Opinión

Resulta curioso cómo
coinciden en sus juicios grandes pensadores de la filosofía política
como Trevijano y John Millar cuando este último acuñó la frase,
muy admirada por Friedrich Hayek, de que las estructuras sociales de
todo tipo eran “el resultado de la acción humana, pero no la
ejecución de ningún diseño humano” (1782). Adiós a las teorías de la conspiración. Así mismo, en su
Historia de la Revolución Francesa Trevijano ya nos advierte de que no hubo
nada de lo que los marxistas postulaban como causas de dicha revolución, cuya visión estándar es la que se ha estudiado
últimamente en los libros de texto de colegios e institutos y sí pueden llevarnos a teorías conspirativas si hilamos fino.
Trevijano atina en las causas del Gran Miedo y de lo que vendría
después, como la toma de la Bastilla cuando demuestra que fue fruto
de la casualidad, pero casualidad causada por las pasiones irracionales de la acción
humana, que son las que en última instancia volcaron los
acontecimientos revolucionarios que tanto impresionarían a la Europa de la época.

Esta idea encapsuló
dos ideas relacionadas; a saber, que las instituciones complejas
evolucionaron gradualmente o “espontáneamente” con el
tiempo, y que gran parte de este desarrollo fue “involuntario”
o no planificado por ningún individuo. Millar aplica estas ideas
aquí a la aparición de la Gran Carta (Magna Carta), la encarnación
de los “derechos tradicionales de los ingleses”. Señala
que no era la intención de los “pequeños tiranos” (los
nobles) que desafiaron a la autoridad del “gran tirano”
(rey Juan) en 1215 para crear un documento que se aplicaría a todos
los varones adultos cualquiera que fuese su clase social o económica. Entre ellos el famoso “la casa de un inglés es su castillo”, equiparando a rey y villano en ese aspecto. La Carta Magna fue un acto de interés propio en una lucha de poder entre la
aristocracia y la monarquía. Sin embargo, la consecuencia no deseada
de su acción fue crear un precedente poderoso

Cuando
los comunes en tiempos posteriores
encontraron esa ventaja de tener ya un registro escrito antiguo,que
habían heredado de tiempos pasados (la Carta Magna), aprovecharon la ocasión para ampliar los límites de esas antiguas prerrogativa. Esto dio peso
y autoridad a sus medidas. La Carta Magna
les ofreció una pista para dirigirlos por los laberintos de la
especulación política. En definitiva, los alentó a proceder con
audacia a la realización de algo que ya había sido puesto a prueba.
Ampliar reglamentos fue entonces coser y cantar. Reglamentos
adaptados a los nuevos tiempo en la Edad Media. Suerte que tuvieron y supieron
aprovechar. Nosotros hicimos lo contrario. Nuestra “Carta Magna”,
cuyo avance fue más significativo que el de la misma Revolución
Francesa se malogró tras el enorme derramamiento de sangre que tuvo
lugar durante nuestra Guerra de Independencia contra Napoleón. Los
hombres de la ilustración de Cádiz lucharon contra las ideas de la
ilustración que quería traer Napoleón a España, especialmente su hermano José Bonaparte, que era mucho más ilustrado que
Napoleón. Y la guinda del pastel fue ya cuando se le regaló el
poder al rey “deseado”, que resultó uno de los más nefastos gobernantes para de entre
los reyes felones que ha tenido España. A ver si aprendemos de la historia de una vez para no regalar el poder al peor de los peores. Creo que nuestros sagaces lectores saben a quién nos referimos.

1 Comentario

  1. En la vida real, el viejo truco de las pelis (Hollywood) de romper el candado con un tiro, puede acabar mal si la bala rebota en el candado y le da a alguien…y el propio tirador es el que anda más cerca. A menudo soliviantar las masas se vuelve contra el que "mueve los hilos", al 100×100 nadie controla ni un huevo pasado por agua.

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