Santiago Abascal y Pablo Casado

Fracaso. Desastre. Fractura.

La derrota sin paliativos de la derecha española es un hecho. Una derrota que si bien no se ha trasladado al ámbito del apoyo popular, tiñe casi por completo el mapa político español de un rojo que poco representa a la mitad de la población. El carácter extraordinario de unas elecciones generales tan ambicionadas ha sido un factor que ni gran parte de la clase política ha sabido transmitir ni gran parte de la sociedad civil ha sido capaz de captar: el motivo de la debacle y a su vez la batalla que la derecha española tendrá que ganar.

Las elecciones a las que hemos asistido no han sido unas elecciones al uso. La izquierda las ha entendido perfectamente y la derecha ha titubeado en lo que debió ser una contundente respuesta. El 28 de abril ha sido la primera contienda política en nuestro país de la guerra entre el Marxismo cultural y el Liberalismo que se está librando en todo Occidente. Esto no es ninguna suposición: desde las leyes de género, que pretenden trasladar la lucha de clases a una lucha de sexos para enfrentarnos y dividirnos (divide et impera); hasta la colectivización de la sociedad según orientación sexual, procedencia, raza y un largo etcétera, para poder establecer una dicotomía de opresores y oprimidos en pos de la aceptación social de papá Estado justo, perfecto y conciliador; todo ello pasando por la atomización hasta el absurdo de los Estados-Nación en base a una historia que nunca existió protegida por comisiones de La Verdad y una argumentación completamente inconsistente. Estamos ante una gran guerra ideológica entre la igualdad entre individuos (y por lo tanto la Libertad) o la equidad del grupo. Y no somos los únicos.

España está llegando al hartazgo
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

Estados Unidos y la vieja Europa llevan ya desde hace una década asistiendo a lo que hoy en España es normal: multitudinarias manifestaciones con el noble objetivo igualdad real entre hombre y mujeres que ocultan un panfleto comunista de equidad y no igualdad, actos de caridad humana con aquellos que sufren el horror de una sociedad en construcción ocultando su irresponsabilidad y la sacralización de aquel que entra dando una patada en la puerta, un Estado con sobrepeso para poder garantizar una justicia social que acaba coaccionando al grueso de la población que no quiere ser partícipe de sus sablazos bajo el estigma de ricos insolidarios… Todo ello se puede resumir con la discriminación positiva del varón blanco heterosexual aceptada socialmente como mal menor para la resolución de un mal mayor: la decadente sociedad Liberal. Estados Unidos y la vieja Europa han reaccionado a todo esto hace apenas cinco años; las posiciones Marxistas tomadas por la izquierda civil alentada por la izquierda mediática han sido respondidas en algunos casos con un Conservadurismo tradicional similar al de finales del siglo XX (Trump, May, Bolsonaro con algún matiz…) y en otros casos con un Nacionalismo exacerbado semi-proteccionista (LePen, Orbán, Wilders, Salvini…) o sencillamente con una mezcla de ambas posturas, casi siempre arropados bajo el manto del Liberalismo económico . Se está librando una batalla de ideas en el único campo de batalla legítimo: la democracia. El caso es que, como en casi todo, en España llevamos media década de retraso.

Colaboradora Sálvame Santiago Abascal Bertín Osborne
Bertín Osborne y Santiago Abascal

España, caso aparte, tuvo la introducción del Marxismo cultural con Zapatero, su ratificación con Rajoy y su auge con Podemos y los lobbies feminista y LGTB. Sánchez e Iglesias, subidos al carro del extremismo, se han presentado a las elecciones completamente conscientes de que esto es una guerra Cultural, que la izquierda lo sabe y que ellos la van ganando. Han empleado sus mejores armas, los medios de comunicación, para poder acallar a la única respuesta contundente ante este sinsentido, Vox.

