liberticidas

Despojados por enésima vez de sus caretas políticas ante la ciudadanía, no ante sus sectas, que son inasequibles al esperpento, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en compañía de sus turiferarios y del lumpen político español, siguen empeñados en manifestar sus sentimientos hacia los fascistas: se merecen todos los ensañamientos imaginables, incluso este amago de conchabe para asustar más aún a los pusilánimes, y a tanto veleta que prolifera entre los encauzadores de opinión y los analistas de la política. Estos diablos del marxismo cultural dotados de democracia alientan a las masas ignorantes al exterminio del facha y oficializan el frentepopulismo en medio del regocijo de subsidiados -vernáculos y foráneos-, sectarios, parásitos, okupas, pervertidos, menguados y delincuentes de todo tipo y condición.

Desde su índole carroñera, los fanáticos frentepopulistas pueden permitirse estas declaraciones, estos exabruptos y estos odios viscerales e irredimibles, porque están amparados financiera e ideológicamente por esa formación capitalista evolucionada que se conoce con el nombre pretencioso de “capitalismo científico”; también porque son muchos los que, sin pensar exactamente como ellos, dependen de la cultura de la subvención, de esa mafia clientelar que, al proporcionarles el pienso, les compensa del incómodo papelón social que representan.

Nada más confirmarse el éxito electoral de VOX, la reacción de las izquierdas resentidas fue consecuente con su naturaleza: despreciativa y arrogante, ordenancista y amenazadora, prepotente y alarmista. Supongo que a medida que se acercaban las elecciones, los detectores gubernamentales del estado de la opinión pública debieron advertir la posibilidad de que su imaginaria ultraderecha incrementara su presencia en el mundillo político parlamentario, pero nunca que lo hiciera, como así ha sido, en forma casi de seísmo.

De ahí su estupefacción, primero, y su pánico, después. ¿Qué hacer? ¿Qué actitud debería tomar el poder para paliar la catástrofe? Nada de autocrítica ni de autocompasión, al modo de “¿qué hemos hecho para merecer esto?”, sino un ataque frontal al enemigo incluyendo las asiduas maniobras de insidia y desprestigio para desnaturalizar al chivo expiatorio y de paso confundir a los votantes del futuro, porque han entendido que el nuevo partido no sólo ha llegado con fuerza para quedarse, también para irse reafirmando en el porvenir si mantiene el rumbo actual.

Concluido el varapalo electoral -que han tratado de paliar en parte por medio del agit-prop y del pucherazo- estos maniobreros se hallan obsesionados en relativizar el éxito de VOX, quitándole valor al agente y al resultado y, sobre todo, despojándolo de legalidad para intimidar con ello al pueblo, y con él al resto de la clase política con aspiraciones de mamones estatales, con el fin de estigmatizar posibles acercamientos al apestado.

Y a pesar de que ese rechazo paranoide resulta inexplicable para buena parte de la opinión pública, los manipuladores se obstinan en él, acostumbrados a que los medios y los eslabones comprometidos a encauzar pareceres y sentimientos, rematen el trabajo; aterrorizados, además, por el riesgo visible de perder la estructura social que llevan montando desde hace décadas.

Mediante su habitual conducta bucanera, están decididos a poner una vez más a prueba la consistencia del electorado español, la firmeza del flamante criterio revelado en estas elecciones por tres millones seiscientos mil ciudadanos, conscientes de que disponen de abundantes medios. Tanto el Gobierno como la recua que le rodea conocen el aislamiento en el que están sus antagonistas, bloqueados o minimizados por aparatos de información y comunicación venales, instruidos para perfumar las cloacas del poder.

Saben que para romper las voluntades ciudadanas son útiles las movilizaciones, el uso espurio del lenguaje y los institutos de opinión, y como necesitan tiempo para el desgaste de ese juicio regenerador manifestado el 10-N, ahora menos que nunca -salvo sucesos imprevisibles- van a abandonar por las buenas un gobierno que la defección rajoyana les deparó y que en las actuales circunstancias les es imprescindible para no perder el chiringuito, es decir, el momio.

Y van a dedicar todo ese tiempo a poner en juego la infinita infamia de que son capaces para destrozar, no sólo al adversario, sino sobre todo a los valores que defiende, porque estos traidores codiciosos utilizan los movimientos sociales e informativos como correas de transmisión de sus turbios propósitos, nunca como instrumentos críticos de participación ciudadana.

Los liberticidas se han beneficiado, hasta la irrupción de VOX, de una oposición parlamentaria cómplice y, junto con ella, de la metódica devastación del tejido social crítico practicado durante la Transición. Entre sus aversiones, una de las primeras consiste en deslegitimar las conciencias censoras, tildándolas con los conocidos epítetos al uso (facha, ultraderechista, xenófobo, machista, etc.) con el fin de aherrojar al oponente y reducirlo al desprestigio o al silencio.

Así, el despotismo vulgar de los matones ha ido creciendo a medida que iba saltando sobre los cadáveres de la resistencia crítica, avanzando sobre un pueblo apabullado que retrocedía temeroso de que le etiquetaran con los adjetivos malditos. Por eso, ahora, que parecen reverdecer participaciones y conciencias capaces de cuestionar los abusos y las aberraciones de la antiespaña y que un futuro regenerador se ha hecho factible, a los ventajeros les ha entrado el pánico.

Esta actitud de las izquierdas resentidas es el síntoma evidente de que sin una plebe alienada, los liberticidas no son nadie. Con un tejido social sano, una ciudadanía viva, inmune a la abyección, la política degradadora tiene sus horas contadas. De ahí que VOX, sin dejar de responder a la catarata de vilezas que seguirán cerniéndose sobre su significado, ha de entregarse en cuerpo y alma a la tarea de sanear la sociedad mediante la habilidad política, el conocimiento de la Historia, las convicciones morales y la firmeza de ánimo. Y de paso que la inmuniza contra la hispanofobia y el rencor de los genuinos extremistas, rasgarles a éstos definitivamente las caretas y enfrentarlos a sus contradicciones.

A partir del pasado día 10, de la mano de VOX y de todos esos movimientos, asociaciones, diarios digitales, intelectuales legítimos, y luchadores anónimos que fructifican con ingenio y patriotismo en las redes sociales, España debe iniciar un nuevo y regenerador proceso constituyente para recuperar su índole histórica y su esplendor en el concierto mundial de las naciones como potencia política y moral. Un trabajo arduo, dadas como están las cosas, pero subyugante y promisorio.

Para ello, y como está en juego nuestro ser o no ser -derecho a la libertad, a la educación humanista, a la independencia judicial, a la propiedad privada, a la protección de la familia tradicional y de las fronteras, a Gibraltar, al amor a la Patria unida, etc.- el primer objetivo ha de consistir en la desaparición política o el encarcelamiento de los dementes y delincuentes que nos han arrastrado hasta esta ciénaga.

Un artículo de Jesús Aguilar Marina