Gabriel Muñoz Cascos.- He manifestado muchas veces, que,desde hace tiempo, no me sorprendo por nada de lo que ocurre en el mundo. Creo que es fruto de los años vividos en los que han pasado muchas películas reales delante de mis ojos. No obstante, percibo con claridad -y me alegran- las muchas cosas buenas de las que tenemos que enorgullecernos, a la vez que siento en lo más profundo de mi ser las cosas terribles que hace el ser humano. No hay que moverse de casa para que la prensa, la radio o la televisión, nos traiga cada día algún hecho que nos hace sentir escalofríos.
Debo reconocer, que los hechos que suceden, no son de la misma importancia porque en todo existe una escala de relevancia; pues no es lo mismo matar a un congénere que asaltar una tienda. Para ello está, o debe estar, la ley y su aplicación. Pero este es otro tema. Hoy me quiero detener en una noticia que salió en el pasado mes de abril y no he vuelto a saber de ella. Se trataba de dos catedráticos que fueron detenidos por estafar con una falsa medicina contra el cáncer. Al parecer estas personas, junto con otras, estaban comercializando -de una manera irregular- un medicamento por ellos preparado que, aunque no tenían, según los informes,efectos perniciosos para la salud, tampoco curaban el cáncer como prometían. Hace falta tener una conciencia muy negra para jugar, a sabiendas, con la ilusión de unos enfermos y sus familiares prometiéndoles una granuna gran mentira, con la que ellosllevaban facturados más de 600.000 euros. Y, lo que es peor, falseando los controles periódicos que hacían, en los que aseguraban una mejoría inexistente en los enfermos. Todos estos indignos personajes, mercaderes de la desesperación, deberían ser inhabilitados de por vida y encarcelados por unos cuantos años.