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Desenfundando

La civilización cristiana, antagónica a la Ilustración, hoy languidece, balbucea, y dormita en lugar de batirse en duelo frente a su enemigo; el progresismo ilustrado, una corriente de pensamiento único acunada en la Ilustración que aspira a depredar el modelo antropológico que conocemos desde que el hombre es hombre y a construir una suerte de pseudocivilización. Los cristianos de hoy día han aprendido a perder la batalla psicológica, después de recular durante cuatro siglos. Ése es el único campo en el que podían ganar quienes hoy se ufanan de predicar la tolerancia de sus propios paradigmas. Utilizando la técnica supieron encoger un espíritu que se hizo débil a partir de la eclosión de las ciencias basadas en la técnica, y del naturalismo (que no de la naturaleza).

La Ilustración trató de crear una ciencia del hombre, determinando patrones conductuales homologables a todas las etapas de la Historia. Pero no es lo mismo la creación de ciencias para el conocimiento de la naturaleza y su mayor aprovechamiento mediante métodos fisico-matemáticos, que investigar al hombre y su comportamiento únicamente bajo la piel del razonamiento hipotético deductivo empleando una metodología similar, analizando al hombre desde el punto de vista analítico como un elemento más de la naturaleza y desdotándole de trascendencia y espiritualidad.

La ciencia ilustrada, que ponía al hombre en los altares, se separaba de la moral y se empeñaba en aplicar la metodología científica al pasado y al porvenir de la Humanidad. De manera análoga al marco de la técnica, considera que en el terreno de lo humano, el progreso ha de imponerse a la tradición pues solo es una rémora para el bienestar. La Ilustración siempre ha tenido de su lado la propaganda (el Siglo de las Luces), la propaganda de la Ilustración es la propaganda de los tiempos, ninguna época ha sido presentada como el paradigma del progreso y el elixir del porvenir como ésa. Pero ¿cuánto hay de verdad en ello?, ¿cuáles fueron sus tesis?,¿cuál fue su razón de ser?.
No fue una corriente solo científica. También cultural, o más bien contra-cultural en aquel momento. Nada podía estar por encima de la razón y puesto que Dios (el de la Verdad Revelada) lo estaba, quedaba fuera de la ecuación, así como las instituciones que sustentaban su existencia, la religión quedaba conceptualmente confinada por la razón, a los ámbitos de la filosofía y la superstición; por una razón mecanicista que calificaba al Cristianismo como un mecanismo de defensa de la mente humana y a la postre su carcelero. Suscitaba la liberación del ser humano tras siglos de opresión. Veamos cómo fue esa libérrima liberación.

Separación de poderes

El barón de Montesquieu separó la legislación de la jurisprudencia dejando en manos de una mayoría parlamentaria, esto es, la voluntad del pueblo, ora al más común de los ignaros, la elaboración y aplicación de leyes. Los juristas se encargarían solo de los procesos judiciales a la par que el gobernante se inviste legislador. No es extraño que décadas después el padre del positivismo, Comte, calificara de irresponsables esos planteamientos, celebrados de manera tan entusiasta e incomprensible aun hoy en día.Liberados de la Iglesia y de la religión cristiana, hágase su voluntad. Cualquiera de los dos caminos al albur de la voluntad popular eran nefastos:

a) la separación estricta crea el riesgo de caer en la atomización del poder generando sin la posibilidad de un control y con la mayor tentación para el clientelismo y las puertas giratorias,

b) la separación en pro de una concentración de dos en uno, con el consiguiente abuso de poder y falta de control sobre la legitimidad moral y jurídica, de las disposiciones establecidas. Ambos supuestos se mantienen vigentes aún en las sociedades democráticas de nuestro tiempo. Además en su obra El contrato social, Rousseau aboga por la voluntad del pueblo por encima de todo; el eje de los tres poderes es la voluntad de la mayoría por encima de cualquier derecho esencial, la máquina de la locura popular se ponía en marcha.

Adicionalmente, establece que las normas de sociabilidad impuestas por el Estado (esa mayoría o sus elegidos) deben reemplazar a los dogmas religiosos, a la par, señalaba al Cristianismo como enemigo de la libertad. En suma, los clérigos y seglares como chivos expiatorios, y un credo civil y laicista para reemplazar las convicciones religiosas, gran paradoja de la mano de los defensores ilustrados de la libertad y la separación del poder. Pero volvamos a la división de poderes por sentido de oportunidad. Frente a la separación de poderes ilustrada, España estableció un inicio de división de poderes en el siglo XIV (léase a Luis Suárez en su obra “Lo que España debe a la Iglesia Católica”). Donde el Rey tenía el poder ejecutivo y el legislativo pero no la potestas del judicial la cual recaía en la Audiencia, ora las Cortes tanto en Cartilla como en Aragón limitaban bastante el poder legislativo del rey.

