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Editorial del domingo |
Una sociedad boba o ignorante solo puede tender a embrutecerse y adoptar posiciones cada vez más extremistas hasta llegar a comulgar con el horror del fascismo o el de los mismos bolcheviques. O sea, los fascistas y comunistas los prefieren tontos. Cuanto más ignorante es la sociedad más ingenua resulta y con ello dispuesta a creerse lo que le diga el primer populista a quien le regalen el acceso a los medios de comunicación. Si por desgracia los populistas llegasen a acariciar el poder la miseria moral y económica estaría garantizada para España. Por ende esa sociedad se sentiría aterrorizada ante el régimen de violencia y grupos “descontrolados” que pulularían como setas causando el pánico en toda la población . Y los síntomas de lo que ocurriría ya empiezan a mostrarse con una crudeza ácida. Hace unos días un periodista se quejaba de que las ultrafeministas de Valencia le persiguieron obsequiándole con todo tipo de insultos simplemente por preguntarles cómo es que no habían manifestado públicamente nada por las declaraciones de Pablo Iglesias de que “azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase“. Seguir ciegamente en manada al macho alfa a quien hembras en celo consideran su líder es un síntoma del auge del fascismo y de pérdida de civilización. Fascistas y bolcheviques van de la mano porque los extremos se tocan y la dinámica de ambos siempre fue la agresividad ante cualquier asomo de crítica o disidencia. Ambos experimentos sociales fracasaron en el siglo pasado; el fascismo tras una guerra mundial y el comunismo por el imple derrumbe de teorías impracticables. La imposición y el fracaso de estos dos sistemas totalitarios no vinieron exentos de derramamiento de sangre y sufrimiento. No podemos repetir los mismos errores por simple ignorancia.
Poco después, en la Universidad Complutense otro grupo de fascistas encapuchados que han sido calificados de cobardes por el mismo rector han agredido mediante empujones a miembros de la plataforma HAZTE OÍR, que pensaban participar en una charla sobre LIBERTAD DE EXPRESIÓN. Los medios llaman a estos incivilizados antifascistas, pero en realidad hace tiempo que se apuntaron al carro del fascismo: fascismo en la ideología y fascismo en las formas. Fascismo en su peligrosidad social y fascista es el líder al quien siguen. El cobarde sistema partitocrático no solo aupó al populismo hasta el Congreso de Diputados para alejarlos de las manifestaciones de la Puerta del Sol sino que a través de sus correas de transmisión, los medios de comunicación, les han regalado un fraudulento halo de superioridad moral; todo ello producto del “complejín” que todos tienen para que no los llamen franquistas. Según palabras de Antonio García Trevijano en MCRC (el mejor filósofo político del S XX) califica a Pablo Iglesias de fascismo, sin ser consciente de ello por la enorme ignorancia del machito alfa, por postulados que irían de la mano con los de Jose Antonio Primo de Rivera. Y si ese es el grado de ignorancia de ciertos profesores imaginad qué les pasa a los pobres alumnos de la Universidad Complutense, cuyo verdadero objetivo sea el de formarse. Hoy el rector de la Complutense felicitó a un grupo de alumnos que intentó apaciguar los ánimos y mediar para que no ocurriese nada en el incalificable incidente de los fascistas encapuchados atacantes de Hazte Oír.
Aparecen en este incidente las dos Españas, ahí se muestran las dos caras de la moneda: los buenos alumnos contrapuestos a los que siguen dictados de perversos profesores cuyo mayor placer es ver como un grupo de manifestantes acorralan a los antidisturbios y agreden a la policía. A causa de esos profesores florecen energúmenos con amenazas, gritos y alguna agresión o empujón demostrando su carácter dialogante “antifascista”. Esos salvajes son de los que dicen “yo te dejo hablar, pero cuidado con lo que dices”. Presumen ser los nietos de aquellos otros salvajes cuyos abuelos les daban paseos a sus víctimas hasta las tapias de los cementerios para fusilarlos por el simple hecho de ir a misa los domingos. Gracias Sr. Zapatero por su ley de memoria histórica. Y así, la universidad; el lugar que debería ser un crisol de sabiduría es un imán de extremistas de todo pelaje con un factor común: el fascismo o el bolchevismo, que para el caso es lo mismo. Tal como están las cosas, uno no se extraña de que metido en política existan populistas que simplemente ambicionan el poder por el poder pero que no dejan de ser meros fascistas disfrazados de extrema izquierda y adornados con títulos universitarios y matrículas de honor cuyo verdadero valor es el de papel mojado. La indignidad se halla montada como forma de vida para esos mafiosos expertos en amenazar a los periodistas, pero luego negarlo cobardemente bajo el paraguas de la masa que les hace el trabajo sucio, como hacían los camisas negras de Mussolini con los políticos opositores disidentes; expertos en opinar disparates pero carentes de todo criterio por carecer de formación. Expertos en vivir de okupas eternamente subvencionados y que acaban de alcaldesas o regidores porque bochornosamente una Caixa les han comprado el cargo. Son los engañabobos, los vividores sin escrúpulos que llegan a altos puestos políticos apareciendo día sí día también en todos los medios de comunicación. Son los cansinos profesionales del pancartismo que callaron vergonzosamente durante el drama de la crisis aficionados a sustituir las barricadas por mariscadas. De esos que ahora que despunta la economía quieren justificar sus injustificables y jugosos sueldos montano huelgas generales cuando fueron los primeros que acogieron gustosos la reforma laboral para despedir masivamente del sindicato a sus propios trabajadores, pero guardando sus cargos y obscenas prebendas. Todos ellos forman una melé que dibuja la indignidad de una parte del panorama social y político de una nación cuyo gasto político sigue aumentando exponencialmente, así como la deuda por habitante, mientras desaparece la clase media que brotó por aquellos años 60 a costa de pluriempleo, esfuerzo y mucho trabajo; pero a la que se le dejo vivir y desarrollarse. Aquella clase media que destacó gracias a no tener que mantener a tanto reyezuelo, tanto cargo inútil, y tanto mangante. La clase media que floreció antes de la nefasta y engañosa transición que dividió a España en 17 taifas para regocijo de corruptos.