Las limitaciones de Pedro Sánchez son evidentes para todo el mundo, menos para él y los que le han reelegido de nuevo como secretario general del PSOE. Pero alguna de ellas es evidente incluso para él mismo, es consciente de que unas nuevas elecciones, con él a la cabeza, le van a suponer un nuevo batacazo mucho peor que en las últimas, que ya es decir.
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Tiene tal obsesión con llegar a la Moncloa y con el Partido Popular que no es capaz ni de esperar los tiempos lógicos para intentar conseguir sus objetivos porque sabe que en condiciones normales nunca lo logrará. Ha sido reelegido hace cuatro días y vuelve a retomar de nuevo la senda que le llevó a la catástrofe y a la pérdida del liderazgo de su partido en Octubre, es decir, no aprende.
Ya plantea de nuevo reuniones con Pablo Iglesias y Albert Rivera, el agua y el aceite, para formar un frente común anti PP e intentar así tomar la Moncloa por asalto. Esto no es más que un reconocimiento de su incapacidad absoluta para mejorar los resultados electorales de su partido y de su miedo a las urnas. Ese miedo es lógico, por más que intentara envolver los resultados electorales con palabrería barata, el último resultado siempre era peor que el anterior.
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Si fuera inteligente actuaría en silencio y con prudencia, retomaría un discurso nacional y se alejaría de las tesis podemitas, que por ahí vienen muchos de sus males, además de por él mismo. Esta reelección de Sánchez al frente del PSOE no es más que un espejismo, es un pataleo del ala más extremista del PSOE, que no se da cuenta que con Sánchez tienen menos futuro que un submarino descapotable.