Posteriormente los Reyes Católicos terminaron de hacer efectiva dicha división. Ante la separación de poderes utópica y revolucionaria de Montesquieu , una España muy anterior se adelantaba con una división de poderes sin romper con la tradición y basándose en la ontología de cada uno de ellos: no había separación drástica de poderes sino una nítida división de la potestas. Además la Iglesia hacía de contrapeso del poder ejecutivo, pues las decisiones no podían ser contrarias a la moral y a la doctrina social de la Iglesia.

Era la Iglesia el paraguas del Derecho Natural, la que equilibraba la balanza (y una vez el Estado se liberó del ‘otro estado’ se acabaron los contrapesos). Al tiempo, juristas elaboraban textos legislativos, tomando como base las premisas de los reyes católicos, pero también el Derecho Natural, cuyas lagunas eran subsanadas por el criterio de expertos filósofos y moralistas. En el caso ilustrado más que una división hubo una separación tan extrema como poco conveniente. Precisamente, el ilustrado Francisco Quesnay y los fisiócratas, considerados preclásicos del pensamiento económico, asemejaban la circulación de bienes en una economía a la de la sangre en el cuerpo humano.

En nuestra anatomía cada órgano desempeña una función pero no son compartimentos estancos, si uno deja de funcionar los de más lo harán con el tiempo. Lo mismo puede decirse del Estado como cuerpo político: cada poder desempeña una función pero una separación drástica acaba debilitando su honestidad y sus facultades, ¿o acaso quien ha de aplicar la ley no necesita conocer y compartir el fundamento no solo legal, sino social y moral de la misma?: una coordinación entre poder legislativo y judicial es muy necesaria.

Si unas leyes no se amparan en la justicia dejan de ser leyes, para convertirse en reglas de tribu.

Igualdad

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Otro de los dogmas del catecismo de las luces fue la igualdad (no solo la legal también la social), dogma que se oponía a la sociedad estamental, aunque su último objetivo era arrebatar el poder y la autoridad al clero y la monarquía. Sin embargo había un elemento más en juego; el concepto de jerarquía, que en el fondo supone un choque frontal con una igualdad orgánica, material desprovista de moral y contraria a la disciplina. Dicha igualdad ha sido el referente de un igualitarismo zozobrante y esclavista como el que vivimos en nuestros días y causante de enormes desaguisados.

Una igualdad llevada al extremo, la obsesión por la igualdad, tal como la calificó Alex Tocqueville, que genera en la sociedad la cultura del enfrentamiento en todos los órdenes: entre marido y esposa, entre heterosexuales y homosexuales, entre padres e hijos, entre profesores y alumnos… Una igualdad preternatural que derriba todos los cimientos que garantizan el funcionamiento de una comunidad.

Sin jerarquía, no hay orden, sin orden no hay comunidad, sin comunidad, no hay civilización, sin civilización no hay humanidad. También hay que anotar en el debe de los señores de las luces, tal como expone Gonzalo Portón en su reciente libro “La lucha por la desigualdad”, que durante la Ilustración, la burguesía trajo un nuevo paradigma económico; la producción para el consumo, ora trajo la semilla del capitalismo ora trajo la mayor desigualdad jamás conocida que aún pervive, para muchos, la esclavitud moderna (en términos económicos), algo que reconoció implícitamente Voltaire cuando afirmó que la Humanidad no podía subsistir sin una infinidad de hombres útiles desposeídos de medios de producción. “Amantes” de la igualdad, pues si bien es cierto que defendían la igualdad legal y social y no la económica, no es menos cierto que la distribución de la propiedad y de la renta, condicionan la legalidad, las condiciones sociales y el régimen de libertades de facto. Otra amable contradicción ilustrada.

Naturalismo

Rousseau, deificó el naturalismo; la naturaleza no tenía reglas para su preservación, las reglas las ponían los instintos, y todos eran saludables porque procedían de la naturaleza del hombre (la cual se presuponía llena de excelsitud). Las últimas consecuencias de un planteamiento así dejan la conciencia objetiva y la moral universal a los pies de los caballos.

