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Vivo en un pueblo del que podría decirse que es un paraíso para los perros. Tenemos magníficos espacios para el paseo e infinidad de parques de todos los tamaños, características y dotaciones, incluso hay algunos específicamente para perros. El alto nivel cultural de sus vecinos, que se traduce en respeto a los demás, dan lugar a una convivencia con estos animales aún mayor. Tengo una perrita, ya con cinco años, que se llama Tuka. Apenas tenía unos días de recién nacida cuando me hice cargo de ella para evitarle un futuro más que incierto. Soy su padre, su madre y toda su familia. Duerme en mi habitación, aunque en cama aparte y come de todo lo que yo como, aunque además le tengo un cacharrito con pienso para cuando le apetece. Indudablemente reúne todos los requisitos legales a las que las normas obligan. En definitiva, yo soy el amor de su vida de la misma manera que ella, es un miembro más de mi familia. Paseamos muy a menudo, a veces durante el día y a veces ya anochecido, según las posibilidades de mi agenda. Desgraciadamente me estoy planteando muy seriamente dejar de pasear por la calle con mi perra.
He tenido episodios de todo tipo con personas que se sienten defensores de los animales y que llegan en su defensa mucho más lejos de lo que se perciben en estas mismas situaciones entre humanos. Me han recriminado de exponer al frio a la perrita, en una ciudad como Sevilla en la que al medio día y por mucho frio que hiciera, no bajaría la temperatura de diez grados. Me han recriminado por exponerla a el calor, que es el mismo que pueda pasar yo, y a pesar de hacerlo por zonas lo mas sombreadas posible. Me han recriminado que la correa de paseo fuera demasiado corta etc. etc. Como decía, recriminaciones que no se dan en estas mismas circunstancias entre personas. Muchos de estos tan sensibles con los animales, son los mismos que permanecen sentado en un autobús mientras que una persona mayor o una embarazada tiene que estar de pié, los mismos que jamás seden el paso a otra persona desfavorecida, los mismos que pasan con la mayor indiferencia ante alguien que pide para poder comer o es aquel que conduciendo se para en medio de la carretera para hablar con un amigo mientras los de detrás esperan. Son también los mismos que se montan en una bicicleta y van arrollando a los peatones que ocupan las aceras.
Hace unos días leí una tribuna en ABC de Victorino Martín; se quejaba amargamente de esta misma situación y que también se da con el toro de lidia y con la caza. Decía “los españoles asistimos un tanto estupefactos, a la aparición de una ideología que se arroga una absoluta superioridad para determinar lo que se puede hacer y lo que no, y que pretende acabar sin más con nuestras tradicionales formas de vida”. Aseveraba a continuación, sobre las enormes cantidades de dinero que reciben todas estas asociaciones para la defensa de los animales. Los más avezados pueden extrapolar esta situación, a otras en las que solo hay que cambiar el sujeto beneficiado por la norma y que, de igual manera, reciben extraordinarias cantidades de dinero y no se sabe de dónde. El común denominador es acabar con el modelo de sociedad que conocemos en Europa, de momento, quizás, por ser el continente más cercano a los grandes pozos de petróleo.