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Debo confesar que cada día me gusta más sumergirme en las tranquilas aguas del refranero español, para gozar de la gran sabiduría popular que contiene y para apoyarme más de una vez en los refranes para titular mis escritos. Y también, cada día, me duele enormemente que nuestra lengua sea continuamente infectada por los anglicismos que, dicho sea de paso, lejos de ser un signo de buena cultura, son todo lo contrario y el camino más corto para minusvalorar torpemente nuestro bello idioma español.
Hoy he escogido el refrán que me sirve de título para referirme al comportamiento de los componentes del Ayuntamiento saliente de Córdoba, porque les cuadra perfectamente. Desgraciadamente, Ambrosio y su muchachada, durante su mandato se han destacado por su inoperancia y pésima gestión (véanse, por ejemplo, las aceras de la ciudad; parques, jardines, avenidas, circulación en la ciudad, limpieza, iluminación ordinaria y extraordinaria, solidaridad con hermandades, respeto para quienes no les han votado, etc, etc, y mil etc. más).
Y, ahora, como malos perdedores que son, en los estertores de una pésima gestión y para dejar una señal ¿indeleble? de su paso por el municipio cordobés, han querido despedirse sin dar pan -ni agua- pero ¡oh casualidad! en lugar de hacerlo con la decencia a que están obligados quienes han perdido en las urnas, se aplican lo del refrán -que hoy hago mío- y se regodean con las tortas del “cambio urgente de los nombres de las calles”.
Triste epílogo a un mandato lleno de sombras y desencuentros. Desde luego si yo formara parte del gobierno municipal entrante, pero siempre dentro de la Ley, colocaría -como primer y prioritario asunto- el restablecimiento del nombre de las calles cambiadas, por ser un acto de justicia.
¡¡¡Y me quedaría la mar de a gusto!!!