Grasofobia

¿Alguna vez se han preguntado cómo sería su vida sin ser esclavos del azúcar? Imagínense tener un euro en el bolsillo y pasar delante de la misma panadería todos los días. Ese olorcillo rico que a todos nos embriaga parece estar invitándonos a entrar y comprar esa palmera, esa baguette, ese cruasán…

Seamos fuertes y resistamos la tentación: un poco de ascetismo no viene mal. Como dijimos en artículos anteriores, debemos buscar sustitutos a esta dañina adicción que a corto plazo nos engorda pero en unas décadas puede matarnos prematuramente.

Al igual que con azúcares y carbohidratos refinados, existen diferentes tipos de grasas y no todas son buenas. Sin embargo, hay muchas grasas beneficiosas para nuestro organismo que han sido eliminadas de la dieta de muchos españoles, en pos del cumplimiento de una pirámide nutricional cacareada por “expertos” que ha traído la epidemia de obesidad, diabetes y problemas cardiovasculares más grande de la historia de la Humanidad.

Grasas buenas: Aceite de oliva y otras joyas olvidadas

Todos sabemos las bondades del aceite de oliva. Además de ser muy nutritivo e antiinflamatorio, este oro líquido era un recurso muy cotizado ya en el Imperio Romano. Cientos de litros eran transportados todos los años desde la Bética Hispana hacia Roma en grandes ánforas. No decimos nada nuevo con todo esto, pero no viene mal hacer hincapié en su importancia para que las modas de la comida rápida y los envíos a domicilio no nos amarguen una materia prima que podemos disfrutar en España.

La mantequilla, (a poder ser gallega o asturiana, que en Irlanda ya tienen suficiente dinero) es otro tipo de grasa muy beneficiosa siempre que sea natural, lo menos refinada y tratada posible. No debemos confundirla con la margarina, un pobre sustituto que además de ser artificial, puede crear inflamación y problemas si se toma de manera continuada.

Grasas animales como la manteca; aceites como el de aguacate, el de coco o el de semilla de sésamo y mantequillas menos conocidas como la de cacahuete o almendra son también opciones viables para cocinar todo tipo de platos y comer grasa saludable sin que nuestra salud se vea afectada, además de ser muy sabrosas.

Grasas inflamatorias

No todas las grasas son creadas por igual. Debemos evitar todas aquellas que provengan de refinamientos industriales y añadidos artificiales. No solamente por ser grasas “sucias”, sino porque poseen gran cantidad de omega6, que causa inflamación: la misma inflamación que citamos en el artículo anterior, con las mismas consecuencias. No vayamos de Guatemala a Guatepeor.

Así, el aceite de girasol o el de pescado han de consumirse muy esporádicamente porque suelen ser de mala calidad y haber pasado por muchos procesos industriales. Sin embargo, estos aceites no son los peores que uno puede tomar. Los lípidos que hemos de tachar de nuestra lista de la compra son las grasas hidrogenadas, la margarina, el aceite de soja, el de maíz, el de palma y el de canola.

Cuando empecemos a mirar la composición de los productos que compramos todas las semanas en los supermercados, igual podremos darnos cuenta de la ingente cantidad de grasas artificiales que hemos comido, como desgraciado complemento a muchos años de carbohidratos refinados y azúcar.

Exageraciones y medias verdades

Se ha escrito muchísimo sobre cardiopatías y grasas, pero hoy por hoy no existe un consenso científico (aunque sí político) sobre la conexión y causalidad directa entre el consumo de grasa saturada y las cardiopatías. Lo que sí sabemos es que teniendo más acceso a la grasa que nunca, estamos comiendo cada vez menos de la buena: la poca que comemos es grasa mala e inflamatoria, que encima juntamos con azúcares y carbohidratos refinados. Rizando el rizo duplicamos esa inflamación.

Algunas observaciones nos vienen bien para desmontar la demonización de la grasa:

– La grasa es una necesidad vital, ya que el 50% de las membranas celulares están hechas de grasas saturadas.

– No existe ningún carbohidrato o azúcar esencial. Podemos crear glucosa a partir del exceso de proteína, como ya vimos anteriormente.

– En el caso de la arterioesclerosis, solamente el 25% de la grasa que forma la placa que obstruye la circulación es grasa saturada.

– En el hipotético caso de una ingesta excesiva de grasa saturada (algo muy complicado, pues ya explicamos el efecto saciante que tiene), nuestro cuerpo puede modular la producción. O sea, el metabolismo detecta si necesita crear más o menos en función de lo que reciba. No se añade la grasa ingerida a la que ya producimos.

– Las décadas en las que más se ha demonizado a la grasa han sido las que más aumentos de obesidad, diabetes y cardiopatías han visto. Sin ser esto una correlación directa, sí que debe darnos que pensar.

– El ruido que oímos sobre lo mala que es la grasa y lo necesarios que son los carbohidratos y productos vegetales es eminentemente político y no responde a un consenso científico. Norteamérica lleva años agitada por dietas alternativas (la paleodieta, la dieta cetogénica o la dieta carnívora) creadas e impulsadas por nutricionistas y científicos descontentos con la nutrición “oficial”, dietas que reportan inmediata pérdida de peso y mejora de salud general a muchos de los que las siguen.

En entregas sucesivas seguiremos observando esta “grasofobia” explicando algunas de las dietas norteamericanas que están de moda por relegar a los azúcares y carbohidratos refinados al lugar que deben ocupar: la vitrina de “rómpase en caso de boda”.

Grasofobia II – Borrachera de azúcar
Grasofobia

*El autor del presente artículo no es médico y fundamenta sus escritos en experiencia propia, biología y estudios científicos. En ningún caso se debe hacer un cambio drástico en la dieta sin consultar antes con su médico.