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Fernando Sánchez Dragó
Debido a su militancia comunista y a su oposición al régimen franquista, fueron varias las ocasiones en las que Fernando Sánchez Dragó pasó por la cárcel. Formaba parte de la poca oposición real que tuvo Franco en su época, dado que los que hoy son tan anti-franquistas ni lo fueron con el gobierno de Franco e incluso formaban parte del propio régimen, siendo muchos de ellos hijos de altos cargos.
Muchos de los grandes anti-franquistas que ahora pretenden darnos lecciones de esa época, o no habían nacido, o vivían tranquilamente cara al sol que más calentaba en aquella época. En un artículo publicado en el diario de papel de “El Mundo” en 2010, Sánchez Dragó se convierte, sorprendentemente para muchos, en un testigo de un supuesto juicio contra el régimen de Franco, pero no en un testigo de cargo. Al contrario de lo que muchos podrían pensar se convierte en un testigo de descargo.
“Testimonio ante el juez”, por Fernando Sánchez Dragó
Es un artículo muy corto, de muy pocas palabras. Pero en esas pocas palabras describe a la perfección lo que fue, lo que no fue y lo que muchos manipuladores y anti-franquistas de nuevo cuño querrían que hubiera sido. Merece la pena leerlo. Entiendo que a muchos no les servirá de nada hasta que no se lo filtren otros, pero en fin, es lo hay.
“SEÑOR JUEZ: quiero prestar testimonio en el proceso abierto contra los crímenes del franquismo. Todos los testigos llamados a declarar son de cargo. Yo lo seré de descargo. Le expongo mis antecedentes:
en septiembre del 36 pasearon a mi padre en Burgos, mi tío paterno fue condenado a muerte al terminar la guerra y pasó varios años en la cárcel, yo mismo di con mis huesos en ella, fui detenido en no pocas ocasiones, sufrí cinco procesos, permanecí un total de diecisiete meses en Carabanchel y casi ocho en prisión domiciliaria, estuve seis años en el exilio…
¿Le basta con eso? ¿Admite mi testimonio? ¿Me reconoce la condición de víctima del franquismo? ¿Tengo derecho a hablar o me sentará, por parecerle facha, en el banquillo? Le recuerdo que, a diferencia de muchas de las personas llamadas por usted a declarar, mi testimonio no es de oídas. Soy testigo presencial de los supuestos delitos que se juzgan y de la época en la que se cometieron. No pueden decir otro tanto Almodóvar, Javier Bardem, Juan Diego Botto o Almudena Grandes, y menos aún los bisnietos de las presuntas víctimas.
Recuerde asimismo que mis palabras no son fruto de ideología, por carecer yo de ella, ni del afán de medro. Al contrario: pueden costarme caras. Nada tengo que ganar y sí mucho que perder. ¿Por qué, entonces, me meto en la boca de lobos que no son feroces, pues con sus plañidos sólo quieren estar cara al sol que más calienta?
Se lo explicaré: vengo aquí movido por la indignación que tanta mentira me produce. Las cosas no fueron como sus testigos las cuentan. Yo estuve muchas veces en Correos y nadie me torturó. Todos los españoles, todos, fueron víctimas de una guerra cuya estúpida crueldad se divide a partes iguales entre los Hunos y los Hotros. Y en cuanto a la posguerra, cierto es que los años del franquismo lo fueron de sombras para algunos, sobre todo al principio, pero también de luces para muchos. Y aun me atrevería a decir, jugándomela, que las segundas fueron más que las primeras.
En la España de Franco que conocí sólo sufrían persecución quienes desde posturas radicales -las mías, por ejemplo- y buscando pelea se enfrentaban al Régimen. Créame si le digo que éramos pocos. Mis recuerdos lo son de un país abierto, alegre, divertido y más libre, en lo menudo, que el de ahora. Basta de mentiras. No reabra trincheras. No dé vivas a la República, que lo fue de infamia. Sobresea al asunto. ¿Habeas corpus? Pues aquí está el mío, señor juez. Ecce homo.”