Me encontraba en plena marcha, cuando me percaté de ellos, quizás no demasiados, al menos a mí me lo parecieron, en aquella inmensa llanura blanquecina, reinada por un sol mortecino, rectaban más que caminaban sobre su superficie, aquel inquietante grupo, cuya presencia se delataba aún más por el contraste del color de su piel con el del entorno.
Pertrechados, sin faltar el más mínimo detalle, les delataba como un grupo paramilitar, por otra parte perfectamente adiestrado. En perfecta formación se dirigían hacia el norte, buscando el Mediterráneo.
Fue en aquel preciso momento cuando sufrí un tremendo golpe en mi percepción, que me llevó a perder la conciencia de lo que estaba viendo, ya que al disminuir la distancia pude verlos con toda claridad.
No eran más que una multitud harapienta, rodeada de viejos, niños, mujeres y lo que parecía armamento no era más que unas inútiles pertenencias, sin duda de un gran valor para ellos, que yo no alcanzaba a entender.
Al llegar a ellos tras el estado de confusión inicial, y hasta que comprendieron de que al ir yo solo, poco o nada podía hacer en su beneficio más que oírlos, orientarlos y poco más.
Tras pasar toda una jornada con ellos continúe mi camino, como ellos hicieron con el suyo. Aquel grupo, que ya me parecía enorme, y que según contaban huían de una terrible guerra, iban en busca de un paraíso llamado Europa, son el resumen de todas las conversaciones que mantuve durante aquel día.
Lejos, muy lejos de irme en calma, habían conseguido inocularme el mayor de los temores. Porque debajo de toda aquella parafernalia de miseria y podredumbre, daba la impresión de subyacer la peor de todas las armas, la más letal, la ideología y la que sin duda terminará aniquilando, de manera atemporal, mi querida civilización asentada en la tan añorada y querida Europa.
Su ideología, con sus creencias componen una pandemia sin cura alguna, que llevan tan arraigadas como si de su ADN se tratase, y que tan fácil saben transmitir, como ya han demostrado más de una vez.
Fue cuando el miedo me invadió por primera vez en mi vida haciéndome cambiar el rumbo y por otro sendero emprender el camino de vuelta a casa, abandonando mi espíritu aventurero, quien me iba a decir esto en otra época, que convertí en supervivencia y en un afán desmedido de estar entre los míos.
Ya en casa y en la paz que da el estar entre los tuyos, pude meditar con calma y tranquilidad, todo aquello que había vivido.
Cada vez estaba más convencido que lo que había conocido, no era más que parte de un plan perfectamente urdido, donde los tanques y material de guerra, hábilmente habían sido sustituidos, por muchos infiltrados en una pobre masa de personas, para trasmitir y despertar en la parte de ciudadania que no saben leer entre líneas sus dislates.
Y de esta forma sin desgaste militar alguno, diseminar su ideología y dejar todo el continente abonado, para entrar en él en marcha triunfal, aniquilando a los pocos autóctonos que aún existiesen. Para ellos el tiempo no es una medida y esto precisamente es lo que les hace tremendamente peligrosos.