“Lo que realmente importa al régimen es que sus élites, las familias que han hecho fortuna a base de tramas corruptas que dirigen adjudicaciones, concesiones y cargos cien mileuristas, sigan controlando el paíset”. En definitiva, democracia frente al nacionalismo.
Tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución en respuesta a la declaración de independencia de Cataluña, se convocaron elecciones autonómicas que se celebraron el pasado 21 de diciembre y cuyos resultados electorales reflejan con claridad que la sociedad catalana está dividida entre democracia y nacionalismo.
El nacionalismo tiene adeptos que responden a consignas emocionales: “Espanya ens roba”, “Dret a decidir”, “Ara és l’hora”, “Desobeïm”, “Sí o Sí”. La democracia tiene ciudadanos que deciden libremente cómo quieren su presente y su futuro. El nacionalismo tiene una visión supremacista de la realidad puesto que pretende imponer una supuesta superioridad étnica basada en rasgos identitarios que proceden del pasado. El nacionalismo, que se define como soberanismo o como catalanismo en su versión mas políticamente correcta, es poco amante de la democracia. Aunque presume mucho de ella, no duda en violentarla cuando es necesario. Sirva de ejemplo la reiterada violación de los preceptos estatutarios y constitucionales que culminaron con la celebración de un referéndum ilegal acompañado de una declaración unilateral de independencia (DUI).
El nacionalismo se ha presentado, en esta ocasión, en tres listas (JxCat, ERC y CUP) y ha obtenido sus mejores resultados en la Cataluña rural y del interior. Merced a la ley electoral vigente, dispone de mayoría de escaños aunque no de voto popular. Ello les permitirá controlar de nuevo el gobierno y el parlamento, la radio y la televisión públicas, la escuela (desde la que se continuará discriminando la lengua común de todo el Estado, el español, y, en muchas de ellas, adoctrinando), las subvenciones a entidades secesionistas (ANC, Ómnium, etc.) y medios de comunicación privados, la propaganda antiespañola a través de sus “Embajadas” en el exterior, la policía, etc.
Ha planteado su campaña en términos de democracia -que violan sistemáticamente- y dignidad, eludiendo los problemas que realmente preocupan a la mayoría de ciudadanos: empleo, desigualdad social o listas de espera. Resulta complicado explicar cómo casar esas políticas con el ideario antisistema de las CUP y con el de la derecha radical de JxCat. Tampoco les preocupa. Lo que realmente importa al régimen es que sus élites, las familias que han hecho fortuna a base de tramas corruptas que dirigen adjudicaciones, concesiones y cargos cien mileuristas, sigan controlando “el paíset”.
Han fracasado en su intento de posicionar a su favor a la comunidad internacional, pese a los ingentes recursos económicos invertidos. Ningún régimen democrático se ha dejado engañar. Y, como no lo han conseguido, han buscado soporte internacional en personajes como Nigel Farage (UKIP), Geert Wilders (el ultraderechista conocido como el Trump holandés), Heinz-Christian Strache (líder del ultraderechista Partido de la libertad de Austria), Matteo Salvini (Liga Norte italiana) o Viktor Orban y Janus Ryszard Korwin-Mikke. Todos ellos destacados populistas y radicales antieuropeístas que ven en el independentismo catalán una oportunidad de sembrar en Europa las semillas del odio y la xenofobia.
Sorprende que, pese a tantas evidencias acumuladas, las clases populares abracen la causa nacionalista. Plantear la cuestión como un conflicto identitario, de singularidad, es un error. Cada uno tiene la suya y todas son respetables, a pesar de que figuras tan relevantes del supremacismo catalán como Jordi Pujol o Heribert Barrera se haya esmerado en remarcar su superioridad étnica respecto de los que hoy, sus discípulos, denominan colonos.
La democracia tiene ciudadanos libres. La democracia moderna no es perfecta y no puede serlo (si no dejara margen para el cambio sería imperfecta). Sin embargo, con todas sus pestilencias, es el mejor sistema para dinamizar y ajustar la convivencia humana.Se construye y reconstruye permanentemente. La democracia no pretende crear un solo pueblo uniformado que comparta siempre los mismos intereses y emociones. Quiere ciudadanos amantes de la libertad, aunque esta sea incómoda, tolerantes y respetuosos con las diferencias.
La mayoría lo tenemos claro: democracia.
José Simón Gracia @mehuelea
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