Por mi forma de ser, por mi ideología política y por mi ideal de vida, en cuanto al asunto económico se refiere, no estoy en contra de lo que en España se llaman los ricos y poderosos. Curioso que quien más en contra está de ellos y quienes más los critican son treintañeros con envidiable posición económica, con sueldos nada desdeñables y que por su cara, por su desparpajo y por su poder de engaño y convicción ocupan extraordinarios puestos en, por ejemplo, el Parlamento Europeo. Son los que en un post de hace tiempo llamé los pijomunistas, gente de a 10.000 € al mes, vaya, lo que gana el común de los mortales.

Pero también estoy muy en contra de la literatura que se hace alrededor de esos triunfadores millonarios de la revista Forbes. Recuerdo la última vez que trabajé para una gran empresa (digo esto porque la última vez que trabajé para una empresa, por cuenta ajena, era una basura) acudimos a la central a tener una reunión y nos fue presentado el fundador y presidente de la misma. Ya la entrada en la sala de reuniones fue triunfal; cien personas esperando y cuando entra el tipo, que no medía más de metro y medio y sufría parálisis parcial en el lado derecho de su cara y brazos, todos incomprensiblemente nos pusimos en pie y el más lameculos de todos empezó a aplaudir, con lo que todos continuamos aplaudiendo como imbéciles. A día de hoy todavía no se exactamente ni por qué nos levantamos, ni por qué aplaudimos al tipo.

Esta era una gran empresa que había adquirido la pequeña empresa en donde yo trabajaba, no quiero herir sensibilidades y no voy a decir ni de qué empresa se trataba, ni de qué región procedía. En mi vida he visto tanto pelota por metro cuadrado como los empleados de esa gran empresa hablándonos del fundador de la misma. “Y empezó llevando un carro cargado con bueyes y comerciando entre varios pueblos, trabajando de sol a sol y sudando la gota gorda”. Si, y después del carro con bueyes y con no más de 70 años de edad tenía una empresa que facturaba más de seis mil millones de euros, no se lo cree ni él, ni los pelotas que revoloteaban como moscas. El señor, del que no dudo de su inteligencia, empezó con negocios ilegales, comerciando con contrabando y lo de los bueyes debía ser donde iba cargado el Winston de Marruecos. Así es como se empiezan las grandes fortunas, lo demás son bobadas.

Siento envidia sana por quien ocupa el número uno o dos de la revista Forbes, e incluso el puesto cien, pero siento envidia por su fortuna. A partir de ahí cualquier historia maquillada de su enriquecimiento, tipo a esa historia que contaban de este señor del que hablaba, sinceramente, no me la creo. Le pueden llamar un carro tirado por bueyes, le pueden llamar que era modisto y tenía un pequeño taller, pero para tener 70.000 millones de euros no sólo hay que tener suerte, ni una vista de lince para los negocios.