Prohibidores

Haciendo una fugaz pasada por los discursos de los responsables de los distintos partidos políticos que se presentan a las próximas elecciones generales a celebrar el 28 de abril, me queda un sabor bastante amargo al contemplar que, muchos de ellos, más que propuestas serias y constructivas para armonizar -durante unas cuantas décadas- la convivencia y la situación económica en España, nos encontramos con que hablan de prohibiciones mucho más que de proposiciones.

Es curioso, por ejemplo, que Iglesias, máster en prohibiciones, tras reincorporarse después de su etapa de limpia traseros (según confesión propia), lo primero que quiera prohibir es que los bancos y fondos de inversión financien a partidos y medios de comunicación. Con el apoyo entusiasta y cómplice de su escudero Echenique a quien sin embargo no le agrada pagar los gastos en Seguridad Social de sus asistentes ¿Será porque Podemos tiene otros medios de inversión allende nuestras fronteras, más atrayentes y opacos?

Al inquilino de La Moncloa, portador del mismo virus prohibicionista, le ocurre exactamente mismo. Porque quiere acabar, entre otras cosas, con la fiesta de los toros y prohibir que se practique la caza, sin importarle que, la desaparición de estas dos actividades provoque un importante bajón en el empleo y en la economía de muchas zonas de nuestra patria; además de privar a mucha gente del disfrute de sus aficiones preferidas, sin que su supresión acarree nada positivo a la ecología o al bienestar de los animales; porque es notorio que lo que dicen sobre el particular son las clásicas mentiras de la extrema izquierda prohibicionista.

A propósito de lo expuesto, se me ocurre preguntarle a usted amigo que suele leerme ¿le apetecen las prohibiciones? A mí, desde luego no.