Eudoxo ideó un sistema de veintisiete esferas (cuatro para los cinco planetas, tres para el Sol y la Luna, y una para las estrellas fijas, con lo cual el proyecto de Platón de un orden matemático circular en el desorden aparente de los cielos con los movimientos de los planetas (errantes),
que era posible. Sin embargo, las anomalías se fueron sucediendo.
Aristóteles a diferencia de Platón atribuyó el orden de los cielos no a un Demiurgo, a un arquitecto distinto del mundo material, con Ideas y formas geométricas, sino como algo propio de los elementos que componen la materia. Si Platón se postulaba para estudiar la ciencia como el conocimiento de esas formas ideales más allá de la cúpula celeste, Aristóteles consideró que tales formas solo existían incorporadas a la materia.
En Platón, las matemáticas y la geometría nos alejaban del mundo sensible y a concebir nuestros conceptos como representación o recuerdo; en Aristóteles las matemáticas y la lógica venían a ser el proyecto científico para la demostración de las verdades, el estudio de la naturaleza y la demostración de sus hipótesis. La naturaleza por tanto es necesaria según Aristóteles para el conocimiento científico. Mencionemos para centrarnos que este debate arranca con el viejo problema del cambio, Heráclito y Parménides, o cómo lo que no es puede llegar a ser manteniendo la identidad del sujeto (sin que sea una ficción como piensan los orientales, el yo es una ficción). En otras palabras, parafraseando la metáfora de Heráclito, cómo puedo bañarme dos veces en el mismo río.
Sea como fuere el prejucio del movimiento circular en el cosmos, de su incorruptibilidad frente al cambio en la Tierra y del geocentrismo se mantuvo vigente. En otras palabras, en la Tierra había fuego, aire, agua y tierra, y estaba sometida a cambios siendo una especie de centro del Universo
impuro. Por el contrario, los cielos eran puros, libres de corrupción sometida a cambio, con movimientos circulares paradigma de la perfección, de la eternidad y como morada de dioses, del
primum movens, del
primum mobile o del Trono Celestial.
Aristóteles al igual que Eudoxo y conforme a la tarea impuesta por Platón,
salva las apariencias encajando las esferas en un sistema de éter incorruptible,
el quinto elemento, transmitiendo el movimiento de la externa a la interna pero atribuyendo el movimiento propio, es decir el no transmitido a otra esfera, a su propio motor inmóvil, para evitar un
regressus ad infinitum.
Pero el
De caelo lo completa con la
Física y el
maestro crea el paradigma del movimiento
per saecula saeculorum. Para Aristóteles existían cuatro tipos de elementos que sufrían un movimiento natural que llevaba a que cada uno de ellos apuntara hacia su lugar natural. La tierra, hacia la tierra, el agua hacia el agua…Esto podía
demostrarse en el hecho
de que la tierra caía hacia abajo y se hundía incluso en el agua. Lo contrario ocurría con el fuego
que se escapaba hacia arriba y el aire
que se esparcía. De ello dedujo que cada uno de los elementos intentaba volver a su lugar natural, y como derivación tautológica pensó que el universo se dividía en círculos que se correspondían con
esos lugares naturales, primero en el círculo tierra, luego en el del agua, a continuación en el del aire y por último en el del fuego. Esta explicación era muy válida para la experiencia sensorial. Pero junto a este movimiento natural, había otro movimiento
violento que era producido por algo: una piedra arrojada por alguien sube hasta que comienza a caer. En otras palabras, los cuerpos no pueden salir de su reposo sin un
motor y por ello, el movimiento forzado implicaba la existencia de un motor (el arco para la flecha por ejemplo) y la exigencia de que la acción del motor debería prolongarse tanto como el movimiento mismo, es decir, que si se detenía la causa (el motor), se detenía el efecto (el proyectil en movimiento). Pero como también se daba una resistencia del medio a través del que se movía el móvil, llegó a la conclusión de que
el vacío era imposible, horror vacui. La teoría aristotélica del movimiento quedaba vinculada indisolublemente a la idea de un
espacio finito y completamente lleno.
¿Hacia dónde condujo la física de Aristóteles? Pues a la
imposibilidad de sacar a la Tierra del centro del universo, ya que obviamente se invalidaría su teoría de que todas las cosas caen hacia ella y no hacia la Luna por ejemplo, ¡qué pena para poetas y enamorados! Por otra parte,
la inmovilidad de la Tierra se podía demostrar con experimentos sencillos: una dama que arrojase en la noche desde su ventana la llave del dormitorio a su amante caería en la vertical junto a sus pies. Ahora bien, ¿por qué los planetas no caían hacia la Tierra según Aristóteles? Pues porque en el espacio se daba la perfección, con movimientos circulares eternos e inmutables a la manera en los que concibió Platón con esferas engarzadas transmitiendo el movimiento y ese espacio estaba formado por el quinto elemento, el éter.
La contribución en la misión de salvar las apariencias, tiene en el Almagestode Ptolomeo su mejor performance donde se recopila la parte esencial de los logros de la astronomía antigua y se sistematiza dando una explicación completa, detallada y cuantitativa de los movimientos celestes.
“El problema de los planetas se había convertido en una simple cuestión de disposición de los diversos elementos que entraban en juego, problema que se atacaba básicamente a través de una redistribución de los mismos. La pregunta que se planteaban los astrónomos era: ¿qué combinación particular de deferentes, excéntricas, ecuantes y epiciclos puede explicar los movimientos planetarios con la mayor simplicidad y precisión? (…) El universo de las dos esferas fue un guía muy útil para intentar la resolución de los problemas tanto interiores como exteriores que tenía planteados la astronomía. Hacia finales del siglo IV antes de nuestra era, se aplicó no solo a los planetas, sino también a problemas terrestres, tales como la caída de una hoja o el vuelo de una flecha, y problemas espirituales, como el de la relación del hombre con sus dioses. Si el universo de las dos esferas, y en particular la idea de una Tierra central e inmóvil, parecía ser por aquel entonces el ineludible punto de partida para toda investigación de carácter astronómico, se debía ante todo a que el astrónomo no podía alterar en sus bases el universo de las dos esferas sin que a un mismo tiempo se subvirtieran tanto la física como la religión.”- Thomas S. Kuhn–
Estaba claro que para poner la Tierra en movimiento y desplazarla del centro del Universo, había que refutar la física aristotélica y apagar el fuego de las hogueras inquisitoriales.