La verdad es que cualquier intento descarado de manipulación y que haya tantísima gente dejándose manipular me sorprende cada vez menos, es más no me sorprende. En estos días se ha producido una manifestación “en contra de la violencia machista” y a favor de la criminalización absoluta del hombre que empieza a dar hasta miedo. A eso, que yo toda la vida he entendido como una discriminación, ahora lo llaman igualdad, es decir, para que haya igualdad, contra el hombre se puede utilizar cualquier arma arrojadiza, empezando por la generalización de su género cuando se trata de calificar un tipo de violencia.

Es curioso que se diga algo como “el machismo mata” utilizando para darle más fuerza a la frase un término similar como ese de machismo, el de feminismo. Es decir, el machismo mata, pero el feminismo es fantástico. Permitánme que me ría por no llorar, si el machismo es malo el feminismo también y si hay violencia machista, la hay también feminista. Como yo no creo que los asesinatos de mujeres se deban englobar con el término violencia machista, no creo que los asesinatos que se produzcan de hombres a manos de mujeres se deban denominar violencia feminista. Pero el problema que tienen los manipuladores es que cuando se ponen a manipular, intentan manipular hasta lo que uno dice e intentan convertir un tipo de afirmación, como el que yo hago, en una justificación absoluta del maltrato y asesinato de mujeres.

Contestar a una afirmación así es ya seguir el juego del manipulador. El manipulador es experto en pocas cosas, pero sabe a la perfección llevarte al terreno de la discusión afirmando algo que no has dicho. Cuando sigues el juego del manipulador y entras a debatir sobre eso estás perdido porque la conversación ya versa sobre algo falso, lo manipulado, nadie recuerda ya siquiera sobre qué se empezó a hablar; al final acabarás defendiéndote y diciendo que, como es lógico, tú no deseas la muerte de nadie.

El asesinato de mujeres a manos de sus maridos, de hombres a manos de sus mujeres, de niños a manos de su padre o madre, de ancianos a manos de sus hijos o nietos, puede ser catalogable si queremos, pero sólo se puede catalogar como violencia doméstica e incluso violencia familiar. Hay una costumbre muy poco sana en este país que es que la igualdad no exista nunca. Para, en teoría, intentar la igualdad entre el hombre y la mujer se provoca desigualdad, la evidente desigualdad de trato que tiene el hombre con respecto a la mujer en los casos de violencia doméstica o familiar. Una simple discusión entre un matrimonio puede acabar con los huesos del hombre en el calabozo de una comisaría esa misma noche si la mujer acusa, sin más, al hombre de maltrato. El juicio y la investigación se harán en un futuro, pero las dos noches de calabozo del hombre no se las quita nadie. Es decir: en el hombre prima la presunción de culpabilidad.

La violencia doméstica es un problema con el que nunca se va a acabar porque entra dentro del comportamiento humano. Decir que se va a acabar con la violencia doméstica es tan pueril como decir que se va a acabar con las guerras en el mundo y que siempre va a haber paz. Cada persona tiene una forma de ser determinada y las reacciones ante una discusión o un enfrentamiento son imprevisibles. Que se intente educar en el respeto tanto a los adultos, como a los niños y jóvenes, es algo que está muy bien y probablemente consiga algo positivo, aunque yo lo dudo.

Cuando planteamos el acabar con este tipo de cosas no nos damos cuenta que, como casi siempre, todo forma parte de una educación y una deriva de esta sociedad. Tanto en el ámbito familiar como en el escolar se le da mucha más importancia a que un niño aprenda a sumar, a que aprenda a ser persona, a la famosa formación en valores tan denostada últimamente. Si un niño se convierte en un extraordinario ingeniero, pero es un hijo de puta, podrá probablemente construir incluso un cohete, pero no dejará de ser un hijo de puta de por vida.