista anterior que habrĆa sido escrita al principio de la III DinastĆa de Ur, unos cientos de aƱos antes.
ĀæY por quĆ© se creó tal lista? ĀæHabĆa, acaso, una intención tras ella de conservar la memoria histórica de los reyes? Pues mĆ”s bien no. La razón parece haber sido mĆ”s banal: justificar golpes de estado.
El primero de ellos lo encontramos, precisamente, en la III DinastĆa de Ur, la cual se funda cuando Ur-Nammu, general sumerio, le da una buena patada a su rey Utu-hegal, apoderĆ”ndose de la corona y fundando la dinastĆa. El resto los vemos en la DinastĆa de Isin, a finales de la cual se creó la lista, posiblemente durante el reinado de Sin-Magir, el penĆŗltimo rey. La Ć©poca en que vivieron los reyes de Isin fue muy turbulenta. Las ciudades sumerias ya no tenĆan una hegemonĆa clara que las uniera, como durante la III DinastĆa de Ur. AsĆ que, actuaban independientemente, casi como las ciudades de la Italia renacentista, intrigando entre ellas, guerreando, aliĆ”ndose y traicionando mĆ”s tarde al aliado⦠como si de gĆ”nsteres se tratara. Y entre ellas, la ciudad de Isin intentaba ser la mĆ”s importante, aunque otras como Larsa les frustraba cada cierto tiempo el intento. Reyes como Ishbi-Erra, fundador de la dinastĆa, Ur-Ninurta o Erra-Imitti llegaron al cargo tras rebelarse o jubilar a su antecesor por la vĆa rĆ”pida, seguramente mediante algĆŗn sistema original, creativo y fulminante, tal y como era habitual en esa zona del mundo (al rey acadio Rimush le aplastaron el crĆ”neo con un sello de piedra). Por si fuera poco, Ur-Ninurta habĆa sido sacerdote, en concreto un Ishippum, o sea, un purificador. No devolvió los privilegios arcaicos al clero, con lo que sus colegas no debieron ver a sus sucesores con buenos ojos. Tampoco debĆa tener la conciencia limpia porque en su código de leyes incluyó unas cuantas loas entre las que estaba la de ārestaurador de la religión y la justicia tras el diluvioā. Ā”Casi nadaā¦! Al final de la dinastĆa los reyes de Isin se veĆan entre ciudades enemigas vecinas que empezaban a ganarles batallas, otras extranjeras que subĆan como la espuma, como Babilonia, y reinados muy cortos de tres o cuatro aƱos. El rey Sin-Magir, que logró reinar 11 aƱos, debió pensar que era un opositor claro a la jubilación, y por ello decidió crear una lista parecida a la de Nippur. Para ello la comisión de escribas de turno āestas cosas siempre las hace una comisiónā colocó primero a los gobernantes que salĆan en los mitos y luego a algunos casi legendarios que recordaban, y cuyas hazaƱas darĆan lustre al documento. Y digo algunos, porque sabemos que faltan reyes en ella, como Eannatum de Lagash, que entre otras cosas ordenó hacer la famosa āEstela de los Buitresā para conmemorar una de sus victorias. No se trataba, por tanto, de realizar un listado exacto, sino de crear un documento que Sin-Magir pudiera esgrimir ante sus adversarios y el pueblo llano. Una forma de decir: āGuardo en mis archivos una prueba genuina y autĆ©ntica de que tengo derecho al trono, y estĆ” refrendada por los dioses. Si me dais unos dĆas para falsificar las firmas, os la mostrarĆ©ā. En suma, si un gobernante afirma que heredó la corona de un dios o de un antepasado legendario, mucha gente se lo pensarĆ” dos veces antes de cambiarle la copa de ValdepeƱas por una de cicuta.
Entre las inconsistencias del Prisma de Weld-Blundell no solo tenemos los aƱos de reinado, o la ausencia de monarcas conocidos, sino el hecho mismo de que se dĆ© a entender que la hegemonĆa fue pasando de una ciudad a otra. Tal como opinan historiadores como Kraus o Finkelstein, esta forma de estructurar la lista parece indicar una intención clara, no solo de justificar el derecho de un monarca al trono, sino tambiĆ©n a regir toda Sumer. Sabemos que esa hegemonĆa no siempre fue tan clara, y que a veces fue compartida por mĆ”s de una ciudad. Las pruebas arqueológicas muestran que hasta Eannatum de Lagash no aparece un rey que domine varias, y sobre todo, esto se ve con mĆ”s claridad con Lugalzagesi de Umma, que realmente conquistó casi toda Sumeria. Antes de ello es dudoso siquiera que Gilgamesh o Enmerkar pudieran haber reinado sobre mĆ”s de un par de ciudades, y mĆ”s aĆŗn en tiempos en que los ejĆ©rcitos eran reducidos. En una tablilla de tiempos de Eannatum aparece una lista de levas en la que sumamos un total de apenas 640 hombres procedentes de varias ciudades. Hay que esperar hasta el imperio acadio para ver a Sargón jactĆ”ndose de tener mĆ”s de 5000 soldados profesionales en su capital (unos 35.000 en todo el ejĆ©rcito).
La Lista Real Sumeria es, por tanto, una buena guĆa histórica, pero malamente un documento histórico fiable al 100% como pretenden algunos, pues como hemos visto, no fue creada para conservar la memoria del pasado, sino para justificar lo que entonces era el presente. Como se suele decir, una mentira repetida mil veces acaba siendo la realidad. HabrĆa que investigar si Joseph Goebbels tuvo algĆŗn antepasado sumerio.
Y sobre la insistencia de algunos acerca de que la Lista Real Sumeria indica que los dioses bajaron del cielo, habrĆa que explicar que el texto original dice (versión de Thorkild Jacobsen, Instituto de Estudios Orientales de la Universidad de Chicago): āNam-lugal an-ta e-dĆØ-a-ba / erida nam-lugal-laā, que traducido al espaƱol significa: ācuando la monarquĆa bajó del cielo / la monarquĆa habitó en Eriduā. O sea, que lo que bajó del cielo fue la monarquĆa (Nam-lugal), el concepto de tener un rey al mando. Si el escriba hubiese querido decir que bajó un dios habrĆa escrito āDingirā, y si hubiera querido referirse a un rey, habrĆa escrito āLugalā. Pero resulta que escribió āNam-lugalā, o sea, āmonarquĆaā. Ā”Se sienteā¦! No hubo aliens bajando de Nibiru, ni de Melmac, ni de Kripton. Por tanto, la próxima vez que alguien os diga que sabe de una tablilla genuina y real, que demuestra que los extraterrestres bajaron a Sumeria, y que estĆ” refrendada por las firmas de dichos extraterrestres, podĆ©is mandarlos a leer un diccionario⦠o bien darles unos dĆas para que falsifiquen las firmas y os las enseƱen.
ArtĆculo original de ‘Historias de la Historia’