Editorial de fin de semana
Voy rebobinando la
película de la historia reciente de la que algunos hemos sido testigos, no de la que nos han contado los medios. Es entonces cuando
surge una ineludible cuestión sobre el periodo de la Transición: se trata de si la Constitución y  las autonomías se inventaron con
la suficiente buena intención, o bajo la sombra de oscuros intereses
;
si esa Transición tuvieron objetivos leales o desleales para con los ciudadanos; o bien si hubo un poco de todo en una especie de río revuelto donde pescaron hombres honestos y también los más sinvergüenzas.

Nos vendieron
oficialmente que la Transición había sido fruto de un ejemplar acto
de reconciliación
. Una reconciliación necesaria ante el mundo, y,
especialmente, necesaria para los mismos españoles por el peor
fracaso en el que puede caer una sociedad – una guerra civil -.

Básicamente se
trataba de que los vencedores sacrificarían generosamente su
victoria
en aras de un nuevo futuro democrático y los vencidos
sacrificarían sus pretensiones, aspiraciones, y ¿por qué no? sus
ansias de revancha
. Pero los acontecimientos del último decenio me
demuestran que ni siquiera la pócima del tiempo ha logrado cicatrizar las
heridas… Para ello hemos sufrido la Ley de Memoria Histórica que
un nefasto personaje, como Zapatero, impuso para gozo de siniestros revanchistas que se han unido al carro desde las filas de la izquierda más radical y del mismo fascismo de partidos arribistas disfrazados de izquierda.
En estos momento nuevos oportunistas con el revanchismo como una pieza del motor de su populismo se han unido a la orgía de un vergonzoso revanchismo maniqueo.

La triste verdad es
que esa parte del plan de la Transición, que apuntaba a la
conciliación nacional por la Guerra civil, ha fracasado también gracias a la corrupción financiera
institucionalizada que tuvo lugar desde el principio de la Transición, y a la puntilla
que le propinó la política de Zapatero
y la falta de determinación y agallas del líder de la derecha para poner en su sitio a los nacionalismos

Paradójicamente, la
conciliación no ha fracasado por quienes de verdad sí participaron en
la contienda, cuyo mayor temor es que se repitiesen los luctuosos
acontecimientos que tuvieron lugar tanto durante la guerra como la
posguerra. Son los nietos o bisnietos de aquellos que sí
participaron en la contienda civil quienes creen, los muy imbéciles, que de haber estado
ellos en esa guerra la República hubiese ganado de calle
, y ahora
formarían parte de élites sociales de ese orden que jamás ocurrió, y esperemos que jamás tenga lugar. No se dan
cuenta, los muy ignorantes, que aunque hubiesen ganado por estar
ellos en las batallas contra Franco habría fracasado igual que fracasó el
experimento socialista en todo el mundo con la caída del muro y la
desintegración de la URSS. O puede que no sean tan ignorantes, y
simplemente sean unos vagos y maleantes dispuestos a pescar en río
revuelto
.

Esos biznietos de
vida regalada, los pijomunistas,
que a veces se inventan abuelos rojos víctimas de la contienda no
solo inventan un pasado que les es completamente ajeno
sino que
quieren pasar de vivir de ninis a costa de los padres a vivir de
ninis a costa de la política.
Bien, pues si como sociedad civil
queremos sobrevivir a toda esta panda de golfos y sinvergüenzas
que
se ha sumado al festín del despiece de España y las riquezas que se
consiguieron a costa de tanta sangre, sudor y lágrimas solo tenemos
un camino: representación de la sociedad civil desde el origen de la
sociedad civil y separación de poderes que potencie un control
ciudadano muy eficiente de los políticos y su gestión
. Creo que
estas deberían ser las reglas básicas cuyo acuerdo estaríamos
todos los ciudadanos dispuestos a aceptar a estas alturas de la
película, fueran cuales fueran nuestras ideas: no hay duda que la Democracia de verdad unificaría a España y reduciría exponencialmente el número de delincuentes y mafias sin castigo (los Pujol, ERES, Convergencia…) el gasto en política, ONG y fundaciones oportunistas o sedicionistas, empresas estatales inútiles, monopolios como el de los estibadores, duplicidades y la corrupción generalizada como sistema.
Si lo que se diseñó
durante la transición fue un plan de futuro para todos los españoles
esta sociedad está al borde del fracaso. Solo falta un pequeño
empujón hacia el lado del abismo para que nos precipitemos en caída
libre y sin paracaídas hacia una dictadura fascista disfrazada de
socialismo tipo bolivariano; o bien, podemos optar por un esfuerzo
colectivo en sentido contrario todos a una como en Fuente Ovejuna. La opción es nuestra.

Ese rescate
colectivo
nunca debería ser fruto de experimentos federalistas, que
instaurarían a perpetuidad nuestros viejos problemas de despilfarro
y corrupción institucionalizada en las fallidas autonomías – ya
tenemos la experiencia, no gracias -. Si nos engañan la primera vez
es culpa del que miente, pero si nos vuelven a engañar ya seríamos
nosotros los únicos responsables.

Claro está, que si
por el contrario no vivo de mi talento y en cambio sí de la
subvención, de las instituciones por virtud de un carné político,
y me revuelco en mi mediocridad; evidentemente continuaré reclamando
un federalismo, sedicionismo, o secesionismo del tipo que sea; y la
subsiguiente perpetuación del sistema actual de prebendas y castas.

Por el contrario, el
sentido común nos dicta que la solución que nos interesa a los que
vivimos de nuestro talento o esfuerzo pasa inevitablemente por
instaurar una democracia de verdad, y reorganizar lo que tenemos
logrado hasta ahora porque la gravedad de la situación así lo
requiere – desmantelar las autonomías, unificar nuestra nación y
consensuar un nuevo pacto organizativo más eficiente y barato
refrendado por todos los españoles tras un periodo libre
constituyente
, tras el cual surgiese una Constitución que solo
recogiese las normas, el reglamento para la separación de poderes
enfrentados y la auténtica representación del ciudadano.

El Artículo 16 de la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 dice claramente que
sin separación de poderes no existe constitución. Según el jurista
D. A. G. Trevijano nuestra Constitución carece de normativa respecto
a la separación de poderes
, ergo se limita a ser una ley fundamental
de partidos políticos
. Con ello queda contestada la duda que nos
surgía al principio de este artículo sobre las verdaderas intenciones con la que
se diseñó la Transición. De ahí el fracaso descomunal que estamos viviendo.