El Diestro- El teatro del absurdo de Samuel Beckett llega a tener pleno sentido cuando con elementos minimalistas puramente simbólicos reconduce al público por una inequívoca interpretación real de la obra. Unas viejas fotos en blanco y negro que caen de la pared y se van descoloriendo hasta borrarse mientras son arrastradas un día de lluvia, en la ciudad, a merced de la corriente de agua hasta perderse en una alcantarilla inmediatamente nos sugiere la futilidad de una existencia que solo necesita el tiempo suficiente para acabar en el olvido. El mensaje goza de una gran inteligencia trascendente y su simbolismo lo entendería cualquiera.

Samuel Beckett y el teatro del absurdo

Sin embargo y por contraste, existe otro tipo de absurdo y es la política del absurdo: un disparate esperpéntico al que nos está acostumbrando el partido morado “Podemos”. Con muestras diarias de chuflas absurdas carentes de ningún estrato lógico, como no sea el todo vale “por conquistar el cielo” del poder, puede hacernos reflexionar sobre quienes orquestan, aplaudiendo hasta con las orejas,  semejantes muestras de irracionalidad; a falta de verdadera inteligencia política. A diferencia del inteligente teatro de Beckett, la política del absurdo tan solo intenta conducir al poder por y para ejercer el poder. Y el resultado de ese poder no sería otro que el dinero y, sobre todo, la libertad expoliada al pueblo; pero retorciendo la demagogia hasta conducirnos a un mundo paralelo al que sufre el pueblo venezolano. Ni la ridícula teatralidad de Mussolini en sus famosos discursos desde el balcón a unas masas alienadas llegó a tanto. Y cuando eso ocurre, el vórtice de sinsentido arrasa como un tornado conduciendo al pueblo a la locura de anhelar su pérdida de libertad por encima de la igualdad; igualdad imposible de alcanzar.

Pero dicha locura nada tiene que ver con una locura como la de Don Quijote que al final recobra la razón en sus últimos momentos, sino con la locura de darle el poder a un loco por el poder. Un dictador bolivariano le dio como herencia el poder a otro dictador bolivariano. No hay esperanza de recobrar la razón en ningún momento. Y aquí aparece la política del absurdo: Pablo Iglesias arrastrando tras sí a sus acólitos a ofrecernos un espectáculo bochornoso en el Congreso día sí día también, o en sus declaraciones o aquella que les indujo a firmar un documento, según fuentes de ABC, donde se propone que menores de 14 años tengan voz y voto en las decisiones de Podemos.

Pero da igual el cuándo y cómo: parafraseando a Beckett: “Prueba otra vez Pablo Iglesias. Fracasa otra vez. Fracasa” mejor. Espectáculo titiritero el que quieras; propuestas inteligentes de soluciones para el pueblo como algunos creyeron al principio cuando criticaba a “la casta”, ninguna.