El
segundo corolario Hayek lo presenta desde un punto de vista
absolutamente negativo y tan alarmante como cierto porque siempre hay
quienes aspiran a esclavizar a los pueblos con sistemas totalitarios
y proclamarse dictadores. Concretamente, no hará falta nombrar a
nadie para que reconozcáis, enseguida, qué políticos odian en
estos momentos incluso nuestra partitocracia y quieren sustituirla
por una férrea dictadura. Incluso aplican las mismas palabras de
Hitler: “yo soy de los vuestros, yo soy del pueblo”. Al
aplicar las hipótesis comprobadas por Hayek de los motivos por los
cuales siempre escogemos a los peores se reconocen fácilmente los
movimientos naturales y de manipulación que impulsan a los pueblos a
escoger tan mal a los líderes. El documental al final del artículo
da una visión histórica bastante buena de la ascensión de Hitler
al poder, pero antes se recomienda la lectura del artículo.

En
un editorial
anterior
recogimos el
primer corolario de Hayek
. Ahora vamos a ver el
segundo corolario de Hayek
:
y aquí se refiere a la
figura del demagogo

con la habilidad suficiente de cohesionar al grupo más primitivo y
menos instruido. Y es este líder demagogo el más poderoso
y preocupante de los tres elementos que, según Hayek, hace que los
peores líderes sean los escogidos por el pueblo. La demagogia
fundirá con facilidad en un solo cuerpo a la masa además resulta
imparable cuando apela
a las pasiones bajas del pueblo
.
Cuando se dirigen a lo más primitivo
y atávico
de los individuos el pueblo no entra en razón porque la razón y los
sentimientos no hacen buena pareja. El demagogo llega incluso a
afectar con su discurso a los más inteligentes e instruidos,
que terminan por dejarse arrastrar por la corriente enfervorecida de
la masa. En este caso, los motivos pueden ser tres: por
convencimiento, por pasividad y finalmente por miedo y propia
supervivencia.

También
constituye casi una ley universal que resulta más fácil ponerse
de acuerdo sobre lo malo que lo de lo bueno
. Los individuos
pueden encontrar fácilmente el odio común hacia un enemigo, sea por
motivos reales o imaginarios: se apela al contraste entre el
“nosotros” y el “ellos”. El atávico sentimiento de recelo
entre lo exterior al grupo y lo interior al grupo. La chispa
incendiaria que el demagogo prende es apelando a las peores y más
bajas de las pasiones de una masa que se siente halagada: la culpa de
las frustraciones de los individuos y fracasos personales son del
grupo exterior a ellos. Así la envidia, por ejemplo, hacia los ricos
y acomodados judíos provocó en una Alemania, apropiadamente tratada
por Hitler y sus secuaces, una noche de los Cristales Rotos y todo el
horror del holocausto que siguió. También el odio hacia el sistema
capitalista trajo a un Stalin. Hayek avisa que en realidad tanto
Hitler como Stalin utilizaron los mismos discursos de odio hacia el
enemigo exterior adaptándolo a su conveniencia. Los nacionalismos
también inventan a sus enemigos culpándolos siempre de algo (España
nos roba, pero yo perdono a Pujol) porque así cohesionan al pueblo y
lo dominan. Y ese elemento que llama a las más bajas pasiones, según
Hayek, resulta una fuerza muy potente. El odio inyectado en el
pueblo marca inevitablemente el preludio de un líder dictador y un
férreo sistema totalitario que habrá de venir a oprimir al pueblo
(la mayoría) y salvar a sus secuaces (una minoría). He de añadir
que el pueblo no percibe inicialmente el peligro que para ellos
representa el sistema totalitario que se les viene encima aceptando
la demagogia porque tienen su atención fijada en el enemigo
imaginario. Para cuando se llegan a dar cuenta del engaño el
dictador ya tiene el poder absoluto.