sobacos

ÚNETE A NUESTRA NUEVA PÁGINA DE FACEBOOK. EMPEZAMOS DE CERO

ÚNETE A NUESTRO NUEVO CANAL DE TELEGRAM

ÚNETE A NUESTRA NUEVA COMUNIDAD EN VK

Una periodista ha salido en defensa de la posible vicepresidenta de Podemos enseñando pelos en los sobacos cuando tenía el brazo abierto. Ni que decir tiene que se ha armado un barullo en todas las redes sociales para que esta amiga de la ministrable haya salido en defensa diciendo: “Algunas se depilan y otras no, ¿y qué?, no voy a contradecir a esta periodista de la defensa  a esta sinrazón y con el desafuero que ha dado en la redes la defensa  de la pareja del Pablo Iglesias y otras en sentido contrario, como al parecer ha sido un concejal del PP diciendo “ que si esta tipa es vicepresidente del Gobierno de España se afeite los pelos del sobaco  cuando nos represente”.

Se dice en un comentario: algunas mujeres de la cultura que han conquistado el mundo rompiendo cánones. Cosa que no  tiene nada que ver si estas señoras tienen cultura, donde se le supone que tanto es cultural si se tiene pelos en las axilas o  no  los tiene. Una de estas señoras diagnosticadas culturales ha sido la artista española Penélope Cruz, enseñando las cavidades sobacales con más pelos que las greñas de la posible vicepresidencia, que al fin y al cabo eran incipientes pelillos queriendo aflorar.

Creo que los españoles de a pie ya no nos asustamos de nada. La vida pública  cada día que pasa se está tomando como el pito de un sereno, que no servía para nada. La vida pública está transformando  a todos, de vez en cuando vemos batallas campales  de tal calibre que no nos asombran  que pasamos por ellas por su lado y pasamos de largo. Los  machetes con sus artes marciales lo estamos viendo en las calles. Barcelona es una de estas ciudades donde te abordan las prostitutas ofreciendo sus cuerpos y los clanes de la droga te dan fastidio hasta que estas lejos de ellos. Barcelona ha cambiado de la noche a la mañana, lo mismo que cualquier ciudad de España y ¿Quién tiene la culpa?

Hace ahora cierto tiempo,  ojeando un periódico  vi una señora meando en la calle con las patas abiertas como si fuese una yegua, enseñando sus largos traseros como  una diosa del olimpo en plena calle de Barcelona, luego me enteré que era la directora de comunicación de la alcaldesa de esta ciudad Ada Colau, llamada Águeda Bañón. No nos asustamos de nada. Nos metemos con nuestros hijos, hablando de los móviles, donde estos son manoseados las 24 horas del día, y sin embargo hemos leído que hay una falta de respeto hacia los propios diputados  en el Congreso cuando hay una mayoría que sus móviles  están perennes en las manos de los restantes congresistas, una falta de respeto en un lugar que se están deliberando asuntos para el bien de España. Y, encima les pagamos para que tengan el móvil y las app en sus manos, muchos de ellos solazándose  con ojos engrandecidos y echando chiribitas  con  las vivases fotos.

No voy a entrar  si la higiene y ahora con los calores que tenemos  debe entrar  en dimes y diretes,  puesto que acatamos por bien vestido a la pareja de la susodicha—cada día se ven más— con pantalones vaqueros, camisa arremangada y con cuadros parecidos a los manteles que mi abuela tenía en su casa, con el pelo alargado y enmarañado y con  prendas de vestir  anómalas para un lugar que se supone es la majestuosa  casa de todos los españoles.

En definitiva hemos entrado enmarañando la vida pública, como la cabellera de Pablo Iglesias, una cosa es que no le guste a uno y  otra es la supina comodidad de nuestros políticos.  Con tantos derechos tendrán cualquier día piscina, los veremos con  bañadores hacía la piscina para darse un refrescante baño. A este paso veremos también al vendedor de helados vendiendo estos entre los ya manidos políticos. Hemos visto a una señora darle de mamar a su hijo en el escañó de su mamá.  Hemos visto a  otra señora jugueteando con la app viendo dibujos animados y lo más indecoroso hemos presenciado  el circo de este verano en la carrera de San Jerónimo. Y,  lo que nos faltará ver—todo llegará— los calzados  de cualquier legislador  fuera de su sitio, para hacer descansar los pies de los ajetreados días dentro del Congreso. Agarrándome a la obra teatral del piyayo en la  última estrofa dice: A chufla lo toma la gente, y a mí me da pena y me causa un respeto imponente.