José Calvo Sotelo, el diputado asesinado antes de la Guerra Civil El Mundo

El edificio gemía resquebrajándose indefectiblemente bajo el peso de los años y su historia interminable. Capas superpuestas de orín sostenían como titanes las vigas realizando el milagro de soportar el enorme peso de techos y paredes. Los moradores intentaban curar como podían aquellas cicatrices que enmarañaban los muros tapándolos laboriosamente con cartones, pegotes de cemento o latas. Así se sostenía en pie aquella vetusta construcción, que con cada nuevo crujido revelaba su eterna agonía. Cierto día, a alguien se le ocurrió: “vamos a limpiar toda la herrumbre y que reluzcan las vigas y paredes como soles”. 
Desgraciadamente, esa acción ocasionó el derrumbe estrepitoso de la construcción, que fagocitó a sus moradores, siendo la herrumbre lo que precisamente mantenía en pie al edificio.

Este cuento nos plantea una interesante cuestión; y se trata de lo que ocurre cuando un Estado se mantiene por y gracias a la corrupción, ya que el resultado es evidente: en caso de limpiarse la corrupción se derrumbaría el Estado porque el sistema político se sostiene gracias a la corrupción. La verdadera pregunta sobreviene cuando nos planteamos si es posible salir del círculo vicioso.

No cabe duda que en una partidocracia los intentos por salir de la corrupción resultan ineficaces e infructuosos. Y no será por el esfuerzo que emplean la Guardia Civil y los Cuerpos de Seguridad junto con jueces honrados. Hay muchos hombres buenos en España. Para solucionar el problema hay que optar por derrumbar el edificio y crear otro distinto donde existan mecanismos de disuasión eficientes en contra de las tentaciones de nepotismo, de fraude al ciudadano, etc. Ese estado democrático solo se consigue con un reglamento que defina perfectamente en una constitución la separación y enfrentamiento de poderes. 
En el viejo edificio sufrimos listas de partidos hechas por los jefes de partido por y para los partidos; y para más inri, repartos proporcionales para que delincuentes, corruptos o traidores puedan hacer de partidos bisagra. En contraste, en el nuevo edificio tendríamos la doble vuelta, en caso de que no se hubiese obtenido la mayoría absoluta en la primera; una doble vuelta que garantizaría que el representante “representase” a la sociedad civil para legislar y el presidente del gobierno obtuviese el suficiente poder para que la unidad de la nación no fuese cuestionada; y defenderla de ataques interiores y exteriores, como ocurre en las democracias de verdad. Y al disponer de un poder que obtiene directamente del pueblo por representación (no con circulitos ni tonterías) evitase desastres de cualquier tipo o una guerra civil, como pasó en el 36. Está claro que de haber tenido el Presidente de la República ese inmenso  poder que venía del pueblo por elección jungando con las mayorías y minorías ningún militar se hubiese atrevido a levantarse, nadie se hubiese atrevido a asesinar a Calvo Sotelo dando el pistoletazo de salida al drama.
Si los ciudadanos se despojaran de su ignorancia y fueran conscientes de lo que significan las listas de partidos y los repartos proporcionales no aguantarían la partidocracia que nos ahoga con sus comunidades autónomas y reyezuelos junto a su plaga de cortesanos, porque cuando se es sabedor de que existe una cura, un enfermo ya no soporta el dolor por más tiempo y busca desesperadamente dicha cura. Por lo tanto, el eslogan “por el cambio”, “la regeneración” son engañabobos, porque sin duda seguimos habitando el mismo viejo edificio.
De esta forma, perlas que nos lanzan como la de “conseguir más democracia” carecen de ningún sentido, porque o es democracia o no lo es. No hay gradaciones en la democracia. O cambiamos el franquismo por una democracia formal, o los políticos seguirán viviendo del franquismo gracias a la oposición “virtual” que fingen ejercer contra el franquismo, y que jamás se atrevieron a ejecutar en vida del dictador, salvo honrosas excepciones como en su día uno tuvo el valor de realizar Antonio García Trevijano. Ya está bien de vivir a costa de Franco fingiendo una lucha encarnizada en su contra ¿A quien pretenden engañar los políticos y periodistas? Creo que ha llegado la hora de delegar el franquismo a las páginas de la historia y pasarle el testigo a los historiadores. Olvidaos de Franco y pensad más en el pueblo y menos en vosotros señores del “establishment“. No necesito a nadie que me defienda de Franco.

Vicente Jiménez