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Intentar convencerse de que cualquier tiempo pasado fue mejor es un ejercicio no sólo estúpido sino también inútil por mucho que nuestra clase política se esmere en darnos, uno tras otro, motivos más que sobrados para añorar momentos pretéritos, que no tienen por ello que ser mejores sino simplemente distintos. Sea por el motivo que fuere el caso es que se recuerdan con cierta nostalgia, ahora que se acercan unos comicios municipales, aquellas batallas electorales que se libraban en la mayoría de las grandes ciudades, donde los partidos se esmeraban en situar a candidatos de prestigio sabedores de la importancia y proyección que suponía obtener importantes alcaldías.
Por la política local han pasado personas de renombre como Enrique Tierno Galván, Agustín Rodríguez Sahagún, Soledad Becerril, Pascual Maragall y más recientemente Juan Alberto Belloch o la inefable Rita Barberá. Con independencia de filias o fobias ideológicas, es inevitable coincidir en que todos ellos poseían una valía personal que pusieron al servicio de la política y del bien común con mejor o peor balance, según cada cual quiera analizarlo. Aquellas batallas electorales de primer nivel favorecían que efectivamente los alcaldes elegidos dieran lustre a su ciudad. No es cuestión de añorar tiempos pasados pero lo cierto es que la realidad actual soporta mal la comparación.
Cualquiera que sea la capital de provincia que se pretenda analizar no se encontrará un candidato al que podamos considerar como una figura de primer nivel, salvo que alguien pretenda conformarse con una exjuez estrambótica, con una retrógada activista antimonárquica, o con ¿hay alguien más? Tan vacua es la política local actual que estas dos alcaldesas de Madrid y Barcelona -nunca ambas ciudades habían caído tan bajo- son lo más granado, así que no se quiera imaginar lo que se está cociendo en niveles inferiores.
En este siglo, la quinta ciudad española, Sevilla, tiene el dudoso honor de haber mantenido como alcalde durante 12 años, el más longevo de todos, a quien sin duda ha representado peor a la ciudad, además de haber dado la más amplia mayoría absoluta a quien fue su sucesor no por méritos propios sino por los deméritos del anterior. Efectivamente, a los sevillanos les llevó mucho tiempo darse cuenta de la impericia de Alfredo Sánchez Monteseirín pero cuando se convencieron de ello le propinaron un tremendo empujón y se abrazaron como nunca antes a otro, Juan Ignacio Zoido, aunque éste fuera no menos inoperante que su antecesor. Unidos por su ineptitud, ambos exalcaldes sevillanos han venido en coincidir en otra característica habitual de los políticos españoles como es la de hacer de la política su modo de vida sin tener la más mínima intención de retornar a sus actividades profesionales anteriores al ejercicio del cargo público. Vivir de la política tiene que ser algo tan cómodo y satisfactorio que ni Monteseirín ha vuelto a ejercer como médico ginecólogo ni Zoido se ha planteado volver a ocupar su plaza de juez en la Audiencia de Sevilla, ocupaciones ambas que pudiéramos en principio considerar como bastante atractivas dados su reconocimiento social y su nivel retributivo.
En efecto, la escasa valía política de los actuales candidatos a regir los destinos de las ciudades está suponiendo, además de un deterioro del prestigio de la vida municipal, una merma importante en aspectos estructurales de las urbes tales como su desarrollo económico o su calidad de vida. En los últimos años se está viviendo en las grandes capitales un peligroso fenómeno de ‘turistización’ que ha sido alentado por los propios alcaldes, algunos de los cuales, como el insensato sevillano Juan Espadas, ha hecho un llamamiento mundial a las grandes cadenas hoteleras a establecerse en su ciudad con ofertas de lujo, expandiendo aún más la burbuja turística que hoy inunda la ciudad. Siguiendo la tendencia marcada por Madrid y Barcelona, las dos principales capitales andaluzas, Sevilla y Málaga, han entrado en feroz competencia para la captación de turistas, a la que inevitablemente se han unido otras ciudades como Cádiz en su afán por hacer de su puerto el atraque favorito para cruceristas de todo el mundo, aunque vaya en detrimento del malagueño, ya que la coordinación de esfuerzos en pos del bien común de la región andaluza es algo que nadie se ha planteado.
Lo que, sin embargo, sí se ha hecho común en las urbes, aunque haya sido de manera espontánea, es la proliferación descontrolada de alquileres turísticos, lo cual ha generado un boom que amenaza con tener graves consecuencias cuando, como ocurre con todas las burbujas, llegue el estallido. En ese momento, todos los actores partícipes volverán a proclamar aquella cantinela, ya escuchada durante el crack inmobiliario, de “yo no he tenido la culpa” y nuevamente las administraciones, los empresarios del sector y los trabajadores se mirarán unos a otros para reprocharse el estallido. Pasó con la burbuja tecnológica, se repitió con el boom del ladrillo y volverá a ocurrir cuando una recesión económica mundial, que posiblemente no esté muy lejana, provoque un descenso del turismo internacional que deje medio vacíos todos esos hoteles de lujo que ahora se construyen y queden sin ocupación todas esas viviendas que hoy se dedican al alquiler para visitantes.
De momento, a los residentes de las grandes ciudades, sobre todo a los jóvenes con intención de emanciparse, les toca emigrar al extrarradio o a alguna ciudad-dormitorio donde el precio del alquiler no haya sufrido la desmesurada inflación que provoca el destino turístico, la cual está ocurriendo con la aquiescencia de unos alcaldes irresponsables que no están utilizando los beneficios económicos del turismo como impulso para el desarrollo de la ciudad, sino que están haciendo de aquel el motor exclusivo de la economía. Utilizar el turismo como una fuente de ingresos invertibles en otras actividades de mayor valor añadido como el sector tecnológico, el I+D+i o la industria es una apuesta que brilla por su ausencia en las ofertas electorales de los candidatos a las Alcaldías, quienes han decidido exprimir la gallina de los huevos de oro sin diseñar ninguna otra alternativa.
Los últimos vaticinios del Fondo Monetario Internacional presagian que el 70% de los países del mundo sufrirán este año una recesión económica, mostrando además una gran preocupación por la guerra de aranceles entre Estados Unidos y China. Cuando los habitantes de éstos y otros países decidan reducir, o incluso suprimir, sus gastos en viajes, tendremos otro serio problema. Y todos los alcaldes, con sus cortas miras, dirán: “yo no tengo la culpa”.