©Antonio Novo

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La
democracia es el gran avance. Aquello que costó un enorme esfuerzo
durante siglos por parte de verdaderos sabios, de verdaderos
filósofos-prácticos que se plantearon las grandes preguntas de cómo
podríamos convivir mejor en sociedad los unos con los otros y ser
más felices. En definitiva se planteaban cuál era el mejor sistema
de gobierno que se pudiese inventar. El camino ha sido difícil, tuvo
sus mártires y aquellas teorías ya se ha probado de forma práctica:
se probaron en el banco de pruebas de la historia en Estados Unidos,
cuando se independizaron las trece colonias de Inglaterra.

Desde
luego, aquello que inventaron los americanos sí se puede mejorar
porque lleva algo más de dos siglos de experiencia; y la práctica
hace maestros. Pero no se puede mejorar aquella maravillosa gesta que
se llevó a cabo por parte de los futuros americanos y los padres de
la patria americana durante el nacimiento de la joven nación. Y la
prueba es que el sistema triunfó.

Desgraciadamente, la
palabra democracia se ha corrompido en Europa por parte de demagogos
sin escrúpulos que llaman democracia a aquello que no lo es. Llaman
democracia a la partitocracia. Entre ellos, los más peligrosos son
los que llaman democracia a los nacionalismos (todos los
nacionalismos acaban en regímenes totalitarios). Los regímenes
totalitarios mal llamado de izquierdas, pues se acercan más a los
fascismos, son los que más hay que temer. En estos momentos, en
España vivimos en una partitocracia, pero todavía hay quien lleno
de ambición de dinero y poder quiere esclavizarnos con un llamado
gobierno de izquierdas totalitario tipo venezolano o griego. Las
crisis y los abusos de poder son el campo abonado para estos
oportunistas.

El gran engaño en este momento es que
llamar a la partitocracia en la que vivimos democracia constituye un
gran insulto a nuestra indiligencia y a la moral. Es por ello, del
inmenso mar de lo que significa la democracia sacaremos dos cubos de
agua: uno se llama Tocqueville y otro Rousseau. Aquí dejo unas
pinceladas de sus pensamientos y observaciones. Tocqueville y
Montesquieu serían los llamados filósofos prácticos, porque
condujeron a la democracia. Rousseau no acabó de ser bien
interpretado y ellos llevó por una serie de carambolas
desafortunadas al marxismo, a lo que fracasó. Si hacemos caso a la
selección natural el marxismo acabará por extinguirse. Ahora está
dando las ultimas boqueadas, como un pez agónico fuera del agua,
disfrazándose de socialdemocracia en su forma de la corrección
política e imponiéndose por la fuerza y la ley; leyes que se han
realizado sin nuestro consentimiento. Pero la lucha por la verdad,
con mucha lucha, acabará por imponerse porque la libertad no se
regala. Hay que ganársela.

Se me ocurre la imagen que
pudieseis tener de un película que habéis visto todos: Conan el
Bárbaro. Pues ya tenéis una idea de a lo que me refiero con el
término de bárbaro. Una sociedad donde se roba, rapiña, asesina
impunemente e impera la ley del más fuerte. La primera de las
características de Tocqueville en su Democracia en América II es el
efecto moral que la democracia tiene sobre los ciudadanos. Para
Tocqueville, la democracia hace que los ciudadanos pasen de
comportamientos bárbaros y hostiles a hacerlos más cooperativos y
sociables entre ellos de forma natural: algo que pude comprobar
personalmente; y para ello tienes que convivir con los americanos en
un pueblo. En Inglaterra también ocurre algo parecido, pero más
bien después de que te hayan presentado. Para los ingleses la
presentación es algo básico. Lo mejor que puedes hacer en países
anglosajones es presentarte en una comunidad religiosa o de lo que
sea. Entonces todos se abren y te reciben. En América no es
necesario: con ser vecino eso es algo que ocurre de forma natural. Se
pueden ayudar entre ellos desde arreglar el coche a reparar un tejado
dañado. “No hay nada mejor que sentarte con los amigos y tomarte
una cerveza, al final del día, mirando un trabajo bien hecho” me
comentó mi amigo Wayne, en cierta ocasión, cuando conviví un
tiempo con una familia americana en un pueblo de WI, USA, en un
intercambio cultural de estudiantes que organicé.

Que los
vecinos estén más dispuestos a la convivencia abierta espontánea y
cooperativa es un viejo tema del siglo XVIII. El mostrarnos más
compasivos, más amables respecto a nuestras costumbres ya lo trató
Montesquieu, el gran Tocqueville del siglo XVII – Montesquieu había
argumentado en el Espíritu de las Leyes, L’esprit des Lois, que fue
el comercio el que instituyó una especie de efectos suavizantes
sobre los modales y las costumbres, moviéndonos o llevándonos desde
una ética bárbara hasta una costumbre y una moral más civilizada.
Rousseau, en el Segundo Discurso, el Discurso sobre la Desigualdad,
propuso que el paso del hombre bárbaro que considera un enemigo a
destruir a cualquiera fuera de su reducido grupo lo atribuyó a un
rechazo del ser humano respecto a ver el sufrimiento de los otros;
como un rasgo fundamental del hombre natural. La compasión, para
Rousseau, seguía siendo una especie de remanente de nuestro origen,
del mito del buen salvaje, por el cual el hombre nacía bueno por
naturaleza pero era la sociedad quien lo hacía malo. La bondad, el
hecho de que todavía podemos llorar o simpatizar o empatizar con las
adversidades y desgracias de los demás es como un residuo de ese
salvaje bueno que ha quedado en nosotros antes de ser corrompido por
la sociedad. Pero para Tocqueville, esta característica de la
compasión no es tanto una característica del hombre natural como lo
era para Rousseau, sino que era función de la vida democrática, de
una socialización dentro de la democracia.