adiós muñeca

“Adiós muñeca” es una película de 1975, basada en la magistral novela de Raymond Chandler que atiende al mismo título. Abre las ventanas de par en par al cine negro de niebla más espesa con un suspense e intriga incesantes. Pero más allá de una estupenda película de cine negro nos recuerda lo que fuimos y lo que ya estamos dejando de ser. Lo que fueron el hombre y la mujer en la sociedad, con todas sus grandezas y miserias, antes de la deconstrucción actual. También lo grande que llego a ser el cine, otro edificio en fase de implosión.

En Los Angeles, el detective privado Phillip Marlowe, interpretado en aquella ocasión por el magnífico Robert Mitchum, se dispone a resolver un nuevo caso, que se va enturbiando a cada paso que da. Por encargo de Moose Malloy, un delincuente atracador de bancos, recién salido de chirona, ha de buscar a Velma, su antigua chica después de siete años sin verla. Conforme avanza la investigación se produce una escalada de asesinatos de manera que todas las pistas del entramado se van cayendo como fichas de dominó. Quienes mueven los hilos lo tienen controlado todo menos un detalle: la partida aún no ha terminado, el detective bebedor, sagaz, irónico, intuitivo y políticamente incorrecto donde los hubiere, sigue en la brecha. La tenacidad y el desprecio a las consecuencias le convierten en una amenaza para los perpetradores de cualquier malignidad. Solo ha cometido un error; dejarse seducir por la mujer equivocada. Algo le dice que ella tiene un lado oscuro, así que el error es solo a medias. El desenlace y el final de la cinta son dignos del cine negro garboso de toda la vida.

Alguien como Marlowe no tendría cabida en la fatua sociedad democratista que nos han dado, o pasaría inadvertido, o sería objeto de escarnio público, o vería su rostro en un cartel en todas las televisiones gestionadas por esos presentadores prebostes de la progresía, con el rótulo de “se busca” bajo su faz dibujada. La pregunta es ¿cómo reaccionaría él ante semejante magma de alienados?. Elucubrando, echaría de menos aquellos tiempos en los que sentía asco de una parte de la civilización mientras, a su modo, peleaba por la otra parte. Después se tomaría un whisky, sonreiría, más no permitiría que le afectase en demasía porque la degeneración intelectual también exuda sentido del humor.

De resultas a la discusión, el paralelismo cine-sociedad evoca la desaparición de personajes novelescos tan levantados como Marlowe; otra cosa bien distinta es la desaparición de lo que representan. Precisamente su ausencia por decreto es lo que anuncia su eternidad. Los panfletarios insertos en lo que ahora llaman el mundo de la cultura y el arte han tomado nota de hacerlos desaparecer. Lo único que han obtenido es su invisibilización en las pantallas con apologías culturetas que aburren a las ovejas: películas y series de televisión empapadas en buenismo, fraternismo e igualdad, desnaturalizando al hombre. Esta aventura de Marlowe buscando a la enigmática Velma Valente nos remonta a un cine transmisor de una época en la que el bien tenía un sentido porque existía un sentido del bien, y el mal era una ciénaga con garbo, por descubrir.

¿Qué pintaría Marlowe investigando paripés en los que el bien y el mal han quedado relegados a la categoría de productos de diseño, y lo único que cuenta es adjudicar tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias?. La didáctica de esta cinta, más allá del dechado de virtudes cinematográficas (notables interpretaciones, ritmo que no decae, atmosfera oscura, y una trama bien hilvanada), no es apta para meapilas, incapaces de sentarse a verla sin adolecer de un ataque de puritanismo feroz.

De vuelta de haberla visto, los mismos meapilas dirían que se trata de un tipo de cine machista, jurásico, sin ningún  sentido de la igualdad. Escandalizaría ver que los papeles desempeñados por las mujeres son el de una bailarina, una viuda borracha, un ama de casa, una dueña de un burdel, una demente internada en un psiquiátrico, o una arribista perversa. Causaría cuanto menos estupor- para los amantes de un cine más ‘inclusivo’- comprobar que en la ciudad de Los Angeles había tugurios solo para negros, o que el propio Marlowe carecía de complejos para espetar con sorna a las chicas que le llamaban “anticuado”.  Ante las reprimendas de cualquier mujer abducida por la férula igualitastra,  la respuesta que cabría esperar por parte de nuestro detective esta vez sería predecible: “adiós muñeca”.

Epílogo de un mandato

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