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Una nauseabunda táctica electoralista se ha puesto de manifiesto en este proceso de investidura de Pedro Sánchez. Da igual el resultado, da igual que haya o no presidente, da igual que se inicie la legislatura; lo que impera en la política española es repulsiva táctica buscando un puñado de votos sin que a ningún partido ni a ningún dirigente les importe un bledo la sociedad española y las soluciones a sus problemas.
Las ofertas de pacto del candidato socialista a Podemos -me niego a reproducir esa memez de Unidas Podemos- no estaban motivadas por un interés real de conformar el que en su opinión sería el mejor Gobierno para España, en cuyo caso no habría nada que objetar por muy distante que se esté ideológicamente. Si desde el día siguiente de las elecciones Sánchez hubiera iniciado la negociación, entonces habríamos creído que realmente su coalición con Podemos era honesta y basada en un sincero interés de conformar Gobierno para afrontar los retos futuros del país. Sin embargo, el presidente ha deambulado por el intento de forzar a Ciudadanos a dejarle gobernar llegando incluso a buscar la ayuda de un dirigente extranjero como el presidente de Francia, Emmanuel Macron; posteriormente la presión al PP para que su abstención favoreciese la investidura olvidándose de aquel célebre ‘Qué parte del NO no entiende’ que le espetó a Mariano Rajoy cuando las tornas eran inversas; después se inventó el ‘Gobierno de colaboración’ ofreciendo a Pablo Iglesias incorporarse “a la administración” como si se tratara de nombrarle funcionario sin pasar oposiciones; y cuando accede al Gobierno de coalición lo hace para sembrar la discordia dentro de Podemos vetando al propio Iglesias y ofreciendo ministerios sin competencias a otros dirigentes podemitas como Irene Montero o Pablo Echenique. ¿Acaso los ministros de Podemos van a hacer algo distinto a lo que les ordene Iglesias? ¿Acaso Montero y Echenique piensan distinto a Iglesias respecto a aceptar la independencia de Cataluña, por ejemplo?
Todas las posiciones por las que ha ido deambulando Pedro Sánchez en los últimos meses están pensadas con vistas a la próxima contienda electoral -que llegará más pronto que tarde-, en la que pretende terminar de fagocitar a Podemos, dejándolo en la misma posición irrelevante que tenía la oficiosamente extinta Izquierda Unida. Frente al poderoso acoso mediático del PSOE, la estrategia defensiva de Pablo Iglesias ha sido la del sumiso perdedor que rehúye el papel que se le pretende asignar de culpable de la ausencia de un Gobierno “de progreso”. Lamentablemente, los partidos más perniciosos para el futuro de España, es decir, Podemos y los independentistas, han sido los más sinceros en todo este proceso, pues les ha quedado meridianamente claro que lo mejor para sus propósitos de desintegrar la unidad nacional española es contar con Pedro Sánchez en la Presidencia del Gobierno, de ahí que el dirigente podemita haya soportado el sinfín de humillaciones al que le ha sometido el aparato socialista. Todo sea por tocar poder y utilizar los resortes que se ponen con ello a disposición del partido para recomponer su maltrecho balance financiero tras los descalabros sufridos en el último rosario de citas electorales, además de para colocarse unos cuantos de ellos en puestos que llevan aparejados elevados salarios.
En cuanto a los detractores del Gobierno socialista, sus posiciones y razonamientos contrastan con los mantenidos en 2016 cuando era Mariano Rajoy quien ganó las elecciones sin apenas margen para conseguir la investidura debido a una aritmética parlamentaria que finalmente obligó a la primera repetición electoral de la democracia en España. En aquella ocasión, el PP y su candidato presionaban al PSOE de Sánchez para que se abstuviera y evitara el bloqueo institucional, planteando una opción que en la actualidad rechazan lo que corrobora lo absurdo de aquella ocurrencia que ingenió Rajoy cuando tenía “la agenda muy libre”. Tres años, y dos elecciones, después, ambos partidos han intercambiado sus posiciones pero han mantenido los argumentos: los que antes pedían una abstención ahora no se abstienen y los que ahora piden una abstención antes no se abstuvieron. ¿Provoca náuseas o no?
Ahora bien; si la desfachatez de PSOE y PP provoca un enorme desprecio, no se queda atrás Ciudadanos. En la Unión Europea y en altas instancias financieras se confiaba tras el 28-A en que la suma de escaños del PSOE (123) y de Ciudadanos (57) posibilitara la conformación de un Gobierno moderado con una amplia mayoría de 180 diputados que transitara por una plácida legislatura de estabilidad. Sin embargo, Albert Rivera se ha decantado por negarse a investir a Pedro Sánchez sin haber explicado los motivos por los cuales ya no es válido el pacto que alcanzaron el 24 de febrero de 2016. Entonces, cuando la suma de sus votos no era suficiente, Sánchez y Rivera dotaban de una ficticia solemnidad a la obra teatral de firma de un acuerdo programático que defendían como el más beneficioso para España. Tres años después y ahora que la unión de sus diputados sí permite elegir presidente, el dirigente de Ciudadanos no ha desvelado las razones por las cuales ese acuerdo político ya no es útil para nuestro país.
La razón hay que buscarla, cómo no, en el ámbito partidista y concretamente en su decisión de pugnar con el PP para liderar el centroderecha español. Tampoco a Albert Rivera le importa si España tiene Gobierno o si los problemas de nuestra sociedad se van agravando, como prevén algunas instancias que vaticinan una desaceleración de nuestra economía para el año que viene; su afán por asumir el liderazgo de la oposición como paso previo para tener opciones de alcanzar la Presidencia nublan cualquier empeño que pudiera tener de beneficiar al país.
El dirigente de Ciudadanos sólo es, en cualquier caso, el más torpe de los líderes políticos al esconder sus ambiciones. Rivera, Iglesias, Casado y Sánchez son desvergonzados en la misma proporción pues en todos ellos coincide que su afanes particulares, tanto personales como de partido, están muy por encima de los intereses de los españoles, de cuyos impuestos reciben una buena soldada. Aprovechando que en el debate de investidura el candidato a presidente propuso reformar la Constitución para evitar los bloqueos a la formación de Gobierno, resulta pertinente hablar de una reforma que estuviera encaminada a limitar los sueldos de los miembros del Poder Ejecutivo y del Legislativo en estos periodos de interinidad que transcurren desde la celebración de las elecciones hasta la investidura del presidente. A buen seguro que esa reforma constitucional sí sería bien recibida por los ciudadanos, aunque mal acogida por esta repulsiva clase política.