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Estamos a 48 horas de la celebración de un debate de investidura, cuyo resultado conocemos todos los españoles antes de que tenga lugar, porque las negociaciones entre los partidos que tienen la posibilidad de gobernar, no han fructificado, pero no por discrepancias ideológicas, sino porque sus protagonistas, llenos de ambición del poder por el poder, han hecho lo necesario para que el resultado sea negativo para el ejercicio de la gobernanza de España.
Estos partidos que ocupan el espectro de la izquierda, no tienen en cuenta los intereses de Estado, ni el mandato de diálogo que los españoles impusieron en las urnas a la hora de establecer mayorías para el gobierno y se escudan en estrategias, tácticas y en campañas de imagen para justificar sus comportamientos, poco convincentes para una democracia parlamentaria y para la salud del sistema de libertades que nos hemos dado.
Si de por si, desde 2015 en la opinión pública y publicada se achacan todos los males e imperfecciones del sistema al bipartidismo, ahora resulta que roto este, tanto en la izquierda como en la derecha, se observa con estupefacción que las fuerzas políticas no tienen voluntad ni aceptan el diálogo, que solo van a sus intereses de poder y que sea cual sea la realidad de las necesidades de un país, solo se mueven según sus voluntades particulares.
Ha bastado ver lo que está pasando en Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, para sacar a la palestra lo peor de los partidos y sus líderes, encaprichados en sus tácticas, voluntades y caciquismos para comprobar que aparte de la clase política, le importa poco la ciudadanía, el mandato recogido y el cumplimiento de las promesas apalabradas en la campaña.
Volveremos en Septiembre a un nuevo curso político y nada habrá cambiado, hasta el punto de que seguramente tendremos que aguantar una nueva campaña electoral y unas nuevas elecciones, que no van a cambiar mucho el hartazgo y el hastío de los ciudadanos a la hora de acudir nuevamente a cumplimentar sus obligaciones democráticas.
No sería de extrañar que las cosas no se modifiquen mucho en cuanto al real estado de las cosas, en una sociedad que estará pendiente de una posible llegada de una crisis económica, de cuál va a ser la sentencia del “Proces” que dictamine el castigo para esos políticos presos que subvirtieron el orden constitucional en Cataluña o de si por fin, los políticos van a facilitar un gobierno capaz de afrontar los grandes retos que tenemos como país.
Lo cierto, es que están consiguiendo que crezca la desazón, que se dispare la falta de credibilidad en la política y que poco a poco, tanto desde la izquierda y desde la derecha, engorde ese “partido silencioso y de protesta”, llamado abstención.
No hay buenas alternativas a este partido ni a las consecuencias de su “programa”, pero es el camino al que se acogen quienes, desde la incredulidad en la honestidad política, se apartan del sistema y de quienes lo rigen, por considerarlos unos “fracasados”.
España y los españoles no se merecen eso, porque, aunque se han dejado llevar por opiniones destructivas del sistema o por hechos de corrupción que les han frustrado, lo cierto es que quieren tranquilidad, con una prosperidad que les haga mejorar y con un clima de convivencia que no sea ni tan crispado ni tan de enfrentamiento entre la propia sociedad.
Tenemos una democracia joven, creada desde el diálogo, la ilusión y con el olvido de aquello que nos separa y hace daño para caminar hacia esas metas que nos dimos y que nos hicieron sentirnos orgullosos como país y como sociedad y de las que nos estamos olvidando, con el peligro de radicalismo que las estropee o las destruya, que pueden hacernos retroceder en la historia para mal.
Hablamos, pensamos, reflexionamos como sociedad o desde los creadores de opinión pero este lunes cuando el candidato a la presidencia del gobierno Pedro Sánchez, empiece su discurso en la tribuna de las cortes, nos empezamos a meter en un camino perverso, pero irremediable de intereses personales, desde la política, para sentir una frustración como sociedad y un fracaso inducido como país, lo que no nos merecemos sin duda, pero que nos hacen sufrir quienes en realidad deberían mirar por nosotros, los españoles.
Triste espectáculo el que veremos en el Congreso este lunes, en el que hablarán y hablarán, pero en donde todo está dicho y nada resuelto porque quieren poder en vez de gobierno y es una obra de teatro demasiado repetida y representada en estos últimos cuatro años. ¿Continuará?