El partido de Abascal ha hecho absolutamente todo lo que estaba en su mano para poder dar el vuelco electoral a la izquierda a partir de la batalla de las ideas. Ningún otro partido de derechas ha hecho lo mismo, es lo que les ha diferenciado. Sin embargo han cometido el error de meterse en su burbuja de apoyos en las redes, mítines y círculos de confianza y creer que iban a poder plantar cara al duopolio Mediaset-Atresmedia y la chavista RTVE tan solo con sus medios. Lo han cometido tanto ellos como muchos de nosotros, de ahí las expectativas triunfalistas. El motivo de que no hayan podido es sencillo: la derecha es vieja y acomplejada. El votante de Vox es joven e idealista. Estoy absolutamente convencido de que muchas de las personas de mediana edad que se reían con los memes, compartían los videos de Abascal y asistían a los mítines han acabado votando al PP y Ciudadanos por miedo al voto útil, lo que realmente lo ha hecho inútil y ha sido el motivo de la fragmentación de la derecha: la ambigüedad de Vox entre el éxito y la derrota. Sumado a la movilización de la izquierda gracias a la estigmatización del partido por parte los medios tradicionales, ha sido sencillamente brutal. Vox ha sido el único partido de la derecha que ha entendido el contexto de las elecciones, pero les falta la madurez del electorado tradicionalmente pepero que ha huido del partido, una madurez proveedora de una visión del mundo que, irónicamente, si parecen tener los jóvenes.

El Partido Popular, por su parte, no las ha visto venir por ningún sitio. Han hecho la campaña de siempre como si se presentasen a las elecciones de siempre. De hecho, hasta los carteles electorales daban la misma sensación rancia que ha dado siempre la derecha en campaña. Desde mi humilde opinión, el motivo de la derrota del PP, además de no haber sabido entender las elecciones, ha sido la falta de contundencia ideológica. El PP curiosamente ha sido en el terreno de las propuestas ideológicas mucho más voluble que Ciudadanos, que pese a tener ideas de izquierdas y derechas y no definirse en un mercado que no acaba de aceptar al centro, las ha defendido con una gran contundencia. En el caso de Ciudadanos su mayor éxito ha sido el “extremo centro”. Han sido tajantes con su programa. No han tenido ningún Suárez Illana hablando del aborto para desdecirse ni ningún Casado para autocorregirse después de mencionar la palabra “intrafamiliar” y ahí ha estado su fuerza en captar a parte de la derecha y, no me cabe la más mínima duda, parte de la izquierda de siempre.

El electorado de derechas,tal y como adelantaba con el análisis a Vox, se ha encontrado en una tesitura muy complicada. Por un lado un Partido Popular con propuestas sin demasiada polémica defendidas con la misma contundencia del que es votado para castigar otros partidos y no por ideales, pero muy fácilmente votables; y por otro lado un Vox tan demonizado como atractivo, pero no lo suficiente como para que el miedo no se apoderase de sus electores. Aquí es donde yo opino que ha estado la división. Si el electorado hubiera sido más valiente y consciente, o el Partido Popular más contundente, estoy convencido que la derecha podría haber sumado.

La gran incógnita está en el futuro de la Libertad. En mi opinión, lo deseable es que la derecha Voxista se una en torno al Partido Popular para poder conformar una mayoría en las autonómicas que nos haga más liviano el gran golpe que se viene en estos cuatro años. Sin embargo, el PP está abocado a la desaparición y debe hacerlo o refundarse profundamente. Como una célula en mitosis. La derecha conservadora en lo social está mucho mejor representada por Vox y la derecha progresista en lo social por Ciudadanos, ambas liberales en lo económico. Y en cuanto al futuro de la guerra Cultural, estoy convencido que en cuatro años de Sánchez la derecha española tradicionalmente acomplejada va a ser capaz de entender lo que está en juego, como así lo ha hecho en todo Occidente, y librar la batalla que tendrá que ganar, la de las ideas.