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Siempre he sido defensor de las agrupaciones, asociaciones, colegios profesionales, sindicatos y cualquiera otra institución grupal, constituida legalmente con el objetivo de defender los intereses de sus socios, colegiados y partícipes de dichos entes. Es lo lógico y natural en una sociedad avanzada que defiende la libertad de asociación y mil libertades más, como es España. Ahora bien, hay que saber igualmente que el uso de esas libertades conlleva -naturalmente- la obligación de respetar los derechos de los demás a expresar sus propias opiniones, sean las que sean. Traigo esto a colación para fijar mi posición sobre lo acontecido en la celebración del día del Orgullo Gay en Madrid.
Como premisa, he de aclarar que nunca sentí ningún rechazo ni animadversión sobre la inclinación sexual de nadie y así continúo pensando. Pero, de la misma manera, creo que esta organización se está extralimitando en sus objetivos (yendo del orgullo al barullo) porque le están dando a sus manifestaciones un carácter político que, a mi juicio, nada tiene que ver con su identidad. Es más, en algunas ocasiones, parecen más bien que van contra todo y contra todos los que no pertenecen a ese colectivo.
Todos solemos estar orgullosos de nuestras profesiones, sindicatos, agrupaciones y asociaciones de todo tipo, pero eso no nos da derecho a insultar y acosar a nadie, ni tampoco a manifestarnos de forma ruidosa e indecorosa.
Es preciso que las personas de cualquier credo o tendencia sepamos estar a la altura de las circunstancias y saber que estamos en el siglo XXI y debemos cada día procurar hacer un mundo más coherente donde quepamos todos y nos ayudemos mutuamente.