Siguiendo la posición rouseauniana, los daños o agravios causados a la integridad física y psíquica de otras personas estarían justificados desde la óptica naturalista, pues todo lo que dimana del instinto natural del hombre es bueno. No hay mejor manera de defender la objetividad moral que aplicar el conocimiento apriorístico a las ideas de Rousseau y revisarlas con lupa. Decía que “el hombre nace libre y está en todas partes encadenado” haciendo referencia a la bondad del ser humano que era pervertida por su entorno. No echó la vista atrás y la puso en Santo Tomás de Canterbury, fiel a su fe católica hasta el instante en que fue martirizado; como a tantos otros la libertad que le regalo Dios intentaron arrebatársela los hombres, pero no pudieron. Hombres como Thomas Beckett eran conscientes que la libertad se personifica en la raigambre de las convicciones y no en dar rienda suelta a nuestros instintos (sin duda un tren de corto recorrido).

Voltaire, en la línea naturalista, arguya que Jesucristo fue un gran entendedor de lo que denominó “religión natural”, para él una religión natural era aquella carente de sacerdotes, dogmas y con valores exclusivamente humanos, (¿les suena esto algo al panteismo?) señal inequívoca que apenas profundizó en las Sagradas Escrituras (contando con que llegara a leerlas alguna vez pese a ser de cuna católica).

Jesús pronunció dos frases antológicas, cualquiera de ellas refuta de un zarpazo la visión voltairiana de Cristo: “mi reino no es de este mundo” y “aléjate de mí Satanás porque tú piensas como los hombres”. Si algo predicó Cristo fue la prevalencia de lo divino sobre la debilidad humana la cual dimana directamente de su naturaleza. La falta de perspectiva religiosa de los pensadores ilustrados producto del tratamiento prejuicioso y superfluo de la religión solo condujo a un análisis plagado de imprecisiones y deformaciones paganas, lejos del cuerpo doctrinal objeto de estudio. Hasta, Comte (poco o nada sospechoso de ser católico), crítico las ideas de Rousseau y Voltaire tachándolas de utópicas e irresponsables, generadoras de anarquía y caos.

La cruzada de las ideas

Mientras la civilización judeocristiana se preguntaba “¿dónde está la verdad?”, el progresismo ilustrado heredero de aquellas luces se pregunta “¿qué es la verdad?”. Encontrar algo sin saber lo que se busca es imposible por lo tanto se acaba abandonando la búsqueda. Porque el absurdo de la Ilustración no está solo en sus consecuencias sino en su ser: una razón sin trascendencia, un pensar por pensar, un empleo de la lógica pura y duramente mecánico y cientifista, una humanidad sin ser.

La razón lleva implícita la búsqueda de la verdad pero para los ilustrados solo existía la verdad en la búsqueda, y en eso se debilitaron sus pilares, acabaron perdieron la verdad hasta en la búsqueda. No hay camino sin meta, ni hay verdad sin trascendencia. Una Ilustración que inundó Europa y la condenó a un vacío espiritual gradual hasta nuestros días pues no vivimos sino una continuación ilustrada; modernismo y pos modernismo son los continuadores de su obra. La propia Ilustración puso de relieve su gran capacidad para la técnica y su mediocridad en el estudio de la ética y la trascendencia.

El Siglo de las Luces legó una gran fábrica de sombras que hoy día son las que iluminan el mundo. Del todo sorprende que los católicos no deseen batirse en el duelo de las ideas con los descendientes putativos de quienes pueden ser cuestionados hasta con sus propios preceptos, yendo al origen, al meollo del asunto. Hoy la cruzada no corresponde a Godofredo de Buillon ni a tantos otros de su gloriosa estirpe que defendieron la Catolicidad. Se trata de una cruzada distinta, quizá la mayor de todas, pues es un ser o no ser; es la Cruzada de las Ideas. Una cruzada por la verdad. Y digo cruzada porque corren serio peligro de extinción tanto la catolicidad como la civilización que lleva sus raíces. La cuestión es: ¿Cuál es el punto de partida?, ¿por dónde empezar la cruzada para prepararse y batirse en duelo contra la razón desnuda?. Les dejo con una brevísima reflexión de Hilaire Belloc sobre Europa y la Catolicidad:

Los no católicos, consideran la historia externamente, como extranjeros, como algo que se les presenta de forma parcial e inconexa, solo a través de las apariencias; el católico, en cambio, lo ve todo desde el centro, en su esencia y en su totalidad”.

 

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