PSOE

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“Un nombre que nos defina”. En esto debían pensar quienes eligieron las siglas del Partido Socialista Obrero Español. Pero la elección de unas siglas con intención descriptiva compromete a su defensa mientras duren. Con esto en mente, la imagen lamentable de una sesión de investidura que muestra la ausencia, por parte del candidato, no ya de altura política, sino siquiera de diálogo, me hace reflexionar: ¿queda algo de PSOE en el PSOE?

La “S” que hace al PSOE miembro de la Internacional Socialista fue, afortunada e inteligentemente, desechada por el propio partido hace cuatro décadas. El marxismo que se asumía como principio ideológico hasta entonces, era impropio en una democracia occidental, aún más sin haberse levantado el telón de acero. La prudente transformación del socialismo español me lleva a juzgarlo por la vertiente que desde 1979 dice representar: la socialdemocracia.

Si existe una bandera socialdemócrata que respetar, esta siempre será la búsqueda de fortaleza del Estado del Bienestar. Lamentablemente, el PSOE no parece haber aprendido que el bienestar se construye sobre presupuestos que no solo se aprueban, sino que llegan a ejecutarse (véase su legado en Andalucía), y que la riqueza, para ser distribuida, primero debe ser creada, algo difícil ante un intervencionismo desconfiado del mundo empresarial.

Sobre la “O” de obrero, poco hay que decir: es una referencia caduca que, en la poca actualidad que se le pudiera otorgar, es ignorada. Como apuntó, certero, un buen amigo mío, la izquierda obrera defendía históricamente al trabajador de las nuevas empresas que se hacían con las tradicionales, y miraba con recelo la inversión extranjera como si de una intrusión se tratara, mientras que hoy el PSOE abraza el multiculturalismo, un mercado internacional, y el mantra de “tumbar fronteras”. No, hace tiempo que el PSOE dejó de ser obrero.

Siguiendo con la “E”, ignoremos la obviedad del país al que pertenece el partido, para centrarnos en su visión territorial de España. Lo cierto es que, casi dos años después de aplicar el 155, el PSOE no deja de bordear los límites del constitucionalismo: el pacto en Navarra alimenta el coqueteo anexionista con el País Vasco, donde su representante protagonizaba el flagrante blanqueo de Bildu en su célebre cena con Otegi. A su vez, Miquel Iceta apuesta por indultos a los golpistas en caso de sentencia condenatoria, mientras juega con frivolidad a predecir cuántos años quedan hasta un hipotético referéndum. La ideología federalista se está viendo deformada peligrosamente hasta casi entrar en terreno inconstitucional, olvidando el texto íntegro de nuestra Carta Magna: “la soberanía nacional reside en el pueblo español”.

Queda un resquicio de esperanza en esta crítica, pues no tiene sentido malgastar el tiempo en algo puramente destructivo. Así pues, terminemos con la “P”: partido. El hombre de Estado que lideró la gestora socialista ha abandonado la política, y los barones que cuestionaban la deriva izquierdista del PSOE callan ahora, agradeciendo con su silencio las victorias electorales que les ha brindado la estrategia incendiaria que tanto criticaron. Aguardo deseoso que haya partido más allá de Sánchez, y que la verdadera socialdemocracia pueda confrontar con su secretario general, antes de que este alcance su objetivo personal instrumentalizando al PSOE, hoy lejos del centro: o el partido modera a Sánchez, o el presidente no dejará en pie ni la primera letra de sus siglas.