En este post, os voy a relatar mi experiencia personal en la aventura de sufrir una intervención quirúrgica en un Hospital Público de la Seguridad Social. Esta historia en particular tiene una serie de premisas a tener en cuenta, antes de enfrentarse al relato en sí, estas son:
- Es un hospital en el que he trabajado como DUE, durante más de 20 años.
- Esto me hace ser bastante conocido y al mismo tiempo conocer perfectamente la mecánica de funcionamiento del área de hospitalización.
Pues ya, partiendo de aquí que no es de cero como cuando se trata de un usuario de a pie, llegó al hospital a la hora pactada en ayunas. Tras pasar por el administrativo de turno, que me explica una reglamentación básica, procedo a subir a la habitación que me corresponde. Por cierto en la planta de Cardiología aunque iba a ser intervenido de una hernia inguinal (lo que en el argot hospitalario se llama paciente ectópico, por aquello de estar en un lugar que no le corresponde).
Aproximadamente a las 4 horas de estar allí, llega un celador pregunta por mi y sin mediar palabra quita los frenos de la cama y procede a llevarme al quirófano, suposición lógica no porque fuera informado. Tras una serie interminable de golpes contra las paredes, llego a un ascensor que como no podía ser de otra forma terminó en un choque frontal con la puertas del mismo.
Una vez en quirófano me cambian de camilla con la delicadeza que se trata a un fardo de patatas. Una vez en la mesa de quirófano escucho por primera vez la voz de alguien, “que te pasa Antonio”, “Que de tiempo sin verte” eran compañeros de los viejos tiempos. Pues bien, una vez totalmente desnudo y ante varios espectadores, me hacen sentar en la camilla. Van a ponerme la anestesia epidural, tras al menos tres pinchazos el líquido cumple con su cometido y procedo a tumbarme como buenamente puedo.
Pasados unos minutos entran dos seres extraños, por la indumentaria, y sin previo cruce de palabras o saludo o presentación alguna, vociferan, “Que te duele el lado derecho”, a lo que rectifique diciéndoles que era el izquierdo. Cambian de posición y proceden a la intervención propiamente dicha. Tras aproximadamente dos horas y después de una monumental bronca a mi esposa, debido a mi obesidad, no les vuelvo a ver.
Los celadores con la misma exquisitez de antes proceden a soltar de nuevo el fardo a la camilla, esta vez me ubican en una sala de reanimación bien conocida por mi, de mi época de profesional. Sala preparada para 8 pacientes, pero que en aquel momento pasamos de 20. Las camillas entrelazadas formando un perfecto Tetris. A pesar de todo tuve la inmensa fortuna que el personal de enfermería me reconoció y el trato fue algo menos humillante que de costumbre, ya que aquello parecía un mercado de carne del lejano oriente.
La separación entre camillas era nula, cada vez que se iba a instaurar algún tratamiento tenían que recomponer el Tetris. Los quejidos de los compañeros de aventura componían la banda sonora. El calor insufrible me recordaban los reportajes de la 2, sobre la sabana africana. La Enfermera, porque solo había una para todos, me dijo que cuando sintiera las piernas me llevarían a mi habitación. El trato fue muy correcto, todo lo correcto que puedes dar cuando te tienes que multiplicar por 20.
He de hacer un inciso para constatar que durante todo el tiempo transcurrido fui re-bautizado y mi nombre paso de ser Antonio, a el de la Hernia Inguinal.
Una vez que empece a sentir las piernas unas tres horas después de haber entrado en el purgatorio, deje atrás aquella ingente cantidad de carne, ya que la intimidad era una palabra desconocida en aquel lugar. Y volví a ser volteado a mi cama, esta vez con más violencia si cabe, ya que el reloj marcaba casi la hora del cambio de turno.
El retorno a la habitación tres plantas más arriba, sin duda marcaron récord de vuelta, aquello fue un abrir y cerrar de ojos. Pasado un tiempo la Enfermera de planta paso a saludarme y preguntar que tal había ido todo y que me quedaría ingresado porque había sangrado mucho y tenia un drenaje. Exceptuando en el área de hospitalización donde todos me conocían el trato fue paupérrimo, jamas me llamaron por mi nombre y ni tan siquiera una vez me vio el mismo Médico, aquello funcionaba por mediación divina.
A las 30 horas de la intervención hable con la Enfermera que llevaba mi habitación, para preguntarle si no me iba a visitar ningún cirujano, ante la sorpresa llamo al de guardia. Pasadas unas horas aparecido un señor muy joven, evidentemente un Residente que en ningún momento se acerco a menos de un metro y repetía constantemente la misma pregunta, si me dolía, a lo que respondí afirmativamente más que nada por la tremenda incisión que me habían realizado 30 horas antes.
Cuando se marcho pregunte a la Enfermera si no me iba a reconocer un Cirujano, a lo que me contesto que el cirujano ya había rellenado la historia clínica mientras me visitaba el Residente, supongo que por Ciencia Infusa, Star Trek en estado puro.
Me dijeron que hasta que el drenaje no dejará de sangrar no me iría de alta, al día siguiente me visito un cirujano, el que me pregunto si sangraba, a lo que respondí que no, sin mirar ni herida ni drenaje me dio el alta, y me dijo que me avisarían cuando estuviera listo el informe para ir a recogerlo a la planta de Cirugía.
Tras unas 3 horas de espera mi mujer se llego a preguntar a la mencionada planta y sí, el alta estaba lista, pero habían olvidado avisarnos. Acto seguido me marche de alta andando hasta el ascensor, haciendo de tripas corazón porque el dolor era tremendo, pero pretender que un celador me llevará en silla de ruedas era misión más que imposible, los señores no pueden perder el tiempo en esas trivialidades.
Como buenamente pude llegue al aparcamiento unos 30 minutos después. Ni que decir tiene que las curas las hizo mi mujer y más tarde cuando se infecto la incisión quirúrgica, me puse yo el tratamiento antibiótico y a través de un espejo me realice las curas.
Jamas en mi vida había sufrido un trato más vejatorio y eso que “era de la casa”, no porque fuera compañero, si no al menos por quedar bien, corporativismo y esas cosas. Lo que más me llamo la atención fue la falta de seguimiento por parte de Cirugía, ya que en 72 horas me atendieron 6 cirujanos distintos y todas las conversaciones se basaron en monosílabos. Por lo que el hecho que poder estar escribiendo este relato es más por azar del destino, que por la ciencia médica. El deterioro de la Sanidad Pública no es de ayer, llevamos más de tres décadas en caída libre y esto lo puedo corroborar en primera persona, por haber sido trabajador de dicho sistema durante todo ese ciclo. Todo esto ocurrió en el 2014, ahora vuelvo a intervenirme, espero poder contar mis experiencias, aunque claro está vez cambiado de hospital. Pero cuando hay que llenar bolsillos de terceros es lo que suele ocurrir.