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Estoy seguro, amigo lector, de que habrás percibido, lo mismo que todos los que solemos pasear por las calles y plazas de Córdoba, los inconvenientes de esta actividad tan recomendada por los médicos, como desagradable y peligrosa en muchas ocasiones. Vayamos con lo primero: Al parecer, el caminar cada día, nos reporta a jóvenes y ancianos la disminución de colesterol, la prevención de la diabetes, el aumento de vitamina D, la ayuda a perder peso, la posibilidad de reducir medicamentos y una gran lista de ventajas añadidas.
No seré yo el que me pronuncie en contra de tan saludable actividad, pero sí debo señalar las trabas con las que me tropiezo cada día y que -entre otras- son las siguientes: Aceras con múltiples baldosas sueltas, o falta parcial de ellas, invasión de las mismas por patines básicos, patinetes eléctricos, bicicletas, con o sin motor, carretillas de reparto, carrillos de los que recogen basura y chatarra, excrementos de perros (¡ay animalistas!), hojas de los árboles mal recogidas que cuando caen unas gotas se convierten (por no baldear las calles) en peligrosos patines, máquinas barredoras y sopladoras dentro y fuera de los jardines que ensucian más que limpian y son nocivas para la salud y tienen un ruido infernal.
A todo esto, hay que sumar los “regalitos” inesperados que nos dejan caer los muchos nidos de palomas que hay por todas partes y que cuando “aciertan” con el apresurado peatón, le obligan a volver a casa para no hacer el ridículo y para no perder la prenda que lleva puesta, ya que esos “regalitos” se “comen” el color si no se limpian rápidamente. Y qué decir de algunos “corredores de fondo” que -creyendo que están en una pista de atletismo- no respetan a quienes van con andadores, vehículos para impedidos o apoyados en cayados.
Ante todo lo expuesto se me ocurre preguntar, ¿quién vela por los derechos de los peatones?