Una sencilla tumba con la cruz que la preside partida y abandono y suciedad reinando sobre toda ella, nos recuerda una gran tragedia: la muerte del torero Pepete en la Plaza de Toros de Murcia. Algo de su personalidad está en la frase que completa la inscripción “fue modelo de hijo y hermano cariñoso”.
José Gallego Mateo, que era su nombre, cambió este por el de José Claro, haciendo honor al mote tanto de su abuelo como de su padre: “Los Claros”.

Era vecino de la Puerta de la Carne. Había nacido el 19 de marzo de 1883 y de ahí su nombre. Aunque hizo su aprendizaje de herrero, se inició en el arte de torear en el matadero cercano, como muchos niños y jóvenes de la zona, con las reses que pronto serían sacrificadas. Luego, fue a tientas en las ganaderías y a las capeas de las ferias de los pueblos.

Por fin, en 1904, era invitado a torear en la Plaza de Sevilla en un calurosísimo mes de julio, que no lo sería tanto ya que de las tres corridas que toreó, una la hizo el día 24. Su actuación fue recibida por los sevillanos con enorme interés. Tenía, decían, más valor que el Espartero. En las paredes se escribía “El rey de los toreros es Pepete”, “Ni un torero tiene más….. que Pepete” y hasta coplas hablaban de su valor, afirmando que Pepete al viajar ocupaba dos vagones siendo uno para la generalidad de su cuerpo y otro especial para los distintivos de su masculinidad.

Tras actuar en Madrid, toma la alternativa en Sevilla en 1905. Al día siguiente, vuelve a torear y tuvo tal éxito que la multitud lo cargó en hombros y así lo llevo desde la Plaza de Toros hasta su domicilio en la Puerta de la Carne.

Pero aquel extraordinario valor produjo, como pasa siempre en el mundo de los toros, una división de opiniones; decían unos que Pepete estaba cuajado, que era el torero que toreaba más cerca y más parado y el que mejor entraba a matar y daba estocadas más hondas y completas. Argumentaban los adversarios, que Pepete era un torero valiente, ignorantísimo y torpón y la mayor demostración eran las numerosas cogidas, algunas de extrema gravedad, en distintos momentos de las faenas.

Así llegamos al 7 de septiembre de 1910, en ese día Bombita y Machaquito debían lidiar toros de Parladé. Bombita cae enfermo y pide a Pepete que lo sustituya, por motivos de dinero Pepete se había negado a torear esa corrida, pero acepta la petición del compañero. Alguien hablaría de sino, de fatalidad.

Antes de comenzar la corrida, el diestro ha mandado un telegrama a su familia, en él podía leerse: “Sin novedad”

El primer toro, por nombre “Estudiante”, era negro. Al acudir al caballo sale rebotado. Pepete va a recogerlo para que vuelva a entrar, pero con tan mala suerte que tropieza con el toro que le clava un asta en la ingle. Pepete cayó. Mientras lo llevan a la enfermería grita “me muero, madre mía” y dice a su mozo de espadas “no me dejes Manuel que me muera, que lástima, no duro ni dos minutos. Te quedas sin matador. Toma estos besos para mi mare y mis hermanas”. La última frase que se le escuchó fue “¡Ay mare mía! ¿Qué vas a hacer ahora con esas doce bocas?”

Su cadáver amortajado fue colocado en el centro de la enfermería, entre cuatro cirios y sobre un paño negro.

Como en un drama literario, mientras Pepete agonizaba y moría, Machaquito conseguía un enorme éxito con los seis toros. El público aplaudía a rabiar.

Enterada la plaza de la muerte, hasta las dos de la madrugada el gentío desfilaba ante el cadáver. A Machaquito tuvieron que arrancarlo a viva fuerza de junto al compañero, pues tenía que torear al día siguiente.

Hubo polémica, el mozo de espadas de Pepete acusa de la muerte a los médicos “¡Que infamia! Murió sin curarle y se desangró. Los médicos, enseguida que le vieron, se marcharon a continuar viendo la corrida y me quedé solo en la enfermería”. Parece que el comentario fue más producto del dolor, que de la realidad.

Al día siguiente, tras ser embalsamado, fue trasladado en un furgón de tren a Sevilla, aquí le esperaba, dos días más tarde toda la ciudad y sobre todo su madre y sus hermanos. El cadáver fue llevado hasta el Cementerio de San Fernando a hombros de los muchos pobres que Pepete ayudaba de todo el entorno de San Bernardo y la Puerta de la Carne y tras ellos, como describe el cronista, el pueblo sevillano vestido de luto. Ni en los entierros de Espartero, Reverte o Montes se había visto tanta concurrencia.

Muchos años más tarde, en 1927, Juan Manuel Rodríguez Ojeda reformó un traje del torero para saya de la Virgen del Refugio de San Bernardo, Hermandad a la que había pertenecido José Claro “Pepete”, como antes Costillares o Curro Cúchares.

Una historia dramática que nos habla de los jóvenes sevillanos que habitaban los insalubres corrales de vecinos de la zona y que no veían otra luz para su vida, que la del toreo. El dinero, la fama, pero también la ayuda a los vecinos, sacar a los padres y hermanos de la miseria, eran sus objetivos. “Más cornás da el hambre” ¿Qué diferencia había entre morir en Cuba, Filipinas o Marruecos o morir en una plaza de toros en los cuernos de una bestia? La muerte la misma, la fortuna absolutamente distinta.

Pepete arriesgaba la vida hasta la temeridad, porque la vida de los pobres valía muy poco en esa Sevilla que necesitaba regenerarse, pero que todavía no había encontrado la clase dirigente que supiera hacerlo.

 

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