Bajo la turbamulta de sucesos acaecidos en torno al Valle de los Caídos se esconde un ataque a la figura de Francisco Franco y a la España que se resiste a dejar de ser católica, toda vez que Franco era profundamente católico y que el Valle de los Caídos es un lugar religioso. Franco veía como la Iglesia y el Cristianismo en España, estaban en una situación de genocidio inminente, nadie que fuese cristiano tanto del clero como entre los seglares estaba a salvo en un pandemonium de república cada vez más bolchevizada. Esa fue una de las principales razones por las que Franco participó en el levantamiento que a la postre frustró el exterminio de la Iglesia en España. La posición equidistante de la Conferencia Episcopal hacia la exhumación del cadáver de Franco ha levantado ampollas en la masa social católica y no es para menos; para empezar la profanación de un cadáver no solo es un delito, también es un pecado muy grave y al parecer las reivindicaciones de la Conferencia Episcopal no terminan de caminar erguidas. Hace unos años la Conferencia Episcopal en Colombia mediante un comunicado por obra de Monseñor Monsalve, arzobispo de Cali, precisaba que profanar un cadáver, un cementerio, o un acto de exequias era una injuria grave contra lo sagrado que ponía de manifiesto la perversidad en la que puede caer un grupo de personas, o una organización.
La profanación está tipificada en el Derecho Canónico como una modalidad de sacrilegio, el sacrilegio local, consistente en llevar a cabo actos contra símbolos, lugares, o personas que tienen el carácter de sagrados. Una basílica es un lugar sagrado, y de igual modo los restos mortales bajo una basílica también se consideran sagrados. La Iglesia presa de sus innecesarias loas a la democracia se encuentra con las manos atadas a la hora de defender públicamente a un católico como Franco al que le debe la existencia. De sus delitos, si los cometió, ya no podrán juzgarle, de sus pecados rendirá cuentas ante Dios, pero de la defensa frente a la exhumación forzosa de sus restos mortales debe hacerse cargo la Iglesia qué ha obrado con un exceso de recato impropio en un asunto tan grave: la decisión de exhumar ilegalmente un cadáver en un lugar religioso, con motivo de la imposición estatal de una ideología ad hominem; el antifranquismo. Una ideología contra un hombre, y contra los hombres e instituciones que tuvieron que ver con el régimen de Franco, entre otras la Iglesia Católica a la que salvó y le otorgó un lugar hegemónico en la sociedad considerando que así le hacía un enorme bien a España.
Observaba Dostoievski cómo la muerte de seres humanos se había convertido en condición sine qua non para el progreso en cada momento histórico. Desconocemos si Dostoievski llego a contemplar la posibilidad de que el progreso trataría de alcanzar cotas más altas ajusticiando a los muertos y profanando sus tumbas. Llega el turno de gracia para los que fueron salvados, que han de estar por encima de los designios políticos revanchistas y defender con valentía la dignidad humana, por sagrada, también la de los restos mortales de un señor que para más inri era profundamente católico, al margen de sus pecados. Saben que de dar un paso al frente tal vez tendrán que pagar un alto precio, pero es lo que tiene el servir a la Cruz. Les toca decidir si quieren evangelizar de pie y exigir el cumplimiento de la Ley y del Derecho Canónico, o rezar de rodillas; si quieren defender los restos mortales de Franco el católico, o denostar a Franco el dictador asintiendo con las fechorías de los nigromantes del progreso.