hojarasca sagrada

Cuando la verdad es dolorosa, la voluntad se convierte en su más encarnizado enemigo. Es muy duro aceptar que fueron las cortes franquistas las que crearon una ley de transición para el cambio de la dictadura hacia un nuevo régimen, hecho que desmonta la imberbe teoría del Franquismo como antítesis de la democracia. Sin embargo, el antifranquismo es el salvoconducto vigente para pasar por demócrata en España.

El origen está en el contubernio de medios de comunicación y partidos, que lo han convertido en tabla de ley a base de repique diario de campanas en unas televisiones, radios y periódicos a cada cual más infecto de ideología. La explicación es bien sencilla: el fracaso de los partidos políticos al frente de la nave de la nación cuarenta años después, les ha convertido en apologistas involuntarios del Franquismo, y eso es algo que no pueden aceptar. Urgía perpetuar una leyenda negra en torno al régimen de Franco. Había que empezar por algún lado, o por el flanco más débil: los restos mortales del Caudillo bajo una basílica.

Después del decreto ley para exhumar a Franco del Valle de los Caídos, la prensa antifranquista y la prensa que pretende pasar por antifranquista han tomado posiciones para condenar a Franco y de paso para vilipendiar a la familia por la sencilla razón de haberse opuesto a la exhumación del cadáver y haber anunciado medidas judiciales. Saben que de momento es el único dique de contención oficial .Como si de un crimen se tratara y visto desde el ángulo más perverso hemos llegado a un punto en que todo aquel que se muestra contrario a la profanación del cadáver de alguien que ha sido etiquetado por el oficialismo como criminal (gracias a un suculento cocktail de demagogia, tergiversación, infundios y mentiras), es considerado como un ser abominable.

Con independencia de la justicia que se haga con los Franco en el juzgado, el cartel de deplorables ya les va acompañar de por vida en el relato oficial de esa gigantesca mentira llamada presente de España dispuesta acabar a todas luces con el pasado real. Con cierta frecuencia se alude al pensamiento clásico de izquierdas como una enfermedad, quizá solamente sea una posición equivocada sobre la justicia social, más nos valdría temer a esa peste de la edad posmoderna llamada oficialismo: aquella transmisión de los hechos que nunca fueron pero para desgracia de los mortales quedarán para la posteridad si Dios no lo remedia.

El cuento de caperucita roja y un lobo feroz que atiende al nombre de Francisco Franco, ya ha sido servido para esta sociedad de adolescentes talludos, capaces de morder cualquier anzuelo intelectual, capaces de caer en el más profundo sentimentalismo necio, e incapaces de salir de los espacios comunes diseñados por los chamanes del periodismo y sus títeres politiquillos; y es que no hay nada más grotesco que vasallo convertido en señor y señor convertido en vasallo.

Porque una de las claves es ese vasallaje siniestro que presta la clase política española a los grandes medios. Y como de vasallaje va la función aún más siniestro es el vasallaje que prestan ciertos periodistas a los dictámenes del sistema, y claro, qué mejor manera de hacerlo que vapulear cuan apellido maldito. Ahí van tan campantes y envanecidos por su inicua manera de administrar justicia esos periodistas convertidos en juez y parte dándole leña al mono sabiendo que es de goma. Porque para esa estirpe mediocre del periodismo ponzoñero, entre el honor y el venero lo segundo es lo primero.

¿Hay mejor hoja de servicios que pasar a la historia falsaria de la democracia como un fiel servidor de la misma y por tanto recibir la condecoración de antifranquista?

Ese es el objetivo lacayuno y vil de los escribas antifranquistas que buscaban causa fácil a la que servir. Mientras los medios chequistas comparan a Franco con Hitler en su más absoluta inmundicia intelectual, los sepulcros blanqueados otrora de pluma derechista le condenan por haber sido dictador, de este modo no pasan por chequistas pero mantienen su estatus. Alguien tiene que ofrecer un antifranquismo civilizado y de esmoquin. Entre unos y otros mantienen la consigna falsaria: exhumar el cadáver de franco es absolutamente necesario para la salud de la democracia española, y aquí viene la parte más demencial: la democracia española nació enferma por culpa de un señor que tildado de antidemocrático fue el culpable de algo que ocurrió porque él no quería que ocurriera y jamás hizo nada para que ocurriera. Como ven la cosa es absolutamente de locos o de idiotas, depende del triste papel que nos haya tocado en suerte.

Aún más triste resulta ver medrar a una especie de periodista-presbítero de la democracia, que ha condenado a Franco y a su familia por herejía, o mejor dicho por no ser antifranquistas. Como demócrata ejemplar ha de mostrar el camino; y el criterio moral del democratista es Franco: todos los antifranquistas son buenos chicos, todos los franquistas son niños muy malos. No importa quién fuera Franco ni qué demonios signifique la palabra franquista lo importante es significarse en contra de esa palabra maldita aún sin saber porque; sea pues anatema. Así constará en los anales de esa falsa democracia que algunos dicen “nos hemos dado”, con la inestimable colaboración de sus escribas indignos, que desde sus panfletos, han convertido un real decreto aprobado para profanar una tumba, en hojarasca sagrada.