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El político español, derechista-centrista-izquierdista, sigue yendo a lo suyo. ¿Y qué es lo suyo, me dirán? Pues lo que todo el mundo sabe; él funciona como la veleta del campanario que señala en cada momento de donde procede el viento. Alberto Rivera que “se mueve más que los precios” (¡te recordamos Chiquito de la Calzada!) es el personaje político que más uniformes ideológicos ha vestido en España en la última década; hasta el punto de haber agotado la gran gama de que disponemos en nuestra bendita Piel de Toro.
El presidente de Ciudadanos cree que “vale lo mismo para un roto que para un descosido” y esta postura no deja de ser un gran inconveniente para él mismo y para su partido. Si fuera un poco menos veleidoso, este todavía joven aspirante político, no causaría tantas adhesiones y rechazos alternativos entre muchos de sus afiliados y ex afiliados.
Porque en la vida de un político como en la de un empresario, profesor, funcionario o profesional libre, la cualidad que le da más crédito ante los demás (aparte de la honradez y la preparación) es la del criterio firme, apoyado en convicciones sólidas y verdades contrastadas. No se puede ser, por tanto, un “culo de mal asiento” que cada día diga o haga una cosa totalmente distinta de la que antes defendía con entusiasmo.
Porque, aunque es positivo -y recomendable- cambiar de parecer cuando nos damos cuenta de que llevábamos un camino equivocado, hacerlo con profusión denota una personalidad insegura y poco fiable.
Si Rivera pretende seguir como hasta ahora, no le arriendo las ganancias; pero si quiere cambiar su imagen deberá expresar con toda franqueza cuál es el espacio que quiere ocupar definitivamente en la política española y no dar tantos saltos mortales.