Elecciones

Que nadie se lleve a engaño ni considere que la cita del 28 de abril es un acto electoral al uso. No, para nada. Si uno observa la situación económico-histórico-social en la que nos encontramos, a vista de pájaro y con las gafas adecuadas, la coyuntura es límite y preocupante. Lo intentaré describir clara y brevemente.

Por un lado, el déficit galopante y la deuda pública es de 1.188.121 millones de €, y per capita, de 25.424 €; reducirlos no es una opción, es un obligación urgente -31.200 millones-. Evidentemente, si no queremos otra fuga de capital como la del 2012 del 25 % del PIB y otra nueva crisis, como la intervención que sufrimos con las consecuencias devastadoras de las que todos fuimos testigos y perjudicados desde el 2010 hasta nuestros días: millones de parados, impagos, cierre de empresas, bajada de sueldos y eliminación de pagas, desahucios, dramas familiares, emigración masiva de talentos, pensiones congeladas, subida de impuestos directos e indirectos, reducción de inversión de miles de millones en Educación, Sanidad y Servicios Sociales, la quiebra de las cajas de ahorros a manos de los políticos y sindicatos, la amenaza de la prima de riesgo y el corralito, etc.

Por otro, el marco actual no ayuda con un papel cada vez menos decisivo geopolíticamente de España globalmente y menos, con una dinamitazación de las llamadas fuerzas políticas tradicionales y debilitadas en subgrupos; pero, a la vez, estando enfrentadas y englobadas en constitucionalistas y anti-constitucionalistas, ha polarizado, radicalizalizado y revivido peligrosa e interesadamente el fantasma de las dos Españas, recordando escenarios funestos de nuestra mal enseñada Historia.

De la mano de lo anterior, observamos cómo al socaire de la crisis se han hecho fuertes movimientos político-sociales que han puesto en jaque a nuestras instituciones y los valores y principios que las sustentan: el modelo territorial, la soberanía nacional, la forma política del Estado, el Golpe de Estado que actualmente se juzga en el Tribunal Supremo, la convivencia, la estabilidad, etc. La crisis económica devino en crisis institucional, que tan buenos réditos les ha traído a algunos, y ahora, política.

Por ello, no estaría mal recordar que los agentes, movimientos sociales y las diversas corrientes políticas deben sumar, no restar; deben construir, no destruir; deben exigir, no imponer y menos amenazar. Tenemos que asumir nuestra responsabilidad política, dentro del marco legal, sin mover a la toma de las calles, a escraches y a la insurrección como se hizo tras las andaluzas, o los lamentables escándalos que estamos viendo en Cataluña, País Vasco y en otras localidades en esta deplorable campaña electoral. El clima de violencia y exclusión se han hecho irrespirables en muchas provincias de España con retrospectivas históricas inquietantes.

¿Qué hay que hacer reformas? Por supuesto que sí, de todo tipo y a todos los niveles; pero con visión de futuro, dentro de la legalidad, en igualdad, libertad y en la línea de las democracias liberales avanzadas. Pongamos unos cuantos ejemplos: cuáles serían a largo plazo en algunos temas (como en qué somos punteros y podemos diversificar o desarrollar para enfocar los planes educativos); o a corto plazo e inminentes, empezando por la injusta Ley Electoral, eliminar aforamientos, duplicidades y triplicidades en un Estado sobredimensionado y descontrolado, despolitizar sectores públicos, favorecer la iniciativa privada, priorizar subvenciones en investigación e innovación y eliminar otras -como los miles de millones a partidos, sindicatos y entes ectoplasmáticos de muy dudosa utilidad-; disminuir la presión fiscal con mayores controles de la economía sumergida, rectificar competencias autonómicas que se han demostrado ruinosas e inoperantes para devolverlas al Estado, como la Sanidad y la Educación; el paro estructural que viene de la mano del modelo educativo y formativo, un país como el nuestro, cuya primera industria es el turismo, abusa del empleo temporal, reduciendo el desarrollo económico y la estabilidad de las familias y de los jóvenes, etc.

Así, las opciones reales y actuales, que nos ofrecen para delegar nuestra voluntad política, ya desde el sistema, ya fuera del sistema, son las que son y las que hay -no voy a abundar en ellas por ser de todos conocidas-. Me encantaría cambiar las reglas del juego político español, que existiera el voto negativo-informativo, tener grandes estadistas, con un sistema de representación unipersonal por distritos, programas políticos realizables y que no me digan, cuando lleguen al poder, que la situación es tan lamentable que no se van a poder llevar a cabo o van a tardar años, etc. No obstante, la realidad política se impone en el aquí y ahora, pero no en mi deseo o en mi imaginación. El mundo no gira a mi alrededor, empero mínimamente con otros sí puedo cambiarlo en parte o mejorar algunas cosas y en ello estoy.

Ni que decir tiene que respetables son todas las opciones de participación electoral o no: abstenerse, no legitimando el sistema por distintas razones, buscando altos índices -yo misma hasta el 2012 era abstencionista activa hasta que decidí no serlo para echar, colectivamente, al Régimen socialista andaluz-; o votar en blanco, delegando en una mayoría de los electores; votar nulo, golfo, gamberro o inútil; o por el contrario, votar a las distintas opciones políticas, ya mayoritarias, ya minoritarias que podrían ser mayoritarias en un futuro; asimismo, votar a la defensiva para que no salgan determinados partidos, etc. Eso sí, cada persona -elija lo que crea conveniente para sí, para su familia, su comunidad o el bien común- debe ser consciente de las consecuencias personales y colectivas de su decisión por la situación excepcional que vivimos, desglosada en los párrafos anteriores. Deciden en nuestro dinero, lo que cobramos, el futuro de nuestros hijos, nuestras pensiones, nuestra salud y cuidados, etc.

Coda: tengo la confianza de que la sensatez, el sentido común y la consciencia del momento actual seguro que cristalizan el 28 de abril en el mejor resultado para todos: España, siglo XXI.