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El abanico es un complemento esencialmente femenino que se viene usando desde tiempos remotos. Fue inventado por un chino en el siglo VII, aunque a Europa no llegó hasta el siglo XV. Está pensado y destinado, principalmente, para mitigar el calor, aunque se le ha asignado también una especie de lenguaje mediante el cual, las señoras o señoritas transmiten (o transmitían) con él una serie de mensajes según un código bastante curioso.
Los primeros abanicos eran redondos, con un mango fijo y después fueron evolucionando hacia los semicirculares plegables con varillas planas de madera, marfil u otros materiales, sujetas en la base (la parte más estrecha de las varillas) con un clavo remachado y unidas en el otro extremo (la parte más ancha de las varillas) por una franja plisada de papel o tela casi siempre decorada. Una vez dicho lo cual, me voy a referir a cómo algunas señoras o señoritas manejan este artilugio, algunas veces diabólico. Lo normal y deseable es que quien haga uso de “su” abanico lo haga para ella sola y con prudencia; es decir, desplegándolo sin ruido y delicadamente, pegando su brazo a su costado y con su mano “armada” hacer un movimiento no muy brusco a izquierda y derecha que no rebase los límites de su rostro.
Digo esto porque en las dos últimas ocasiones que me he sentado a la vera de una dama he visto como la primera levantaba su codo a la altura del hombro y accionaba de arriba abajo su artilugio con tanta decisión y empeño que empezaron a enfriárseme los pies porque yo calzaba zapatos de rejilla. La otra dama, en cambio, lo agitaba de izquierda a derecha, pero con tanta rapidez y recorrido a babor y a estribor, que le hacía competencia al ventilador que había en la estancia donde nos encontrábamos.
En ambos casos, tan pronto como tuve una oportunidad, cambié de lugar pretextando que requerían mi presencia en otro lado. Señoras, por favor, no sean tan generosas; ¡¡usen el abanico solo para ustedes!!