Scrooge es visitado por el fantasma de su antiguo socio Marley, que había sido enterrado hacía justamente siete años el día de Navidad. Su casa es fría, lúgubre y Scrooge es su único habitante. En la literatura de Dickens los fantasmas son personajes que aparecen en ocasiones, así como en parte de la literatura sajona. Cuento de Navidad lanza una dura crítica hacia la burguesía de su época, tema recurrente en las novelas de Dickens. Scrooge había negado el espíritu navideño en tres ocasiones antes de esta escena: primero a su secretario, que muerto de frío había querido coger un carbón para calentarse en el cuchitril de su oficina y Scrooge le dice que escriba con los guantes. La segunda vez niega el espíritu navideño a su sobrino, que como cada año había venido a invitarle a la cena de Nochebuena. Por toda respuesta le dice que eso son pamplinas porque la Navidad le hace un año más más viejo y no una hora más rico. Aquí Dickens critica la máxima de la revolución industrial según la cual “el tiempo es oro”. La tercera negativa viene de la mano de Scrooge cuando dos visitantes entran en su establecimiento a pedirle una limosna para los necesitados. Scrooge los echa con cajas destempladas. Al igual que Cristo fue negado tres veces Scrooge niega también tres veces la Navidad, y son tres los fantasmas que su difunto socio, Marley, ha conseguido que visiten a Scrooge y así evitar el triste destino que le ha tocado al morir. Marley está condenado a vagar por el mundo sintiendo gran empatía hacia quienes sufren la miseria y la enfermedad, pero su castigo es que no pueden hacer nada por aliviar ese sufrimiento del que son testigos. Además, se ven obligados a vagar eternamente atados a las cadenas de las riquezas que en vida consiguieron. La inutilidad de las riquezas queda patente porque en vida, cuando las tenían, estuvieron ciegos ante el bien que podrían haber realizado con ellas y no hicieron. Por lo tanto, Dickens no critica la riqueza en sí ni en este cuento tampoco critica cómo se consiguió. Este es un punto de vista cuáquero; muy anglosajón, y contrario a los postulados del catolicismo, que siempre manifestó sus sospechas hacia el enriquecimiento y el dinero. Por eso dejaron a los judíos esas cuestiones, en la Edad Media, cuya religión les permitía el préstamo y la usura. Dickens lo que critica es el uso de la riqueza. La escena que leerán a continuación es el principio y el final del momento en que Marley se aparece a Scrooge, y donde se recogen los puntos mencionados.
En ese momento el espíritu lanzó un espeluznante quejido y sacudió la cadena con un ruido tan lúgubre y aterrador que Scrooge tuvo que agarrarse a los brazos del sillón para no caer desvanecido. Pero el espanto fue todavía mayor cuan-do al quitar el fantasma la venda que enmarcaba su rostro, como si dentro de la casa le sofocara el calor, ¡se le desmoronó la mandíbula inferior sobre el pecho!
Scrooge cayó de rodillas y, con manos entrelazadas, im-ploró ante él: «¡Piedad!», exclamó. «Horrenda aparición, ¿por qué me atormentas?»
«¡Materialista!», replicó el fantasma. «¿Crees o no crees en mí?»
«Sí, sí», dijo Scrooge. «Por fuerza. Pero ¿por qué los espí-ritus deambulan por la tierra y por qué tienen que aparecer-se a mí?»
«Está ordenado para cada uno de los hombres que el espíritu que habita en él se acerque a sus congéneres humanos y se mueva con ellos a lo largo y a lo ancho; y si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte. Quedará sentenciado a vagar por el mundo ¡ay de mí!- y ser testigo de situaciones en las que ahora no puede participar, aunque en vida debió haberlo hecho para procurar felicidad. El espectro volvió a lanzar otro alarido, sacudió la cadena y se retorció con desesperación sus manos espectrales.
«Estás encadenado», dijo Scrooge tembloroso. «Cuéntame por qué».
«Arrastro la cadena que en vida me forjé», repuso el fantasma. «Yo la hice, eslabón a eslabón, yarda a yarda[L12] ; por mi propia voluntad me la ceñí y por mi propia voluntad la llevo. ¿Te resulta extraño el modelo?»
Scrooge cada vez temblaba más. «¿O ya conoces», prosiguió el fantasma, «el peso y la longitud de la apretada espiral que tú mismo arrastras? Hace siete Navidades ya era tan pesada y tan larga como ésta. Desde entonces, has trabajado en ella aún más. ¡Tienes una cadena impresionante!»
Scrooge miró de reojo a su alrededor como si esperase encontrarse rodeado por cincuenta o sesenta brazas de cadenas, pero no vio nada.
«Jacob», dijo implorante. «Querido Jacob Marley, cuéntame más. Dime algo tranquilizador, Jacob».
«No puedo», contestó el fantasma. «Eso tiene que venir de otras regiones, Ebenezer Scrooge, y son otros ministros quienes lo aplican a otra clase de personas. Tampoco puedo decirte todo lo que quisiera; sólo un poquito más me está permitido. Yo no tengo reposo, no puedo quedarme en ninguna parte, no puedo demorarme. Mi espíritu nunca salió de nuestra contaduría ¡óyeme bien! , en vida mi espíritu jamás se aventuró más allá de los mezquinos límites de nuestro tugurio de cambistas. ¡Y ahora me esperan jornadas agotadoras! »
La aparición se alejó retrocediendo y a cada paso que daba la ventana se iba abriendo poco a poco, de manera que al llegar el espectro estaba abierta de par en par. Le hizo señas a Scrooge para que se aproximase y éste así lo hizo. Cuando estaba a dos pasos de distancia, el fantasma de Marley levantó la mano para advertirle que no siguiera acercándose.
Scrooge se detuvo. Se detuvo más por miedo y sorpresa que por obediencia: nada más levantar la mano comenzaron a oírse extraños ruidos; sonidos incoherentes de lamentación y pesar; quejidos de indecible arrepentimiento y compunción.
El espectro, tras escuchar por un momento, se unió al macabro gorigori y salió flotando hacia la negra y siniestra noche. Scrooge continuó hasta la ventana con desesperada curiosidad. Se asomó.
Por el aire se movían sin descanso, de un lado a otro, numerosísimos fantasmas que gemían al pasar. Todos llevaban cadenas como las del fantasma de Marley; unos cuantos (tal vez gobiernos culpables) iban encadenados en grupo; ninguno estaba libre de cadenas.
Scrooge había conocido en vida a muchos de ellos. Había tenido bastante relación con un viejo fantasma que llevaba un chaleco blanco y una monstruosa caja de caudales atada al tobillo, que lloraba compungido porque le era imposible auxiliar a una desdichada mujer con un hijito, a la que estaba viendo allá abajo apoyada en el quicio de la puerta.
Claramente se percibía que el tormento de todos ellos consistía en que deseaban intervenir, para bien, en situaciones humanas, pero habían perdido para siempre la capacidad de hacerlo. Scrooge no sabría decir si aquella s criaturas se disolvieron en la niebla o si la niebla les ocultó, pero ellos y sus voces espectrales desaparecieron a la vez.
La noche volvió a ser como cuando él llegó a su casa.