Corren tiempos muy particulares en España con la presencia en el gobierno de tantas personas (y personos) con el ánimo irrefrenable de universalizarlo todo. Y, claro está, con este desmedido afán, me temo que esta cuestión traiga nefastas consecuencias para un futuro no lejano.
Es notorio que todos los miembros (y las miembras) de este gobierno, con el perdedor de todas las elecciones a la cabeza, tratan de universalizar lo que les venga en gana. A toda costa, hay que superar a Zapatero y ya lo planetario es una bagatela despreciable. El nuevo inquilino de La Moncloa está por llegar a lo más alto -al precio que sea- y el camino hay que iniciarlo ¡ya!
Quiere universalizar la justicia (con apoyo de garzones, depradas, hormazábales, etc.); quiere universalizar la sanidad; quiere universalizar a Franco (de hecho, es su principal objetivo en la visita que está realizando a cuatro países de América); también quiere universalizar la publicidad de sus viajes, ya sean de recreo o de “trabajo”; sin duda querrá universalizar la inmigración y los lacitos amarillos y si le da tiempo los deportes, la agricultura y todo lo que sea susceptible de universalizarse.
Tan claro lo tenemos los españoles, que ya circula por las redes un trabalenguas (esos entretenimientos tan instructivos para niños) que dice así: España está universalizada, quien la desuniversalizará; el desuniversalizador que la desuniversalice, buen desuniversalizador será. Estoy seguro de que, a más de un ministro, o ministra, le vendría muy bien hacer este ejercicio.