No tener centrales nucleares, por ejemplo, es muy bonito, suena muy bien, pero cuando toca comprar toda la energía más cara nos molesta pagar un recibo de la luz más alto. Las energías alternativas, suenan muy bien, pero cuando nos toca pagar más dinero porque no producen lo suficiente y porque se han subvencionado más de la cuenta ponemos el grito en el cielo. Que sólo circulen personas o bicicletas por el dentro de una ciudad es maravilloso, excepto si tienes un negocio allí al que no acude nadie por ser más cómodo ir en coche al centro comercial. Acoger refugiados es una obra de caridad, excepto cuando te digan que tienes que pagar más impuestos porque todos ellos llegan a gastos pagados.
Podríamos citar cientos de cosas que suenan muy bien, hasta que nos cuentan qué es lo que nos suponen a cada uno de nosotros a cambio. Estar protestando por las consecuencias de cosas que antes sonaban bien y de las que ahora muchos no se quieren acordar es tan absurdo como su planteamiento inicial. Todas estas cosas están muy bien, pero todas están relacionadas. Hace unos días hubo unas protestas ante el desenfrenado encarecimiento que estamos sufriendo con la factura de la luz. Pero claro, cuando después nos cuentan que la mayor parte de esa factura es debida a los impuestos, el pago a las energía renovables y la compra de electricidad fuera, porque aquí no tenemos centrales nucleares, ya no suena tan bien. Nos damos cuenta que la mayor parte de lo que pagamos es debido a cosas que sonaban muy bien y que pensábamos que eran gratis. Deberíamos pensar en que lo que suena tan bien siempre esconde algo por detrás. Algo que siempre pagamos los mismos.