“pretender resolver un problema complejo con un referéndum es disfrazar una estupidez como democracia”
Contra pronóstico, contra la razón, contra el sentido común, Donald Trump se ha convertido en el 45 presidente de Estados Unidos. Trump ganó con un mensaje populista, xenófobo y ultranacionalista que ha calado tanto en amplios sectores de la América profunda como en los urbanitas decepcionados con la incapacidad del sistema para resolver los graves problemas generados por la crisis económica. Donald Trump, que ha prometido soluciones mágicas (devolver América a los americanos), de momento, ha conseguido dividir al pueblo americano en dos mitades, tal vez, irreconciliables. Igual que Puigdemont en Cataluña.
En Cataluña, la crisis económica y la corrupción sumió a la ciudadanía en una profunda depresión que sirvió de caldo de cultivo para que las tesis independentistas fueran acogidas como una tabla de salvación. Con todos los medios a su disposición e ingente capital, la ideología única, que impone la sumisión al proceso independentista por encima de todo, ha controlado el Parlamento catalán y amenaza con romper España. La presión al discrepante, al indiferente, es brutal. Se le desprecia, se le amenaza, se le aniquila como miembro del pueblo catalán. Se violentan las sedes del PP y Ciutadans. Algunos, las riegan de su ADN: pura mierda. Mientras, los achantados, pusilánimes, medrosos y cobardes consienten. Todo muy normal, en un país normal. Como normal es que los problemas, lejos de resolverse, se acrecienten.
Sin embargo, afortunadamente, los mensajes simplistas, la solución mágica del referéndum, el etnicismo, las descalificaciones y las amenazas no han logrado que la mayoría del voto popular se abrace al independentismo. Ni presumir de excelencia democrática mientras se fomenta la desobediencia institucional, ni prometer equidad mientras se profundizan las desigualdades sociales, ni vender inclusividad cuando se desprecia al discrepante, han servido para que la mayoría de la ciudadanía se precipite al abismo. Ni TV3, ni las manifestaciones del 11S, ni las pitadas del Camp Nou, ni concentraciones en Montjuic o en Can Barça lograrán romper España.
En estos momentos, a raíz de los últimos desafíos protagonizados en Badalona y Berga, se puede afirmar que la ‘supuesta bondad’ del proceso ha entrado definitivamente en coma. Pretender disfrazar como democracia la desobediencia es una estupidez. Del mismo modo que pretender resolver un problema complejo con un referéndum es disfrazar una estupidez como democracia. ¿Es consciente Puigdemont de que la desobediencia tiene límites? ¿Es consciente el presidente catalán de que, negando legitimidad a las instituciones del Estado, está dinamitando la convivencia y promoviendo la revuelta? Mentalícese señor Puigdemont de que España, a pesar suyo, será grande y seguirá unida. Como los americanos que, a pesar de Trump, seguirán siendo grandes y Estados Unidos.
Por nuestra parte, procuremos que los problemas que vemos a siete mil quilómetros no pasen desapercibidos delante de nuestras narices. América, para los americanos, y España, para los catalanes y el resto de españoles.
Autor: José SIMÓN GRACIA
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