Gabriel Muñoz Cascos.- Afortunadamente, la inmensa mayoría de los abogados -al menos en España- son profesionales de gran prestigio, que lo tienen bien ganado por su seriedad, responsabilidad y buen hacer en favor de sus clientes.
El abogado es el licenciado en Derecho que puede brindar asesoría jurídica y defender o representar a una de las partes de un proceso judicial. Las actividades que desarrollan suelen abarcar un amplio marco de especialidades con la que satisfacen, con creces, las necesidades que tiene la sociedad, desde las más simples a las más complejas. Una de las especialidades más complicadas, a mi modo de ver, es la que realizan los que se ocupan de los delitos recogidos en el Código Penal.
Son los llamados abogados penalistas, que lo mismo se ocupan de un simple hurto, que de los hechos más innobles como son el maltrato, el crimen -organizado o individual-, el terrorismo, y un largo etcétera, por casi todos conocido por la trascendencia que tienen. Todo el mundo sabe que, en un litigio de tipo penal, tiene especial relevancia la figura del abogado defensorporque, en muchas ocasiones, está en juego la libertad, e incluso la vida, de un acusado.
También es muy importante para salvaguardar los intereses de la sociedad, que el abogado defensor sea una persona que, cumpliendo con su código deontológico, no sea lo que yo llamo carroñero. El derecho de defensa es inalienable, pero, a mi juicio, el abogado no puede utilizar “malas artes” y “suciedades” en su defensa. Traigo esto a colación, sabiendo que Puigdemont se ha puesto en manos de un abogado belga (Paul Bekaert) que tiene bien demostrada su indecencia cuando defendía a terroristas, y que ha manifestado que nuestra Audiencia Nacional es un tribunal de excepción.
No hay ninguna duda, pues, de que abogado y defensor, son tal para cual. La tranquilidad que me queda es que el expresidente catalán, será juzgado -como debe ser- por tribunales españoles, con o sin ayuda de abogados carroñeros.