Está escrito mil veces y en todos los idiomas. Las socialdemocracias, con su marcada tendencia al corrimiento de toda la geología ideológica en busca de novedades distintivas q ofrecer al electorado, arrastra tras de sí a todo el espectro.
Dado q en algunas materias (la economía, por ejemplo) no hay mucho más q rascar antes de caerse al precipicio comunista o al anarco-nihilismo, la socialdemocracia se expande y rebusca nichos distintivos en todas las grietas imaginables, incluso en los aspectos más elementales e indubitables de la realidad, ya sea en la marca biológica de los seres humanos, en la consideración de la familia como núcleo fundacional de cualquier sociedad, en el asalto a la propiedad privada y a la libertad de expresión o en la primacía categórica del ser humano dentro de la Naturaleza.
A la socialdemocracia le vale todo. No es un ejercicio saludable de revisión de los fundamentos q pudieran haber mutado en la sociedad con el paso del tiempo, sino un simple afán de encontrar elementos diferenciales para situarse más allá, incluso fuera de plano, como le sucede al coyote en su alocada persecución del correcaminos, q a menudo termina suspendido en el aire, sobre el abismo, segundos antes de caer al fondo del cubo.
Cada vez q ocurre de este modo, la derecha tiende a ocupar el antiguo espacio de la socialdemocracia, apretando de este modo hacia la excentricidad de las propuestas, pero convirtiéndose tb el conservadurismo en un pegote incalificable e irreconocible de sí mismo.
El resultado último es siempre un caos, un dislate desestabilizado y desestabilizador q a las masas le mete miedo, pues se niegan a aceptar de manera unánime, menos aún a semejante velocidad, toda la panoplia de ocurrencias de la ingeniería social aplicada por estos cabezas de huevo q destruye y no construye alternativa de ninguna clase.
En ese caos, en ese miedo, en esa incertidumbre falsa q, además, las socialdemocracias plantean siempre sin marcha atrás y sin salida, las masas, asustadas, sienten la pulsión intuitiva de frenarse en seco, como haría un caballo al llegar a un barranco incluso con los ojos tapados.
De este modo, cuando todo aparenta un caos ingobernable, el pueblo, la masa en su conjunto, y muchos individuos, sienten en la espalda ese repeluco de la inconsciencia colectiva arrastrándoles hacia ninguna parte y entonces, a menudo, se agarran al primer clavo q encuentren, aunque esté ardiendo.
Donald Trump, tal vez, es ese clavo. Puede que queme y q no a todo el mundo le guste como alternativa, pero confían en q pueda ser una oportunidad para ganar tiempo y no ser arrastrados por ese río de lava desbordada de la hipercorrección política q se ha lanzado en su estúpido afán de novedades a explorar los límites de la tolerancia con el mal extremo, en la indagación de la sexualidad impuber o en el retorcimiento de pretender normalizar las patologías más elementales.
Cuando toda esa barahúnda de propuestas socialdemócratas absurdas se ha llevado ya muchos cimientos y pegamentos sociales por delante, no es de extrañar q una parte muy considerable de las sociedades reclame la presencia de cualquiera q prometa salvarles del desastre, por más q sus modales no sean los pertinentes o más agraciados. Puede q algún día aparezca uno de esos salvadores q resulte estar envenenado por el virus de la tiranía y de la dictadura, pero esa parte del pueblo q resiste a la corriente no se rendirá tampoco fácilmente a salvapatrias de ocasión q quieran aprovecharse del dislate.
Si Trump existe como opción, como Le Pen o muchas de las otras formaciones y líderes políticos q resurgen de sus cenizas, es sólo porque las socialdemocracias iniciaron hace un tiempo este recorrido insensato y manipulador q sólo busca novedades q ofrecer a ese snobismo inculto y acomodado q prefiere vestirse de progreta y aplaudir cuando se dirige al matadero con la corbata de una hipercorrección política extrema.